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Viernes, 6 de agosto de 2004

DEPORTE

Mañana seran tempestades

Con escaso o nulo reconocimiento oficial, peleando para cambiar reglamentos que parecían tallados en mármol, con el único estímulo de la propia fuerza de voluntad, miles de mujeres en todo el país se empeñan en practicar deportes hasta hace muy poco reservados a los varones. Fútbol, rugby y box se anotan ahora entre la preferencia de chicas bravas que sueñan con alcanzar un lugar de respeto dentro de la alta competencia.

 Por Sonia Santoro

Chocan, empujan, pegan, se rozan, patean, agarran, esquivan, golpean, cabecean, transpiran, escupen, se embarran, se revuelcan, se deslizan, corren, atajan, reciben, lanzan, gritan, se mojan, se quejan, lloran, mastican bronca, pagan, se miran, se ríen, saltan, se lastiman, llevan moretones, compiten, se divierten. Todo eso hacen estas mujeres. Y lo hacen una y otra vez. Y las veces que sean necesarias para poder seguir disfrutando de deportes que antes les estaban vedados. Fútbol, rugby y boxeo. Los lugares donde el machismo se reduce a lo más básico: al poder que le confiere al hombre las diferencias de fuerza y potencia. Ahí, en ese último coto machista, se están metiendo ellas. 45 mil jugadoras de fútbol, 300 rugbiers, más de 100 boxeadoras. Y esto recién empieza.
Cuando la pesada puerta del gimnasio de la Federación Argentina de Box (FAB) se abre, entre quejidos cortos que acompañan los golpes y las respiraciones ruidosas, se escapa cierto tufillo a transpiración de partes varias. Lo que se dice habitualmente “olor a hombre”. Y ahí están ellas con los pies encajados bajo el ring para facilitar la práctica de esos abdominales en los que hay que levantar el torso entero. Micaela Cicioli, rubísima bien torneada, de 24 años, descarga una furia capaz de voltear a un dragón cada vez que llega arriba con sus brazos detrás de la nuca. Hace dos años que entrena, desde que quiso hacer más prolijos sus movimientos en el full contact, deporte al que había llegado desde el taekwondo. Tanto le gustan que entrena los tres a diario. Su familia estaba en contra del full y todavía no sabe lo del boxeo. “Me dicen que no me criaron para que ande peleando”, pero es cabeza dura, dice también. Con esa cabeza va derribando de a uno los mitos en contra del boxeo. “Se dice que acá sólo hay gente sin educación, que no piensa, que es un deporte de animales, pero la gente que la tiene clara sabe que el boxeo es estrategia, es pegar y no dejarse pegar”, dice. Y agrega: “La gente que dice que el boxeo no es para mujeres es víctima de la sociedad, que pone a las mujeres en un lugar de fragilidad, hasta es como que la mujer no puede tener olor”. Por supuesto que presiente lo que, entre guante y guante, algún compañero piensa mientras la mira saltar la soga. Eso de que está de prestada en un lugar de hombres. Una vez un amigo del ambiente le comentó como si fuera un cumplido: “Esta noche fue un desastre, la mejor pelea fue la de las chicas”. Pero ella sabe concentrarse en lo suyo. En disfrutar de las virtudes y las contras de estar en el ring: “Está bueno, son emociones muy fuertes, es un esfuerzo físico tan intenso... aunque estás muy expuesta porque perder no es sólo perder, acá te exponés a que te rompan la cara de una piña”. Así y todo dice que no teme: “Una no les tiene miedo a los golpes, le tiene miedo al fracaso”. De dolor y fracaso sabe su compañera de abdominales Olga Mesa: chaqueña, categoría gallo, 54 kilos, cuatro peleas, dos empatadas y dos ganadas. Su primera vez fue hace tres años, en Paraná, una especie de riña de la que salió con el tabique roto y la cara marcada y dolorida durante una semana. “Cuando me vi lastimada me puse a llorar, pero sabía que era lo que me gustaba y me dio fuerzas para seguir”, cuenta.
Olga tiene varias peleas callejeras en su haber pero decidió practicar boxeo cuando vio el debut de la Tigresa Marcela Acuña contra Christie Martin, en Estados Unidos. “Me emocioné, era la primera argentina.” El boxeo femenino todavía no existía en el país, recién se legalizó en marzo de 2001. Hoy hay cuatro boxeadoras profesionales, 73 amateurs registradas por la FAB (extraoficialmente se dice que más de 100). Las diferencias fundamentales con el boxeo masculino son que las mujeres llevan protección en el pecho y que se les pide un test de embarazo 48 horas antes de cada pelea. Mientras los varones pueden sacar licencia a partir de los 14 años, las mujeres desde los 16. Y que las peleas entre mujeres son más cortas en cantidad y duración de rounds. “Nos decían que éramos discriminadores porque no lo reglamentábamos pero no era así, queríamos que no fuera un circo”, se ataja Héctor Morales, técnico del seleccionado femenino amateur, que está preparando para el próximo Panamericano a realizarse en marzo de 2004.
“Estaba la Tigresa, ¿la viste?.” Ahora en la Federación todos la nombran con cierto respeto, ¿o cholulismo?. Ahora que es la primera mujer argentina campeona mundial por la WIBA, al derrotar por KO técnico a la panameña Damaris Pinock Ortega en diciembre pasado en el Luna Park. Ahí está ella recién bañada después de su entrenamiento, consciente de su camino, sobre todo cuando se le acercan chicas a decirle que pelean porque alguna vez la vieron arriba del ring. “Ahora me doy cuenta de que no es sólo para mí lo que hice, para las chicas es más fácil porque demostré que una mujer puede boxear y ganar”, dice.


