Viernes, 12 de septiembre de 2014 | Hoy
MúSICA
Una escritora que deviene en música y graba su primer disco a los 40: canciones intensas, pegadizas, tan tristes como celebratorias conforman Claridad, claridad, de Laura Crespi.
Por Malena Rey
“Ahora o nunca es el momento de atreverse, de atravesarte”, dice el bello y pegadizo estribillo de “Estrella de la noche”, la primera canción del primer disco de Laura Crespi, como una forma de plantar bandera y afirmar que esta es la ocasión perfecta para darse a conocer. Y unos temas más adelante dice también que “lo único que importa es la intensidad”. Toda una declaración de principios en forma de música, de liberación, porque si algo caracteriza la búsqueda detrás de las canciones de Claridad, claridad es la conexión íntima con aquellas cosas que hacen bien, que hablan de nosotras y que permanecen dentro nuestro el tiempo prudencial para que nos demos cuenta de cuán importante es dejarlas salir y transformarlas en algo que ya no nos pertenezca del todo. Las diez canciones de Claridad, claridad pasan por distintos climas, pero están todas más o menos relacionadas con alguna de las formas que toma el amor: la ternura, la pasión, la conexión, pero también, claro, la ruptura, la desintegración de los vínculos y los recuerdos que quedan como retumbando.
“Si bien siempre necesité la música en mi vida cotidiana, nunca antes se me había ocurrido hacer música yo misma. Hasta que nació mi hija”, dice Laura Crespi (San Fernando, 1973), que si bien estudió filosofía y siempre trabajó como docente, había despuntado más la escritura, entre la poesía y el ensayo, y no tanto la composición. “Con mi hija bebé empecé a hacer algunas canciones infantiles, y una tarde de sol, como sin querer, me salió un primer tema, ‘Corazón’. Estuve todo un verano con esa canción, hipnotizada, sorprendida y feliz, y en pocos meses surgieron las demás. Me pasé dos años cantándolas en el living de mi casa, hasta que un día las grabé. De repente todo tenía sentido y todo lo que había hecho hasta ese momento –estudiar, escribir, leer, escuchar– se conectaba en ese punto y confluía en mí. A un momento de confusión y oscuridad, inevitablemente le sucede su opuesto de luminosidad. Y en ese sentido, creo que la música y las canciones me salvaron la vida”, dice entusiasmada. El nombre del disco viene de hecho de un verso del poeta entrerriano Juan L. Ortiz, y combina perfecto con la foto de Laura de la tapa, donde se la ve fresca y despierta, con los ojos de un celeste profundo y esclarecedor. Además del amor, otra de las felices recurrencias del disco es el agua, clara por donde se la mire. Así, las canciones entregan imágenes que recuerdan a las profundidades, y están pobladas de sirenas, embarcaciones, hundimientos y botellas flotando a la deriva. Algunas de ellas cuentas historias y otras simplemente desenroscan una anécdota o un sentimiento existencial y profundo. Lo que resalta en todas es la voz de Crespi y sus melodías dulces y por momentos susurradas o inesperadas; una voz que puede ser sensual y soñadora, o tierna y luminosa, o cargarse de tristeza o melancolía sin ser nunca oscura.
De formación musical más bien rockera, y con influencias femeninas que van de María Gabriela Epumer a Josephine Baker, Nina Simone o Marisa Monte, Crespi asimila en sus canciones los recursos del rock en la instrumentación, pero agrega también programaciones y teclados, o grabaciones en italiano o en portugués que crean atmósferas un poco más enrarecidas, pero igual de cálidas. Conociendo el paño en el que se movió durante los ’90, dominado por la autogestión de cuanto proyecto cultural una quisiera promover, inventó también su propio sello, Blanco Móvil Discos, para editarlo. Y no es lo único que autoeditó: hace algunos años, y de forma independiente, armó una colección llamada Cuadernos de Traducción para publicar sus traducciones de poesía, y así vieron la luz las hermosas plaquetas dedicadas a Wallace Stevens, Elizabeth Bishop y una selección de poetas japonesas. “Mis aspectos más creativos empezaron a desarrollarse en forma tardía. Publiqué mis primeros poemas después de los 30, mi primer disco a los 40... quizá llegando a los 50 logre escribir y llevar a escena una opereta para niños, que es en lo que estoy empezando a trabajar ahora.”
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