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Jueves, 30 de abril de 2015

VIOLENCIAS

El taller del terror

Una joven de nacionalidad boliviana permanece internada en el Hospital Balestrini, de La Matanza, tras ser rescatada de un taller textil clandestino, donde durante tres años fue víctima de violaciones, castigos físicos y torturas por parte de sus explotadores. El caso se da a conocer en la misma semana en que dos niños murieron y tres personas resultaron heridas en el incendio de un taller de costura ilegal en Flores.

 Por Roxana Sandá

La primera vez que Rosa Payro dijo no, hace tres años, su violador, Abdón Velarde, la abusó con saña, porque al fin y al cabo él y su mujer, Eliana Payro Velarde, le estaban dando trabajo, comida y alojamiento en ese taller textil clandestino de Villa Celina. Cuando la chica de nacionalidad boliviana y entonces 18 años fue a contarle a su explotadora, una pariente lejana que la había convencido de viajar a Buenos Aires, recibió una paliza descomunal, el prólogo de ser molida a palos, torturas y violaciones reiteradas hasta hace unos días, tras ser hallada en una habitación, en condiciones deplorables y atada a una máquina de coser para que no escapara. “Vos le coqueteás a mi marido, vos tenés la culpa”, le reprochó Payro Velarde para sostener las vejaciones y la reducción a la servidumbre de ese cuerpo maltratado, con destino de descarte. Rosa permanece internada en el Hospital Vicegobernador Balestrini, de La Matanza, con asistencia médica, psicológica y en resguardo por las amenazas que le hacen llegar los agresores desde la cárcel. Su caso trasciende justo en la semana en que dos chicos de 7 y 10 años murieron calcinados en un taller de costura ilegal del barrio de Flores, a cuadras de otro fuego que el 30 de marzo de 2006 devoró a otros cinco niños y a una mujer embarazada.

“La historia de Rosa representa una realidad terrible de violencia de género, trata de personas y reducción a la servidumbre. Con sólo 18 años tomó sus pertenencias y aceptó un trabajo en la Argentina porque la convencieron de que ganaría 150 dólares por mes, además de recibir vivienda y alimento”, explica la periodista Sandra Mariscal, del diario El Visor, que reveló el caso. “Pero el peligro no estaba en las calles sino entre cuatro paredes. El abuso y el maltrato podrían haber terminado con su vida. En los años que estuvo en esa vivienda fue víctima de explotación y abusos, y sometida a castigos por algo que no hizo.”

A principios de 2012 Collana, una localidad de la provincia de Aroma, en La Paz, estaba arrinconada por la pobreza. Los siete hijos de la viuda Flora Cusi Payro concluyeron que era necesario migrar para sobrevivir. Rosita, como le dicen sus hermanos, abrazó la idea de probar suerte en la Argentina, bajo el ala de una familia lejana pero propia, para enviarle dinero a su madre. Eliana Payro Velarde hizo el resto: ganó la confianza de Rosa, compró los pasajes del micro y viajaron juntas hasta la terminal de ómnibus de Liniers, en Buenos Aires. El 2 de mayo llegaron a la vivienda del barrio Sarmiento, en Villa Celina, donde las esperaba El Tucu Abdón Velarde. “Al principio –detalló la joven– lavaba la ropa, cocinaba, limpiaba, cortaba los hilitos de los jeans y los acomodaba de diez en diez”, en jornadas que comenzaban a la madrugada y terminaban pasada la medianoche. Sus explotadores le retuvieron los documentos y le prohibieron salir a la calle o tener contacto con el vecindario durante los tres años que permaneció en la casa. Hasta que ocurrió la primera violación, y el calvario terminó de metérsele en el cuerpo como una evidencia siniestra de todas las violencias que quedaban por venir.

“Desde que le avisé que su marido me estuvo abusando sólo recibí golpes y más golpes con el palo de escoba”, recordó Rosa cuando pudo, porque las heridas en su cabeza todavía le impiden hilvanar una memoria pareja. “Nunca nadie escuchó sus gritos y el llanto cuando le daban las palizas porque los silenciaban con el ruido de los motores de las máquinas de overlock, de las rectas y las botoneras que funcionaban en el lugar”, explica Mariscal. Dejaron de darle comida y agua. “Marido y mujer me golpeaban, me pateaban en mi barriga; dormía amarrada como crucificada, sin colchón, cama ni ropa.” Rosa ingresó al Hospital Balestrini con lesiones severas en sus genitales, cicatrices mal curadas en cabeza, tórax, brazos y piernas, y con un cuadro agudo de desnutrición. La encontró la mujer que le alquilaba la casa a la pareja. Mari Flores vive en el sur del país y cada tres meses viaja a Buenos Aires para cobrar las cuotas acumuladas. Rosa le cayó bien desde el principio aun cuando no pronunciara palabra, y se le hizo costumbre verla de pasada. Por eso le sorprendió su ausencia repentina en el último año y que cada vez que preguntara por ella le respondieran que había regresado a su pueblo. Hasta que en su última visita, hace quince días, escuchó sonidos extraños en el primer piso de la casa, y en una distracción de los Velarde corrió hasta una de las habitaciones, donde encontró a Rosa atada a una máquina. Su cuerpo era un rompecabezas de hematomas. “Mari la rescató sin pensarlo y con valentía, porque Rosa ni siquiera podía caminar, y hasta peleó con los agresores, que forcejearon para impedirle el paso. Pero pudo sacarla y radicó una denuncia” en la Unidad Funcional de Instrucción N° 9 de La Matanza, que caratuló el caso como “abuso sexual gravemente ultrajante en concurso real con reducción a la servidumbre y privación ilegal de la libertad agravada” por lesiones. “No te voy a dejar vivir en paz, te voy a matar donde te vea”, fue la despedida que le dedicó su captora cuando abandonó la casa del terror.

El director de El Visor y uno de los referentes del colectivo Simbiosis Cultural, Juan Vázquez, dice que el caso es un muestrario de los “viejos métodos que se siguen utilizando para explotar a lxs más necesitadxs. Prometieron pagarle 150 dólares por mes para ayudar a su familia y nunca se los dieron. Durante los años que Rosa estuvo trabajando en ese taller sólo habló con su madre un par de veces por teléfono y luego la aislaron. No es casual que esto pase casi al mismo tiempo que el incendio de Páez 2796, donde murieron dos niños y tres personas resultaron heridas, y a nueve años del que ocurrió en Luis Viale 1269, donde el fuego mató a cinco chicos y a una mujer embarazada. Todos llegan de sus pueblos y todos, incluidos los niños, realizan tareas esclavas en los talleres”.

Según trascendió, existe otra denuncia en la misma comisaría de la zona donde fue rescatada Rosa, que corresponde a una chica de 23 años y que también habría sido captada en Bolivia por un cuñado de los acusados. Embarazada de ocho meses y a cargo de un hijo pequeño que vino con ella a Buenos Aires, pudo escapar a tiempo: nunca le pagaron, le quitaron los documentos y cada vez que exigía su paga la agredían y la amedrentaban con la amenaza de quitarle a su hijo.

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