Jueves, 30 de abril de 2015 | Hoy
ESCENAS
Ir más allá de la literalidad para abordar una multiplicidad de problemáticas del mundo aparentemente adulto, y femenino, es la propuesta de Eduardo, la pelopincho.
Por Carolina Selicki Acevedo
Braseamos entre biopolítica, lingüística, feminismo, psicología a partir de un conflicto que se presenta desde un comienzo como banal: el robo de una pileta Pelopincho, regalo de Reyes para la pequeña de un matrimonio en vías de extinción, el de Gabriela (Yaiza Conti Ferreyra) y Eduardo (Laureano Lozano), aunque este último no quiera resignar el vínculo. Entre sobras de la fiesta de Año Nuevo, el calor agobiante de enero en la ciudad, una mudanza, la terraza de un ph en un barrio venido a menos, el tereré y el pedido de una niña que resuena como eco, la paciencia de Gabriela parece agotarse, como su cuerpo. Hace días que no para de sangrar. Mientras, su ex marido se le instala, junto a su madre (Cecilia Sgariglia) y sus libros bajo el brazo. Hoy él está en las antípodas de quien ella se enamoró y su única familia son sus dos amigas, Manuela (Eleonora Schajnovich) y Laurita (Belén Briquet). El elenco, casi caricaturesco, logra cortar con el dramatismo de la trama: la enfermedad, la muerte, la discriminación, el maltrato, lxs hijxs rehenes de los padres y la exclusión mercantilista, que sumado a su abordaje de género recrudece los textos al ser dichos y apropiados por los personajes.
Entre lo que se puede destacar de las decisiones de Magdalena De Santo para lograr una obra rupturista –ganadora del 2° Premio Germán Rozenmacher de Nueva Dramaturgia, 2011– es que quien traiga todo el tiempo a colación los conceptos teóricos, incluso los más feministas, sea Eduardo, aunque desde el cinismo, “para exponer la manipulación que suele haber de quienes detentan los conocimientos”. Aclara y completa el actor: “Lo interesante de que sea el portavoz de la crítica a las cuestiones prototípicas es que justamente no es ejemplo de nada. Exigimos a quienes cumplen roles de denuncia o critica que ‘prediquen con el ejemplo’ restándole la importancia a sus denuncias. Seguimos construyendo héroes y cuesta distinguir un hecho de un contexto. Que él sea de una manera y piense de otra hace que el personaje se asemeje más a un ciudadano real”.
Muchos son los ejes abordados en la obra, pero hay uno que merece especial atención; la niña encerrada en el gabinete de gas, quien suma tensión a la tensión ya reinante. “El corazón mítico, como señala Kartun, con quien me he formado, es la niñez, más precisamente el infanticidio o cómo los adultos abandonan y dirimen sus conflictos a través de los más indefensos, en este caso la niña, aunque no haya una muerte explicitada”, aclara Magdalena, que se ha formado en filosofía y periodismo también, y agrega: “El único momento donde aparece la voz de la niña es en la carta a los Reyes Magos. A su vez, el machismo también se cuela en los papeles femeninos, hay un hacerse cargo de las contradicciones del propio discurso”.
Todo sucede en exceso, de modo grotesco y dentro de una gran lona celeste, que como señala su directora “evoca lo nacional, los ’90, lo marginal, pero también puede tornarse atemporal, con discusiones necesariamente vigentes, con una pulsión en la escritura que intento se traslade a la puesta, a los actores”. Y deberíamos agregar, al público. De a poco suena una musiquita, la cumbia villera es el lenguaje mediador con lxs que estamos en las butacas, y se torna inevitable pensar en su constante uso en las clases altas y no tan altas como vínculo con esa alteridad todavía temida. Quizás el vínculo nunca se haya pretendido, algo con lo que esta obra claramente discute, en un estallido frente a los ojos.
Eduardo, la pelopincho. Sábados 23 hs. en El Estepario teatro, Medrano 484. Entradas: $ 120. Reservas: alternativateatral.com.ar
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