Viernes, 21 de noviembre de 2014 | Hoy
TRABAJO Y VIOLENCIA
Más del 60 por ciento de recicladorxs urbanxs o cartonerxs son mujeres. La desocupación y la lucha las agrupó en cooperativas de trabajo que le disputan al Gobierno de la Ciudad el derecho a ser consideradas trabajadoras formales. En jornadas que superan las catorce horas, con frío o calor extremos, arrastran carros de hasta 400 kilos y recorren la Ciudad rescatando de la basura los materiales reciclables –que la mayoría ni siquiera se molesta en separar–; si tienen la ventaja de ser reconocidas, recibirán por presentismo 2000 pesos al mes del Gcaba y su carga tendrá un precio mayor que quienes están fuera de las cooperativas por falta de cupo. Mientras tanto, las grandes papeleras y los galponeros adquieren a precio vil el fruto de su trabajo. Son jefas de hogar con varios hijos y se jactan de no querer patrón ni marido.
Por Noemí Ciollaro
Anochece y el calor sigue castigando los cuerpos. En la estación ferroviaria Chacarita, de Corrientes y Dorrego, alrededor de las 20 una multitud de mujeres y hombres acampa junto a sus carros cartoneros repletos. Durante varias horas esperan allí la llegada del tren que, de madrugada, lxs lleva a José C. Paz para dejar su mercadería en Sol y Verde, un centro de acopio y separación de residuos.
Mientras tanto toman tereré y mitigan el cansancio recostándose en los carros, entre cartones y bolsas, como en un gran trono bizarro. Algunas levantan las piernas hinchadas y las apoyan contra las manijas de hierro para aliviarse. Tras las añejas construcciones de la estación, entre los arbustos, improvisan rincones utilizados como “meaderos” porque les clausuran los baños destinados al público.
La avenida Corrientes está desierta, la estación y sus alrededores hubieran sido temas discepolianos, son un suburbio de la dignidad humana empeñada en ganarles la partida a la exclusión y a las ofertas de la mala vida. Quienes integran la movida cartonera vienen luchando por su espacio en el mundo desde 2000, cuando el proyecto neoliberal hizo estallar la economía argentina.
Las mujeres han sido y son mayoría en esa iniciativa de encontrar pepitas de oro en los basurales, creando un trabajo que pugna incansablemente por ser formalizado, disputándoles el espacio a los gobiernos de la Ciudad y de la provincia y a las grandes empresas que lucran cifras siderales con la apropiación de los residuos reciclables.
Son chicas duras que se le plantan al más pintado cuando pretenden denigrarlas, coimearlas o detenerlas por delitos y contravenciones inexistentes. Como las feministas anarquistas del 1900, no tienen “ni patrón, ni marido” (por Dios no preguntamos), y en su mayoría son jefas de hogar con varios hijos. A esta altura de la historia, muchas son hijas y nietas de cartonerxs.
Gloria Viqui (29), madre de cuatro chicos, arrastra su carro de alrededor de 300 kilos para subirlo por la rampa empinada de ascenso al andén, dos mujeres y un hombre la ayudan con el envión y al grito de “¡vamooos!” lo logran. A las 23, el andén es una inmensa caravana de “carretas y carros” que esperan que a las 0.15 arribe el último tren de la noche, el cartonero.
–Desde las 8 de la mañana, en Sol y Verde, en José C. Paz, ahí hacemos la separación de los materiales para la venta. Cuando termino, paso un rato por mi casa y a las 13 vuelvo para tomar el tren que nos trae a Chacarita; aquí llegamos a las 15 y empezamos la recorrida de recolección con los carros, mi zona es Chacarita. A las 19.30 me vuelvo a la estación con el carro lleno. Aquí esperamos el tren para volver a José C. Paz y dejar el carro en Sol y Verde a las 2 de la madrugada, camino veinte cuadras hasta mi casa y duermo hasta las 7. En la semana a mis hijos apenas los veo, los cuida mi mamá. Espero poder “entrar al sistema”, estoy en la lista de espera de la cooperativa, así podré trabajar menos horas por día y cobrar el presentismo.
El presentismo consiste en 2000 pesos mensuales que los trabajadores agrupados en Cooperativas, o sea incluidos en el “sistema”, reciben del Gobierno de la Ciudad por la recolección y selección de materiales reciclables rescatados de la basura.
A partir de 2002, la desocupación y el aumento del precio del papel y el cartón incentivaron la actividad cartonera. No había hasta entonces quien hiciera ese trabajo y fueron lxs cartonerxs el eslabón que permitió a las grandes empresas hacerse de esos materiales cuyos precios cotizan internacionalmente.
