Viernes, 30 de diciembre de 2005 | Hoy
MONDO FISHON
Después de las fotos de su orgía de cumpleaños y el video de una noche de drogas, a la pobre Kate Moss le dijeron de todo, la obligaron a separarse del novio adicto y a internarse en una versión elegante de la granjita de rehabilitación. Dijeron: “Pero esta chica va a engordar mucho cuando deje el vicio” (y ella misma lo había vaticinado, al explicar uno de sus motivos para tomar cocaína: “Tenía miedo de engordar y perder el trabajo”). Horror de horrores, el mundo de la moda se atemorizó tanto por semejante conducta que un efecto dominó le valió la cancelación de contratos publicitarios con cifras que dan vértigo. Estaba perdiendo plata, bah, porque de buenas a primeras ese mismo aspecto de perdida que la había llevado a lo más alto (recordar que la carrera de KM empezó de la manito del heroine chic look, en el que ella, claro, reinaba a sus anchas) resultaba tener cierto fundamento en la vida real. Y parecer, bueno, puede una parecer cualquier cosa (esa habilidad camaleónica que tan bien cotiza, ese morbo que alimentan los ojitos virolos y la mirada de pizpireta, en fin), pero serlo es una cosa completamente diferente. El caso es que la chica, cuando medio mundo la daba por recuperada apenas en cuanto a su salud, volvió a tomar el cetro por el mango y más aún: ¡a ser todavía más diva que antes!
Con siete kilos más, la tenencia de su hija Lily Rose confirmada (estuvieron a punto de retirársela por su adicción), y el gesto cada vez más torvo y altivo, Kate volvió sólo para ser reverenciada por la crème de la crème, nunca más francesamente adecuada: la Vogue gala acaba de dedicar su último número a ella. La puso en tapa, le dedicó un portfolio de fotos históricas, le organizó producciones complejísimas con un fotógrafo estrella (Craig McDean)... En su último desfile, Alexander McQueen salió a recibir los aplausos en la pasarela con una remerita que rezaba: “We love you Kate”. Abanico en mano, Lagerfeld soltó: “Ella encarna el tipo ideal de mujer con el que se identifica más de una generación de mujeres jóvenes. Kate tiene un aura única y una fuerza personal”. Roberto Cavalli la quiere para su próxima campaña. Burberry desanduvo sus pasos y volvió a contratarla como cara oficial. Una empresa de artículos de lujo más que lujosa la quiere, la quiere desesperadamente. Y siguen las firmas.
Desde aquí, nunca nos cansaremos de escribirlo a los cuatro vientos: ¡siempre quisimos a Kate!
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