Viernes, 23 de febrero de 2007 | Hoy
TALK SHOW
Por Moira Soto
Desde niñas, en el colegio, Connie y Carla intentan cantar a dúo, pero sus compañeras las ignoran. Ya adultas, siguen haciendo sus numeritos de famosas comedias musicales en un bar de mala muerte en el aeropuerto de Chicago, con piezas de vestuario encimadas que se van quitando para entonar sucesivamente temas de Oklahoma!, Jesus Christ Superstar, Cats... frente a un público que conversa, lee, se duerme. Una lágrima, la verdad sea dicha. O dos. Para colmo, el único tipo que las elogia, un gordito transportador de droga, es asesinado por el gangster al que le sustrajo un kilo de cocaína. Como en Una Eva y dos Adanes (y en otros films sobre testigos involuntarios de hechos criminales), Connie y Carla asisten aterradas a la muerte del pobre Frank, son avistadas e identificadas por los villanos y deben huir a toda marcha en coche (“Drive, Thelma, drive”, azuza Carla a Connie), dejando sumidas en la aflicción a sus respectivas madres que al verlas tan emperifolladas deducen que se han hecho prostitutas. En plena carretera discurren acerca del mejor lugar para pasar inadvertidas, buscan un sitio “donde no haya teatro, ni musicales, ni ninguna otra actividad cultural”. Y ambas coinciden aliviadas: “¡Los Angeles!”.
Y quien dice L.A., está diciendo Hollywood, cómo no. Cartel, palmeras, zona oeste, depto tristemente amueblado, laburito en un salón de belleza donde las chicas muestran raudamente la hilacha de su falta de oficio. Las despiden y para reanimarse se van a un bar. Como buenas pajueranas caen en un boliche sin darse cuenta de que es gay, dos chicos lindos bailan con ellas, encantadas, y cuando termina el tema, ellos se besan en la boca, y Carla y Connie se atragantan. De pronto comienza el show, las rodean travestis con sus pelucones, pestañotas, derroche de delineador, sobreboca, mucho lustre, y las chicas escuchan la palabra que cambiará sus cabezas y les resultará un buen rebusque para despistar perseguidores: audicionar. Amigas y socias, C&C deciden hacerse pasar por travestis con tres capas de maquillaje, bajando dos tonos la voz y siguiendo la máxima de Debbie Reynolds, ídola de Carla: “Hombros atrás, mentón arriba, pechos adelante”. Interpretan canciones de Cabaret, de Evita y son contratadas.
A partir de ese momento, la comedia se sale un poco del molde personaje –que-se-traviste-para-conseguir-trabajo (Tootsie, Victor-Victoria)– y por la vía del humor y la ternura, con suficientes dinamismo e ingenio, entra en el terreno de la sincera aceptación de la diversidad, de la integración de Connie y Carla a un grupo humano tan fascinado como ellas por las candilejas, el show musical, la representación teatral. Paralelamente, el straight Jeff —personaje que encarna con inesperada gracia David Duchovny—, hermano de una de las travestis a quien no ve hace veinte años, pone todo su empeño en dejar caer sus prejuicios y acercarse a él/ella. Sobre la escena, Connie y Carla descubren entusiasmadas que tienen mayor libertad de expresión, “como hombres podemos decir lo que queramos” (por ejemplo, un chiste a propósito de Jesus Christ Superstar sobre lo difícil que es encontrar un tipo en Nazareth, “donde la pobre María Magdalena se enamora de uno de 33 que vive con la mamá, quien jamás aceptará por nuera a una shikse con pasado...”). Siempre desde el escenario, con el nuevo desparpajo adquirido, preguntan a una mujer del público por qué no se ríe. “Bótox”, explica la amiga, “Veneno, ¡oh, no!”, exclama Connie. “¿Cuántas se matan las arrugas?”, y la mitad de los/as presentes levantan la mano.
Entre guiños cinéfilos, oraciones a Santa María de las Travestis (que cierran con un gay-men, en vez del clásico amén) y gratos números musicales se afirma el éxito de las supuestas drag queens, y también aumenta la posibilidad de que los mafiosos las encuentren. Sobre todo porque Tibor, el segundo del gangster, está haciendo toda la ruta de los musicales, se enamora del género y cada vez que habla con su jefe adopta la jerga de los críticos de teatro.
El guión de Connie y Carla, idealmente protagonizada por Nia Vardalos y Toni Collette, fue escrito por Vardalos (también productora y autora de Mi gran casamiento griego). Una comedia que además de hacer reír y de conmover, de demostrar que a veces el hábito hace al monje (o a la monja), brinda el regalito final de la presencia estelar de Debbie Reynolds, icono gay, quien responde a una carta de Carla y participa enfundada en brillos, cantando y bailando en el grand finale, antes de mandarse un bocadillo antológico.
Carla y Connie, mañana sábado a las 14,15 por Cinemax.
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