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Viernes, 14 de octubre de 2005

A MANO ALZADA

Soñar, soñar

(De cómo inventar una danza entre quienes están destinados a no encontrarse)

 Por María Moreno

La expresión Solos y Solas únicamente puede prometer pareja en su fórmula, ya que ser impares de un lado y del otro no garantiza el ser dos: la irreciprocidad es razón de ser “parias de casamentera”. Tamara Kamenszain llevó a la lírica una temática asociada a su opuesto: el empareje económico de libido y efectivo, la precariedad de quienes dejarían la seducción azarosa por el arreglo de profesionales. Pero como no se lleva a la lírica tamaña plebeyez sin que la lírica se transforme y sin que la plebeyez se ennoblezca, la contratapa del libro se sorprende por “temas que parecen relegados exclusivamente a la prosa”. Habría que agregar “y a lo prosaico de la retórica mínima concebida para el aviso clasificado”. Sin embargo ¿acaso esa soledad de los que apuestan a conocerse, en una reciprocidad siempre diferida, no es homóloga de la que se sostiene en ese “poesía eres tú” lanzado entre dos que no se conocen, autor/a y lector/a?

Tamara Kamenszain no se desliza hacia la narrativa pero, como si fuera el “off de los solos y solas”, la anécdota fantasma puede asaltar la lectura fuera de la responsabilidad de la autora: “vos contás yo cuento y juntos /a cuatro manos convocamos fantasmas/ nuestros ex se presentan solos/ y nos dejan fabular tranquilos/ en lo que dura la charla”, o, “Cuando te vea por primera vez/ si te pongo guión de diálogo /va a ser porque leí novelas /y algo de ese tiempo perdido/ me socorre ahora que estamos curtiendo/ el largo de un silencio embarazoso”.

Solos y solas está dividido en tres partes. En la primera, la “sujeta” (invención de Kamenszain que feminiza un término teórico mientras alude a un verbo que indica dependencia) hace el inventario de su condición de impar. Es la cenicienta en radiotaxi, cuya soledad es reconocida por la nuca del taxista, la okupa de su propia casa, como si, cuando la propiedad deviene exclusiva, se la perdiera debido a la falta en la otra mitad de la cama doble (Alfonsina decía que nunca había armado una casa porque las casas se hacen de a dos). En la segunda parte, la sujeta apuesta al encuentro desde tres posiciones que se deslizan en letanía a través de ligeros cambios “Cuando te vea por primera vez”, “Cuando me veas por primera vez”, “Cuando nos veamos por primera vez”. “Nos vemos” es la fórmula retórica que despide a un futuro virtual, es un adiós indoloro que indica que otra vez hay que barajar y dar o recibir. En este caso ese “nos vemos” del final no es el broche del fracaso sino el aura para la continuidad de la apuesta. En la tercera parte, la pérdida de una alianza en su doble sentido de objeto y de vínculo reenvía a la escritura. El solo o la sola son menos buscadores de partenaires que jugadores cuya divisa es la enigmática frase de Mallarmé: “Un golpe de dados nunca abolirá el azar”. Es en esa tercera parte donde aparece el padre, la pareja que toda mujer jamás empareja y el relato del ritual judío donde se hace pareja bajo un toldito. Padre que se desdobla en padre poético –Alberto Girri– para indicar: el motivo es el poema. Pero no se trata de dejar en el prosaico mundo del referente, de las ficciones de yo, eso que la escritura evoca de lo vivido del amor, aunque sea como esperanza. “¿de qué si no estoy hablando de mí?/ ¿de qué si cuando escribo no te hablo?” sólo pueden ser formas de la negación. Sin el toldito, no hay desierto sino errancia.

La sujeta poética de Tamara Kamenszain es topológica. De este lado del Mediterráneo, La casa Grande, Vida de living, Tango bar son los títulos de sus libros de poemas pero también la dirección de un movimiento que va desde un adentro metafórico a otro que marca una intemperie fecunda: “El tiempo de la familia conmigo se aleja/ y lo que resta todavía de infancia/ en el entretiempo de la literatura se pone cerca”. De todos modos, aquellos espacios burlaban el protocolo destinado a la tarea femenina convirtiéndolo en un estricto laboratorio de experimentación con la lengua (al parecer lo único común garantizado entre solos y solas).

Con un material sospechoso, cuando no desdeñado, Tamara Kamenszain escribió un libro romántico, de severa belleza formal y filosofía zumbona, que puede leerse como la versión posmoderna pero igualmente popular de aquellos donde Alfonsina hacía soñar con la soberanía orgullosa de una loba soltera.

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