Viernes, 12 de septiembre de 2014 | Hoy
FOTOGRAFíA
Dos libros nuevos de Lucía Merle –Ecdisis y Carmesí– saltan de la niñez a la adultez como un continuado que entrecruza fantasía, deseos y azares de la autora.
Por Laura Rosso
Creció rodeada de una sensibilidad fotográfica. Tiene su vida entera fotografiada. Desde el momento del nacimiento, la vida en fotos. Lucía Merle se volcó a la fotografía no sólo por herencia paterna (su primera cámara réflex fue obsequio de su padre y su abuelo era un apasionado fotógrafo amateur) sino porque la entiende como una forma de contar que produce distintas cosas en distintas personas. Lleva como un talismán la frase de Henri Cartier-Bresson: “Fotografiar es poner la cabeza, el ojo y el corazón en el mismo punto de mira”. Encuentra en la fotografía un lenguaje donde interviene el azar y la ambigüedad.
El verano pasado decidió comenzar un proceso creativo que terminaría en dos libros: Ecdisis y Carmesí. Su lente la ayudó a que las imágenes desparramadas en el piso de su casa se unieran en un relato. “Las imágenes saltaron hacia mí, se ordenaron solas, me estaban hablando. Me di cuenta de que eran como símbolos. Había mucho del deseo y de los sueños, de lo que una no ve pero la impulsa a vivir, a estar viva, a hacer cosas. Empecé a ver que las fotos, una atrás de la otra, decían algo”, cuenta. Ambos libros narran una arquitectura de su ser. La autora propone una mirada introspectiva que deja entrever, como un sueño borroso, imágenes que recorren el cuerpo y los sentidos. Hubo un hada madrina que impulsó el segundo trabajo aun antes de que estuviera terminado el primero. La artista Fabiana Barreda activó ese último click para darle continuación al relato. Lucía le llevó el material del primer libro en un cuaderno Rivadavia de hojas blancas, Fabiana lo miró y le dijo: “Esto está perfecto y es muy bello, pero ahora vamos a hacer la segunda parte”.
Ecdisis (término biológico que define el proceso por el cual la serpiente muda de piel para crecer o sanar heridas) atraviesa “aquello que no recordamos y que genera una atracción constante hacia la infancia” revela. Son fotografías que descubren su propio secreto. Retazos de lo visto, de palabras oídas, de sabores y olores. Ese mundo aparece fragmentado y emerge en un relato que empieza con un salto al vacío –los pies al borde del abismo– y nos lleva a lugares del país de la infancia. La ensoñación, los fantasmas y el miedo a la muerte irrumpen. Armar el segundo libro, Carmesí, fue un proceso más rápido y casi simultáneo a la edición del primero. Ahí surge la metamorfosis: “Salí muy convulsionada interiormente del encuentro con Fabiana. Llegué a mi casa, hacía calor y me comí un durazno. Lo miré y pensé: ‘Acá hay algo de lo que ella me está pidiendo’”. Esa foto del durazno es la primera del libro. Un trozo del carozo envuelto en esa fruta, con su pulpa y su piel. Pensó: “Me tengo que animar a mostrarme yo”. Y se fotografió las piernas, los pies, los pliegues de la piel, partes de la cara, del pelo y del cuello para construir a la mujer que deviene como continuación en el relato.
Dos fotógrafas estadounidenses la inspiran por su manera de contar la vida. Una es la artista Nan Goldin y la otra es Annie Leibovitz, pareja de Susan Sontag, a quien fotografió hasta sus últimos días en A photographer’s life. Hoy se siente atravesada por ellas. Lucía persiste en ese desafío de sacar fotos con rollo porque le gusta sorprenderse con lo que ve después. Una especie de adrenalina, de juego con el lenguaje visual, como si la cámara fuera una extensión de su cuerpo. Por eso, cabeza, ojo y corazón se confabularon para estar conectados. “Todas estas fotos generaron un chispazo en mí, algo me decían en el momento del acto fotográfico. Sucede en el cuerpo, que te hace saber que acá pasa algo. Después hay que darles tiempo a las imágenes, hasta que un día te saltan a la cara y están unidas en un relato.”
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