Cachito, machona, varonera, lesbiana, Maradona (si se ponen pollera), traba, camionera, son los piropos que reciben estas mujeres. Detrás está la historia escolar que por vieja no deja de ser repetida ni lamentable. Los hombres juegan al fútbol, las mujeres al delegado y sus variantes. Y la familiar: las nenas hacen expresión corporal, los varones practican deportes. Y la personal: las chicas hacen aerobic, los pibes se juntan a jugar al fútbol, o peor aún, las mujeres no practican ninguna actividad física, los hombres siguen reuniéndose para despuntar el vicio. Y así al infinito. Porque que la incapacidad de las mujeres para el deporte es una cuestión cultural es tan cierto como decir que el área está relegada incluso dentro de la agenda feminista.
El fútbol es el deporte de hombres por antonomasia, no hablamos ya de la diferencia física. Meterse en ese ámbito sin aspirar a ser diablita o boquita es casi una herejía. Así y todo, en el mundo, la historia del fútbol femenino tiene unas tres décadas. Las cinco grandes son Alemania, EE.UU., Noruega, Suecia y RP China. La primera copa mundial se disputó en noviembre de 1991 en China. En 1999 asistieron a la final de Estados Unidos casi 100 mil espectadores, todo un record mundial de asistencia a un espectáculo deportivo femenino.
La FIFA reconocía en 2001, 22 millones de mujeres futbolistas. Según Salvador Stumbo, presidente de la comisión de fútbol femenino de la AFA, la entidad tiene fichadas a 700 futbolistas. Hay unas 15 mil en las ligas del interior y unas 30 mil jugando en torneos paralelos.
El fútbol femenino es amateur. Hay 13 clubes dentro de AFA que se enfrentan en una única categoría, la primera división, que incluye chicas de 14 años para arriba. “Yo creo que es cuestión de tiempo y economía. Un club tiene un jugador trabajando desde los 6 años para llegar a primera y venderlo en 10 millones de dólares. La chica en este momento no tiene ese merchandising porque siempre ha estado el varón. Acá está costando bastante”, dice Stumbo.
Argentina tiene también una selección de fútbol femenino que por primera vez clasificó para un mundial, el 4º Mundial de Fútbol Femenino en EE.UU. en el 2003. Perdieron todos los partidos. Se dice que un diario deportivo estuvo a punto de titular “Chicas, preparen el detergente”; ingenio jamás desplegado para nombrar, por ejemplo, la patética participación de la Selección Nacional de fútbol masculino en el último mundial, cuyos jugadores, de más está decirlo, cobran cifras millonarias.
La FIFA tiene un presupuesto anual destinado al desarrollo del fútbol femenino. A la AFA le llegan, según Stumbo, 10 mil dólares por año. De esa cifra, algo exigua si se quiere desarrollar un deporte, a las 45 mil chicas que no están dentro de la AFA no les llega nada.
A la “Jornada de fútbol femenino ¿De dónde venimos y hacia dónde vamos?”, organizada el 30 de junio por el Area Mujer de la Secretaría de Deporte de la Nación, llegaron equipos de La Pampa y La Plata en busca de ayuda para que dejen de correrlas de todos lados con la excusa de que no hay cancha o no hay tiempo ni dinero para que las mujeres puedan patear. “Tenemos que formar nuestro propio club”, repetía para sí Lorena Berdula, técnica de la Escuela Modelo Municipal y Universitaria de la Universidad Nacional de La Plata. ¿Por qué? Otro dato: en la comisión de fútbol femenino no hay una sola mujer. Cada disciplina debe ser dirigida por un miembro del Comité Ejecutivo de la AFA y para ser miembro del comité hay que ser presidente o vice de un club. “Hay que meterse en los clubes, hay que hacer política –dice Stumbo–. Pero a la mujer no le interesa.” Habrá que ver a quién le interesa menos esa participación pero lo cierto es que si bien hay muchas jugadoras, ¿se imaginan el día en que Boca llegue a tener una presidenta mujer?
