Viernes, 14 de octubre de 2005 | Hoy
INUTILíSIMO
Queréis saber cómo se forjaba el carácter de la mujer española en los años ‘40, bajo la férula del generalísimo Franquísimo? Nada mejor para este fin que recurrir a la antológica La Sección Femenina, de Luis Otero (Edaf, Madrid), jugosa recopilación de cuando a las señoras y señoritas “se les pedía ser hogareñas, patriotas, obedientes, disciplinadas, abnegadas, diligentes, religiosas, decididas, alegres, sufridas y leales”. ¿Os parece demasiado? Pues no: es posible alcanzar ese grado de perfección de la feminidad si desarrolláis una voluntad férrea y os alejáis definitivamente del viva la pepa que tanto ha relajado las costumbres actuales.
Primero, ocupémonos del vestuario: en el capítulo Muñecas vestidas de azul se encuentra un ramillete de recomendaciones que podían leerse en la Sección Femenina de diversas publicaciones de la época donde se insistía mucho, tomen buena nota, en que “nuestras niñas tienen que ser sanas, cristianas, útiles y buenas”, lo que dará como fruto excelentes madres de futuros hombres al servicio de la patria. Esas chiquillas, hasta los 17, debían llevar el uniforme de la Organización Juvenil, dividida en varias ramas según la edad: boina roja, falda y camisa azul mahón, “un color limpio y trabajador, fuerte, sin engaños ni debilidades como los de otros colores confusos y pálidos”. La orden era no usar ninguna de estas prendas aisladamente. Desde luego, los colegios religiosos tenían –además– su propio uniforme en el mismo tono azulado (como el de la ilustración, aparecido en la revista infantil Bazar), y en esas instituciones las alumnas recibían lecciones de las instructoras de la Sección Femenina “para ser obedientes a Dios y sumisas a la Falange”.
Una muestra representativa de la claridad de ideas con que se educaba a las chicas para ser ultrafemeninas la encontramos en el Libro de las Margaritas, que aconsejaba prudentemente: “No hay que ser nunca una niña empachada de libros, que no sabe hablar de otras cosas; en una palabra, no hay que ser una intelectual”. Años más tarde, en los ‘60, la Sección Femenina de la Falange Española Tradicionalista proclama orgullosamente el éxito de la campaña sistematizada de “formación de las mujeres en el ámbito nacional, que abarca todas las manifestaciones de la actividad femenina, desde las enseñanzas del hogar, de puericultura y maternología, hasta los bailes y cantos regionales, pasando por toda una gama de preocupaciones religiosas, patrióticas y culturales”.
Para que el adiestramiento fuera completo, no bastaban las nociones cotidianas de feminidad, cristianismo y sumisión a la autoridad, y el uso del uniforme azul: asimismo se marcaba el peinado de la Sección Femenina, subdividida en grupos según la edad: las tiernas margaritas, el pelo corto, la raya al medio y flequillo; las flechas, un poco más crecidas, dos trenzas; las flechas azules, el pelo atado en la nuca con un lazo azul de 2 centímetros de ancho. Si alguna usaba rizo u onda debía notarse apenas. Deplorablemente, pese a tanto rigor en todas las áreas, después vino el destape de los ‘80 y arrasó con tantos desvelos piadosos y patrióticos.
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