“Yo vivo en Fiorito, Lomas de Zamora, y hace quince años me subía al camión y venía a la esquina de Arenales y Uruguay, nos hacíamos conocidos de porteros y vecinos, y eso fue convirtiéndose en la parada de cada una, haciéndonos dueñas de esos sitios para poder trabajar. Nos jorobaba la policía, nos robaban la mercadería, nos corrían, nos coimeaban los camioneros; había un edicto de la dictadura que decía que la basura era propiedad privada. Y empezamos a denunciar que nos perseguían y nos sacaban lo recolectado, que era lo que nos daba de comer”, recuerda Paola Cabiedes (40), delegada de la Cooperativa de Recicladores Urbanos Anuillan (“mujer decidida”, en quechua).
Entre tanto, lxs cartonerxs comenzaron a organizarse en ollas populares y reuniones barriales, y fueron apoyadxs por estudiantes y organizaciones sociales que les brindaron instrumentos para defender sus derechos.
“Mi único hijo tenía tres años, no tenía con quien dejarlo, también fue cartonero... falleció hace siete meses. ¿Cómo era en esa época el trabajo? ¡Un asco! Ahora tenemos más recursos; pero sí, revisar la basura de otros sigue siendo un asco... Sin embargo es nuestra materia prima y por eso luchamos para trabajar en mejores condiciones”, dice Paola.
En 2006, lograron consolidar ciertos reclamos ante la Ciudad, pero en 2007 Mauricio Macri prohibió el tren blanco del Sarmiento, que había nacido en 2001 e iba de Once a Moreno, ida y vuelta, trasladando a las familias cartoneras con sus carros. Además, fueron desalojadas violentamente de Barrancas de Belgrano, dejando sin trabajo a miles de recolectorxs. La reacción fue enorme y el gobierno tuvo que negociar con las organizaciones existentes.
“Seguimos luchando cada vez más organizados, el tren fue reemplazado por camiones. La Ciudad tenía contratado a un privado que no hacía nada y al que le pagaba 100 millones de pesos anuales por el reciclado, mientras que lxs cartonerxs reciclábamos 700 toneladas por día. Ese fue el argumento de nuestra pelea para que nos reconocieran y que parte de ese dinero fuera destinado a pagarnos a nosotros algo del trabajo que hacíamos”, relata Jaquelina Flores (46), presidenta de Anuillan.
“Cuando en 2008 se desarrolló la tecnología para el reciclado –los contenedores de clasificación, el transporte y las máquinas para el tratamiento mecánico-biológico de los residuos–, comenzaron los tironeos y la disputa de recursos. Los representantes de esa tecnología en la Argentina son Roggio, empresas extranjeras y un fuerte lobby de las ONG ambientalistas, punta de lanza de los ‘econegocios’. Pero en 2011 se logró que en la nueva licitación de basura la parte de residuos húmedos siga siendo privada, pero la de reciclados sea estatal y se concesione a las cooperativas de trabajo en un sistema público de gestión social para recolección”, subraya Juan Grabois, abogado y dirigente del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE), que agrupa a numerosas cooperativas de cartoneros y de trabajadores informales.
–Sobre todo la dignidad... La ciudad nos paga 2000 pesos mensuales por presentismo y proporciona la infraestructura básica: uniformes, camiones y lugares de acopio. Ingresamos en el sistema formal, no es un sueldo, pero es el principio de reconocernos como trabajadorxs y no como cirujas; así nos decían antes. Esto es un laburo que creamos nosotrxs; venir de la provincia colgadas en los camiones, con los hijos y los carros, es lo que nos permitió unirnos y entender que si somos solidarixs empezamos a ser fuertes. Así, de romper la bolsa para comer a consolidar trabajo, fuimos nosotrxs lxs que creamos opciones. O rompías la bolsa de basura para encontrar algo y hacerlo plata o elegías el camino equivocado. Y elegimos laburar porque ya había conciencia de laburo por nuestros abuelos y padres, somos parte de una sociedad, no somos algo inmundo lxs cartonerxs, y revolviendo la basura éramos y somos laburantes, por eso pudimos crear nuestro propio espacio y la forma de sustentarlo; somos trabajadoras. Soy madre de cuatro hijos, de 24, 22, 19 y 16, y nunca los llevé a laburar, se dice que el pobre sólo se salva con el estudio, los dejaba en casa, se criaron entre ellos y me aferré al “yo laburo y ustedes estudian”. Tuve dos parejas, pero nada... la vida los dejó por ahí.
