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Viernes, 6 de agosto de 2004

INUTILíSIMO

Lo que NO hay que tener

En ocasiones, por inercia, por distraídas o por continuar con una tradición sin cuestionarnos su vigencia, mantenemos en nuestras casas objetos que resultan totalmente reprobables si aspiramos a la elegancia, la funcionalidad y la higiene. De estos errores fatales viene a salvarnos Antonio de Armenteras con su Enciclopedia de Educación y Mundología (Gasso Editores, Vía Layetana 153, Barcelona, 1957). Seguramente, puestas a despejar vuestras casas de toda hojarasca, han de encontrar ustedes otros elementos dignos de expulsión, además de los que nos indica la citada enciclopedia. Pero al menos comencemos por erradicar ya mismo las siguientes ridiculeces:
Escupideras: estos repelentes cacharros, inexplicablemente apreciados en otras épocas, devienen particularmente malsanos en temporada de catarros invernales, amén de la suciedad extra provocada por la mala puntería.
Bacinillas o vasos de noche: criticables por donde se los mire, con tapa o sin tapa, en la mesa de luz o debajo de la cama. Producen emanaciones malolientes y constituyen una ofensa al decoro y a la más elemental higiene. A tal punto que su uso puede ser considerado causal de separación (de cuarto).
El gong: todavía figura en algunos comedores para convocar a la mesa. Resulta pretencioso y grandilocuente.
La mascarilla de Beethoven: puesta sobre el piano, sencillamente patética, definitivamente demodée.
Los animalitos de peluche: en el cuarto de adolescentes o mujeres que ya dejaron la niñez, o sobre los sillones del living, son prueba fehaciente de la inmadurez de quienes los conservan, y juntan polvillo al por mayor.
Los atriles de hierro o madera: que sostienen un libro antiguo abierto, que nadie lee jamás. Charros y fachosos.
Los cuadros con dibujos hechos con trenzas de nuestras abuelas: ya es hora de darles un emocionado adiós y mandarlos a la baulera. O quizás –aunque esto no lo indica la Enciclopedia de Educación y Mundología– armar un puestito en Plaza Dorrego el próximo domingo, incluyendo las pelelas –si son de porcelana, mejor–, el gong bien lustrado, la mascarilla mortuoria y algún otro anacronismo. Cualquier cosa, menos los peluches. Sobre todo si son conejitos.

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