Mónica Santino, coordinadora de fútbol femenino en las Escuelas de Iniciación Deportiva de la Ciudad de Buenos Aires, a los 9 años ya jugaba con los varones en cualquier partido que se armaba en la calle. Formó parte del primer plantel femenino de River Plate. Jugó en Old Boys y estuvo en AFA hasta 1997. Después de años de sentir furia cada vez que se suspendían partidos por nada (porque no llegó el médico o el árbitro o porque si llueve la cancha se rompe), de soportar los chistes típicos (“¿nos cambiamos la camiseta?”) o mecanismos machistas (“la AFA castiga a los árbitros que dirigen mal mandándolos a dirigir fútbol femenino”), hoy dice que “las jugadoras deben tomar conciencia del lugar histórico en que están paradas. Es un terreno totalmente virgen, en el que está todo por hacerse y creo que depende de nosotras. La cuestión para que este deporte crezca es la escuela y las divisiones inferiores. Buenas jugadoras hay en todo el país, el problema es cómo creamos estructura para que el deporte pueda crecer. No como ahora que juegan Chicago o Platense contra Boca o River, todas en una categoría única y libre”. “Construyamos los cimientos que van a hacer que esas jugadoras que algún día van a tener la disciplina del fútbol puedan ser vendidas; que el fútbol femenino sea jerarquizado. Porque si no estamos siempre con los estereotipos”, agrega Berdula.
Las incursiones de las mujeres en el fútbol también se han dado desde el arbitraje. Cuando el ex novio de Sabrina Lois decía que salía con una árbitra, enseguida sacaba una foto para mostrar que no tenía nada que ver con esa imagen horrible que se estaba traduciendo en las caras de sus interlocutores. Con 24 años y portando rostro de nena, Sabrina se convirtió en el árbitro más joven de todos los mundiales, masculinos y femeninos. Se siente pionera y poco le importa si le dan lugar para avanzar. Por el momento tiene que achicar la ropa de hombre que le dan, cosa que se le complica con las medias (ella calza 36), para arbitrar en canchas perdidas al final de una calle de tierra de La Plata o Zárate, con lluvia o frío. “Nadie nos dice, ¿chicas, quieren hacer esto? Hay que entrar y buscar. Pero están las posibilidades para que vaya mejorando”, dice.
Se puede decir que la historia del arbitraje femenino oficial se inició con la irrupción de la tucumana Florencia Romano. En 1996, en una carta documento, Romano le preguntó a Julio Grondona si, a pesar de sus diplomas y de haber dirigido 450 partidos, su condición de mujer era el obstáculo para su carrera. “No es sensato que una mujer dirija un partido de fútbol”, contestó Grondona, que tuvo que presentarse en la Cámara de Diputados para explicarse. Hizo falta, además, una huelga de hambre frente a la AFA para que le permitieran hacer el curso de homologación. Debutó en abril del 1998.
Carlos Coradina, director de la Escuela de Arbitros de la AFA, reconoce que todo cambió desde que apareció Florencia, aun a pesar de los hombres AFA. Pero ahora, dice, “las mujeres no tienen límites. Podrían llegar a dirigir un mundial de hombres pero todavía no se dio”, mientras muestra una sonrisa irónica cuando esta cronista pregunta por la posibilidad de dirigir un superclásico de hombres. Para las argentinas, lo máximo fue dirigir torneos femeninos internacionales. Acá están siendo asistentes de reservas o dirigen juveniles de hombres o femeninos.
En la AFA hay 300 árbitros contratados de los cuales siete son mujeres. “Tenemos varias”, acota Coradina, mientras rescata como virtudes de las árbitras esa “cosa de seducción”, “la tranquilidad” que pueden transmitir. “Para mí pueden llegar pero la sociedad las tiene que aceptar”, acota, por si todavía quedan dudas de su posición.


