Viernes, 18 de febrero de 2005 | Hoy
POLVO DE ESTRELLAS
Ya lo decía el brillante doctor Paul Julius Moebius en La inferioridad mental de la mujer (librillo de investigación que debería convertirse en nuestra guía de cabecera y acompañarnos en la lectura nuestra de cada noche, para que nunca olvidemos cuál es nuestro lugar): “el instinto hace a la mujer semejante a las bestias, más dependiente, segura y alegre”. Porque hay que reconocerlo, amigas, amigos, especialmente en este extraño verano que ha reactualizado –si era necesario– ese tema tan vigente, tan candente, tan pero tan vapuleado hace apenas unas semanitas, cuando el presidente de la Universidad de Harvard dijo aquello de que si las chicas no progresamos en las ciencias (duras, desde ya, ¿o acaso creen uds. que hay otras?) es por “las diferencias innatas en los sexos”. Habráse visto esos ríos de tinta fluyendo en páginas de todo el mundo, esos minutos robados al éter y a los rayos catódicos para desparramar –entre sonrisitas cómplices, obvio, porque esto es tan gracioso, gordo– tímidos reproches de lo que ya todo el mundo sabe: que sí, que es cierto, que somos sólo chicas y no hay nada que hacerle al respecto. Aunque intentamos, claro, y siempre sin perder nuestra feminidad, porque a ver si todavía nos confunden con lo que no somos.
Afortunadamente, en estas tierras lo último que se pierde es la conciencia de las verdades: al pan, pan, al vino, vino, y a las mujeres la vocecita que da los datos del tiempo y recuerda la hora, los canales de manualidades, los roles de leonas guardianas (o de audaces irremediablemente tontas, y no vamos a hacer nombres, aunque abundan en el periodismo mañanero re-inteligentemmm y en el panelismo delirante de Indomables, y no nos referimos precisamente a Jackie Keen, que cada día más nos recuerda más a Legalmente rubia), los canales de manualidades y los programas de la tarde. O de la noche, como bien sabe la espléndida Karina Mazzocco, que ya hizo toda una especialidad en eso de enunciar con su dicción perfecta lo terrible que es la tiranía de la imagen para la autoestima y el desarrollo espiritual de nuestras niñas, y todo sin perder la compostura para acompañar a una acomplejada muchacha en el camino que la convertirá de patita fea en cisne. Porque el dolor ante la propia imagen, dijo la políticamente correcta Kari, puede abrumar, acosar, ser tre-men-do. ¡Pero siempre se puede hacer algo al respecto! Y entonces sí, una serie de felices intervenciones médicas nos devolverán la alegría de ser bellas bestezuelas, y ella, conductora atenta, amable, divina, nos preguntará lo fundamental después del martirio: ¿cuánto tardás en vestirte ahora que sos linda?
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