–¿De qué forma afecta a las y los productores la aparición de grandes inversiones para la siembra de soja?

–Hay dos maneras en que la soja puede afectar –explica Matías Berger, sociólogo de la cátedra de Sociología Rural de la UBA–. El primer efecto sería el desplazamiento. Muchos de estos productores minifundistas están en tierras que no son propiedad suya, campos fiscales o tierras desocupadas. En esos casos, la puesta en producción de esas tierras para la implantación de soja desplaza a esos productores. Cuando no hay desplazamiento, ocurre que el desmonte hace perder las bases de la economía de subsistencia, ya no se tiene acceso al usufructo de tierras de uso común y, por otra parte, les saca trabajo porque muchos son hacheros u obrajeros.

El desmonte, a su vez, altera el ecosistema. En una provincia con tendencia a la aridez, se eliminan especies vitales para el equilibrio del ambiente. Si la actividad no se complementa con la siembra de esos mismos árboles, se va destruyendo el monte.

–¿Cuál es la estrategia del gobierno provincial frente a las firmas de soja?

–¿Viste el cartel que está llegando a la capital de Formosa? El aviso dice: “El futuro de Formosa está en el campo”. Es un slogan de la Gobernación de la provincia. La idea es promover explotación altamente diversificada, de gran escala, con una gran cantidad de asalariados que van a movilizar la economía provincial. En realidad es una mentira porque lo que estamos viendo no son chacareros, a ellos no los podés subir al tractor para que trabajen. No hay mano de obra para ese tipo de tecnología, eso se hace con contratistas que traen sus maquinarias y sus trabajadores de afuera de la provincia.

El segundo efecto ocurre en el momento de fumigar. Se trata de la contaminación por agrotóxicos, un fenómeno que surge a partir del 2002; esto tiene que ver con el precio de la soja y la incorporación de tierras que antes no producían. La devaluación más el precio de la soja hacen rentables las tierras que antes no lo eran.