La cancha donde entrenan las Arpías ([email protected]) en el Club Ciudad de Buenos Aires está al fondo, justo al lado de una muy muy iluminada de soccer.
Es uno de esos días fríos de la ola de frío que trajo julio y ahí están entre line-out, takles y scrums las 16 veinteañeras del equipo. Lo que las hace estar ahí dos horas todos los miércoles, viernes y domingos después de trabajar o estudiar, o las dos cosas, es el grupo, dicen. Cidila Schutt, que hacía aerobics, dice del rugby: “La diferencia que tiene con otros deportes en equipo es que la diversidad es una virtud. Puede jugar alguien que pesa 40 kilos o alguien de 80. Sí o sí hay que complementarse. Y esto vale también para afuera. Una vez estaba en una reunión familiar y me dijeron ‘¿no te parece que es un poco filosófico lo que decís?’. Y estaba mi tía con una camisa rosa y un jean, mi prima con un suéter rosa y un jean, otra prima con otro suéter rosa y un jean. O sea, que no es un chiste que la diversidad se pierde”.
Después de unos inicios infructuosos en los 80, el rugby femenino argentino nació en 1997 fruto de una clínica del Instituto de Educación Física Romero Brest. De ahí surgieron las Ñandú de Vilo, equipo pionero en el país. Según la Unión Argentina de Rugby (UAR), hoy hay unas 300 jugadoras en todo el país, distribuidas en unos 15 equipos, principalmente entre Buenos Aires y el noroeste del país.
El rugby femenino crece aún sin demasiado apoyo de la Unión Argentina de Rugby (UAR) y, en el caso de Buenos Aires, sin reconocimiento de la Unión de Rugby de Buenos Aires. El año pasado la UAR formó una comisión de rugby femenino que este año se disolvió (no fue la única) y el área pasó a formar parte de “desarrollo del juego”. “Estamos en etapa de institucionalización, las jugadoras deberán estar asociadas a clubes afiliados a uniones provinciales, quienes a su vez son las entidades afiliadas a la UAR”, explica Eliseo Pérez, secretario técnico de Desarrollo del Juego de la UAR. Lo cierto es que la UAR recibe fondos de la International Rugby Board (IRB) desde 1996 como parte de una estrategia “para subsidiar la implementación del Plan de Desarrollo del Juego en todo el mundo en todos sus aspectos” (esto incluye el rugby femenino), explica Jorge Braceras, representante de la IRB para Sudamérica.
Soledad “Melli” Espel llegó al equipo después de pasar por artes marciales, fútbol y demás. En el fútbol sólo podía ser arquera. Es corpulenta y simpática la Melli. Y sabe hacia dónde va. “Hay que abrirles la cabeza y darles vuelta el cerebro”, dice, refiriéndose a las entidades que no las apoyan. Sabe que todo el proceso se entorpece porque son mujeres. “En todos los ámbitos de tradición de hombres en que una mujer quiere incursionar encontró la misma oposición. Pero yo voy a seguir jugando”, dice. La política capitana Luciana Arce, 21 años, prefiere no nombrar la palabra “feminista” porque dice que los hombres “se atacan por ese lado”. Pero sabe que se van a ir metiendo, aun en silencio. Con la misma tranquilidad con que ya aprendieron a responder que el hóckey, deporte donde las mujeres les llevan la delantera a los hombres, no es menos violento que el rugby. “Son los mismos golpes. Pero ahí jugás con una pollerita y una musculosa, que queda divino. Por eso nadie te dice nada aunque tengas un palo y una bocha que si te pegan te parten la cabeza. Las chicas se van del entrenamiento con una bolsita de hielo”, dice.
En la mitología, las Arpías personificaban tempestades capaces de arrastrar a los hombres hasta las mansiones subterráneas. Eran pájaros con garras y cabeza de mujer con un hambre insaciable. Su nombre sugiere la idea de “arrebatar”. Y en la creencia popular han sido vistas como vengadoras divinas.

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