Viernes, 17 de octubre de 2014 | Hoy
CINE
El 23 de octubre se reestrena La Mary (remasterizada y digital) después de cuarenta años de sorprender con la aparición de esa pareja explosiva que fueron Susana Giménez y Carlos Monzón.
Por Marina Yuszczuk
Susana y Monzón personificaron en la ficción una relación que terminó en un crimen y la realidad no escupió un final menos tremendo. Pero pasando por encima del mito farandulero, a través de este reestreno es posible asomarse a otro planeta también argentino en el que Mirtha y Susana no eran las divas rubias de dudosa elegancia que hace décadas dominan las pantallas entre almuerzos y llamados telefónicos, y Tinayre no era ese póstumo apéndice agregado después de una pausa al apellido de la Legrand por una locutora invisible. Por el contrario, en ese planeta del que La Mary todavía formó parte en el año de su estreno estaban apareciendo los últimos ejemplares de un período brillante, el de un cine nacional que entre las décadas del 30 y el 40 consiguió conformar una industria, y en el que Tinayre se formó como director, productor y guionista.
Para el ’74 el francés radicado en Argentina ya había dirigido más de veinte películas (con una mayoría de películas buenas o muy buenas), desde historias de género hechas y derechas como A sangre fría (1947) o Pasaporte a Río (1948) hasta una adaptación de Emile Zola como La bestia humana (1957), que también llevó al cine Jean Renoir, pasando por esa otra película tan polémica que fue La patota (1960), en la que un grupo de alumnos viola a una profesora interpretada por Mirtha Legrand. O como La cigarra no es un bicho (1963), según el mismo Tinayre su peor película pero también la más taquillera, que inauguró para el cine nacional el motivo de “parejas encerradas en un hotel a las que les pasan cosas pícaras o divertidas”, que luego tendría ejemplares cada vez más decadentes a cargo de Gerardo Sofovich o de Enrique Carreras.
Amelia Bence, las hermanas Legrand y Egle Martin fueron algunas de las protagonistas elegidas por Tinayre (pero claro, sobre todo Mirtha), hasta que eligió a Susana Giménez para hacer de La Mary en la que sería su última película. Susana, que ya estaba muy lejos de sus comienzos legendarios como la chica fascinada en plena ducha por el jabón Cadum, estaba por todas partes: había trabajado con Leonardo Favio en Fuiste mía un verano, con los comediantes más exitosos de la tele en Matrimonios y algo más, debutó como actriz de teatro con Las mariposas son libres y al poco tiempo como vedette con Gerardo Sofovich. Por eso era algo así como la chica del momento cuando Tinayre le ofreció el papel que incluía algunas escenas eróticas con Carlos Monzón. La dupla del deportista y la modelo fue irresistible ya en esa época, con el agregado de que Susana era generalmente rubia y Monzón era siempre morocho: el imaginario argentino no podía más de calentura interclasista y novelesca (además de que, claro, la realidad confirmó todas las fantasías cuando el boxeador dejó a la mujer para vivir un romance de cuatro años con la rubia).
En la ficción, Susana interpretó a una chica de origen humilde que crece en la Isla Maciel, y tiene o cree tener poderes predictivos. Convertida en una mujer esbeltísima, tan llamativa como recatada, Mary conoce en un colectivo al Cholo y decide que será su marido. Ella es delicada y puritana, él trabaja en un frigorífico y además es boxeador, y el forcejeo entre los dos para consumar o no consumar la relación antes del matrimonio es uno de los hitos en la historia del cine argentino. La Mary transcurre entre colectivos y conventillos con paredes de chapa, en ese mundo de trabajadores cercano al Riachuelo que viene a recordar que el costumbrismo y los relatos salvajes ya estaban fusionados en el cine argentino mucho antes de que Szifron los volviera a reunir en su última película (esa que tiene también una novia violentada, a cargo de Erica Rivas), con la que, casual y extrañamente, La Mary va a compartir la cartelera.
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