Actualmente existen doce cooperativas de recicladorxs urbanxs que agrupan a 5200 trabajadorxs, el 60 por ciento son mujeres, desde 16 años de edad “hasta que te den los huesos”, aseguran. En las reuniones de delegadxs, “de lxs 52, 48 somos mujeres”, explica Ana Amador (34), madre de cuatro niños; empezó a cartonear en 2006 con su marido, en Don Bosco: “Trabajaba en un laboratorio, me embaracé y me echaron; mi marido era cocinero, perdió el laburo y decidió salir con el carro, yo lo seguí. Cuando me separé, vine a vivir a Chacarita y traje mi carro; había compañeras que ya estaban en la cooperativa y empecé a ver cómo estaban organizadas, cómo trabajaban, vendían su material y salían con el tren. El precio de la galponera de Paternal era un asco, pagaban el kilo de cartón a 40 centavos, así que me senté con Jakie y le dije que quería entrar a la cooperativa. Me costó aprender a ser solidaria, compartir mi material, venderlo junto con los de las demás, dejar la mezquindad de decir que mi carro estaba más lleno que el de otra; eso te engrandece. Ahora tengo presentismo, obra social y guardería”.
La guardería fue otra gran reivindicación arrancada al Gobierno de la Ciudad, no existían lugares con el horario de lxs cartonerxs, no obstante la movida no es tan sencilla. Funciona de 16.30 a 12 de la noche en Fiorito, Lomas de Zamora. Todxs cargan sus carros vacíos en los camiones que salen de los barrios a Capital, y en cada parada se quedan dos o tres cartonerxs al cuidado de los carros, mientras las mamás van en colectivo a la guardería, dejan a los chicos, y viajan a Capital. El trámite es el mismo a medianoche, en el regreso.
“Y después está lo físico, es trabajo pesado, el frío te mata y el calor también; a veces te lastimás mal, el carro grande lleno pesa de 300 a 400 kilos, el chico, más de 200; el cuerpo se hace mierda, la rodilla, la cintura, la cervical, las manos, la tendinitis, la vejiga caída por el peso; con la humedad a todxs nos duele algo, pero no aflojamos y la mayoría trabaja durante gran parte del embarazo; somos curtidas. Desde hace tres años tenemos obra social, una mutual propia, Senderos, en Constitución. Es de la Central de Trabajadores de la Economía Popular y la integramos varias organizaciones. Ahora nace un bebé y la compañera tiene su bolsón, como cualquier laburante, y lo ganamos en la lucha”, dice Laura Hidalgo (28), nieta de un cartonero que la llevó a trabajar con él desde los diez años; madre de cuatro hijos y jefa de familia.
El trabajo es duro y las condiciones son inhumanas, sin embargo las chicas rescatan su libertad, andan sin temores y a su aire por la calle, florecen como damas de noche, sus carcajadas rompen la oscuridad, vuelven a sus casas antes de que salga el sol, “y no dependemos de un patrón que te maltrata o intenta hacerse el vivo, tenemos mucho compañerismo, trabajamos a la par de los hombres y hay una relación de mutuo respeto”, comenta Paola.
“El 80 por ciento somos solas, crecemos tanto psicológicamente en el movimiento, que los hombres quedan reducidos, che... –dicen riendo-, pero nuestro nacimiento como cartoneras fue consecuencia de una crisis que abarcó a toda la sociedad. No conocemos a alguien casadx hoy, o es separadx, o es jefx de hogar que se quedó con los hijos. Hubo daños psicológicos en el 2000, las madres salíamos a cartonear y los hermanitos grandes cuidaban a los chicos, crecían solos; algunos quedaron con traumas, cayeron en la droga, están en la calle. O el padre perdía su laburo y no quería que la mujer trabajara, se sentía menos y se las tomaba... Hubo devastación en las familias y quedaron graves secuelas. Nosotrxs en el MTE no permitimos que trabajen menores de 16 años.”
Y van por más. “Todo esto nos lo hemos ganado y le da bronca al gobierno ausente, a las empresas, a los galponeros que nos esquilman. El cooperativismo es el formato legal para garantizar nuestro verdadero salario, que es lo que obtenemos juntando los materiales en la calle, eso representa una venta, plata que es variable. Al que no está en el cooperativismo hoy le pagan 70 centavos el kilo de cartón, a los que estamos, 2,40 el kilo, porque tenemos menos intermediarios. Y la gran papelera, que es la que nos debería comprar –pero el Estado no regula-, hace su negocio, si regularan nos tendrían que pagar 4 pesos el kilo, lo que significaría 4500 o 5000 pesos por compañera, pero así el kilo no llega a un peso. El cooperativismo no deja que regales tu esfuerzo, educa en el autoahorro, en la venta semanal, no diaria”, explican.
