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Viernes, 21 de noviembre de 2014

PANTALLA PLANA

La cultura de la violación

La serie británica Happy Valley narra la vida cotidiana y los problemas sociales de un pueblo en el que una mujer policía persigue al violador de su hija, que se suicida.

 Por ¡Silvina Herrera

La historia transcurre en un pueblo rural de Yorkshire, Inglaterra, con una atmósfera gris y amenazante a pesar de su aparente tranquilidad, como si desde el inicio el espacio estuviera adelantando los sucesos de la serie. Happy Valley está lejos de contar lo que pasa en un valle feliz. Toda la ironía del título se condensa en una trama policial oscura que se entrelaza con la vida cotidiana de personas comunes, con problemas de empleo, de dinero y de relaciones humanas. El melodrama se cruza con el suspenso en seis episodios desgarradores de una sola temporada, que enganchan desde el principio y provocan la misma cantidad de inquietud y placer.

La total protagonista de la serie es Catherine Cawood (Sarah Lancashire), una mujer policía que patrulla las calles mientras tiene que resolver un caso policial que moviliza al pueblo entero, y el caso personal de su vida. Su vida pública y su vida privada se entrelazan de tal manera que los límites se pierden. En un lugar que se volvió un foco de violencia y drogas, un hombre enojado con su jefe impulsa el secuestro de su hija por una banda de delincuentes sin escrúpulos. El integrante más violento es la persona que violó a la hija de la mujer policía, que vive con su nieto, producto de la violación, por la que la chica decidió terminar con su vida. Catherine vive con el dolor constante de su hija muerta, la tolerancia para criar al hijo de un violador y la búsqueda cotidiana de justicia que la lleva a perseguir al responsable de su sufrimiento. Nada es idílico en este paisaje de ensueño. No hay felicidad posible. La serie muestra injusticias laborales, maltrato, la angustia de dos padres buscando a su hija, pero el eje es siempre Catherine, su fuerza para hacer lo que ella cree que está bien, para no abandonar a los débiles, para brindar amor y para mejorar el mundo con su firmeza y entrega.

Happy Valley tiene la impronta de las películas realistas de Ken Loach, que muestran la Inglaterra más pobre con problemas sociales, y de los hermanos Coen, por su guión atrapante y lleno de suspenso. Hasta la mujer policía tiene mucho de la heroína de Fargo. Los protagonistas de esta serie son personas normales que sufren, se angustian, reflexionan sobre lo que les pasa, pero no se conforman, buscan una salida a la vulnerabilidad que les devuelva la posibilidad de ser un poco felices. También se muestra la posibilidad del ser humano de ser cruel y egoísta. Hay una línea argumental que compara al violador y a su hijo y a las posibilidades futuras. El hombre que repite las violaciones creció en un hogar sin amor, rodeado de violencia, su hijo es cuidado por su abuela con dedicación y cariño. El presente de amor espera un futuro menos tormentoso. La hermana de Catherine le dice lo que piensa cuando la paciencia parece agotarse: “Creo que es un pequeño tarado que creció sin amor. Menos que sin amor, despreciado seguramente, tratado como una basura en un día a día de miseria y desorden. Ryan es amado. Cuidado. No está creciendo en la miseria y el desorden gracias a ti. Hay una gran, gran diferencia”. Sin embargo, en ningún momento estas mujeres justifican su accionar y no lo van a dejar en paz mientras viva.

El personaje de Catherine crece en cada capítulo por la fuerza arrolladora del guión y por la interpretación magistral de Sarah Lancashire: no hay un gesto de más, un tono exagerado o una expresión que falte en esta trama que revela un modo de ser feminista en la vida cotidiana, con actitudes firmes y valientes para terminar con la desigualdad machista y que incorpora la cultura de la violación, como algo que en ningún momento hay que naturalizar, sino atacar y denunciar sin miedo.

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