Reclaman al Estado el tratamiento de la ley de envases, el respeto a la ley de Basura Cero y centros verdes para todas las cooperativas: “Tenemos la capacidad de hacer toda la recolección de la ciudad de Buenos Aires, nosotrxs fuimos lxs que la creamos, no necesitamos más empresas privadas. ¿Por qué todo el mundo licita? ¿Por qué no hay publicidad de las compañeras cartoneras y, cuando hay alguna, ponen en nuestro lugar a modelos y artistas?”, preguntan.
De lunes a viernes, antes de que anochezca, 130 cartonerxs de la Cooperativa 9 de Agosto, de José León Suárez –80 son mujeres-, llegan a la esquina de Av. Balbín y Roosevelt, en el barrio de Saavedra. Allí, como en Barrio Norte y otros “privilegiados”, además de contenedores negros para la basura húmeda hay campanas verdes exclusivamente para materiales reciclables. A las 18.15, una empleada del Gobierno de la Ciudad verifica el presentismo tomando lista y quien no llegó a tiempo no cobra el día.
A la misma hora llegan 50 cartonerxs que están en lista de espera, porque aún no han entrado en el sistema, sus “carretas” son traídas por un camión inmenso. La entrada al sistema depende del cupo que otorga el Gobierno de la Ciudad, “según Macri, este año todos tendríamos que estar dentro del sistema, porque en 2015 él no quiere ver ningún cartonero en la ciudad”, explica Claudia Silva (47), delegada y presidenta de la cooperativa, junto a ella está su hermana Alejandra (40), ambas hijas de cartonerxs que llegaron hace años de Entre Ríos y vivieron de ese trabajo. Claudia tiene ocho hijos; seis trabajan junto a ella.
En este caso, quienes están con las “carretas” (carros grandes) cobran el presentismo de 2000 pesos; y quienes están con los “bolsones” (carros medianos) y la recolección y limpieza de las campanas reciben 4500 pesos. “En los contenedores tenés que meterte adentro, porque son altos y desde afuera no llegás a revisar las bolsas del fondo; y en las campanas tenés que agacharte, la entrada es chica, es muy cansador. Muchos porteros de edificios te entregan las bolsas negras con el material sin separar”, comentan.
Las campanas verdes son para papel, plástico, cartón, vidrio y metal, “pero la gente arroja perros y gatos muertos, escombros, inmundicias y toda clase de residuos húmedos”, señala Alejandra.
Para educar a la comunidad en la separación de residuos, recientemente se aprobó un proyecto del MTE y todas las cooperativas que integran la Federación de Cartoneros y Recicladores, sumará a las campañas de concientización a mujeres que por su trabajo como recicladoras tienen experiencia en la materia. Un grupo de ellas está finalizando sus estudios secundarios para incorporarse como “promotoras ambientales” a esa actividad que apunta al fortalecimiento de los lazos de solidaridad y respeto entre lxs trabajadorxs y vecinxs.
“Hay gente que es muy buena, hasta te convida con algo cuando te van conociendo; otra, en cambio, no nos quiere, nos desprecia y piensa que les vamos a robar. A las mujeres no nos pasa tanto, pero a los varones sí, y más a los jóvenes, aun con los uniformes azules y verdes que nos identifican, igual tienen desconfianza y desprecio, como si nuestro trabajo fuera vergonzoso. Muchas veces nos llevaron detenidxs por averiguación de antecedentes.”
Adriana Silva (66) llegó hace años desde Concordia con su marido e hijos chicos, “cartoneamos hasta que él consiguió trabajo, en ese tiempo se mojaba el diario para que pesara más, vendíamos y manteníamos la casa. El consiguió trabajo en el Aeroparque y en cinco años compró un auto y lo trabajó como remís en J. L. Suárez; y yo seguí cartoneando. Hasta que tuve un cáncer de útero y paré, pero siguieron mis hijos, que ya eran grandes. Hace un año mi marido falleció y yo no voy a ser una carga para mis hijos, así que volví a trabajar. Estoy acá todos los días, con la cooperativa, cuando me duele algo me tomo un Ibu 400 y vengo, tengo que caminar, dijo la cardióloga. Yo soy la mayor de todas acá y me hace bien estar con ellas... gracias a Dios puedo”.
Las no incluidas en el sistema con frecuencia vienen a Capital los viernes y se quedan en la calle hasta el lunes, durmiendo en sus carros, entre cartones y trapos, con frío o calor, agrupados en alguna ochava o plazoleta. Durante el día juntan material de contenedores y campanas, y a las 12 de la noche van a la salida de las hamburgueserías de las grandes marcas y esperan la mercadería que sacan a la calle como basura. El lunes regresan en el primer tren con el carro cargado. Los galponeros se frotan las manos cuando las ven llegar. Cartón y botellas plásticas transparentes, “cristal”, se cotizan bien en el mercado...
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