Viernes, 14 de abril de 2006 | Hoy
“La encontraron vestida de hombre. Y partiendo de eso como base del interrogatorio, inmediatamente le preguntaron cuándo y por qué había retomado ese traje y quién se lo había aconsejado. La verdad es que para ese entonces ya debía estar harta de esas preguntas. ‘Lo adopté por mi propia voluntad. Nadie me obligó. Prefiero vestir de hombre que de mujer... Nunca he creído haber jurado no volver a ponérmelo. Lo hice porque me pareció más apropiado estando entre hombres, vestir de hombre que de mujer (...)’. La siguiente pregunta la llevó a terreno peligroso: Desde el jueves pasado, (el día de la abjuración) ¿has oído las voces de Santa Catalina o Santa Margarita?
Juana: Sí.
–¿Qué te dijeron?
–Me dijeron que a través de ellas Dios me enviaba su misericordia por la traición que consentí al abjurar y retractarme para salvar mi vida, y que al salvar mi vida me estaba condenando. Antes del jueves me habían dicho lo que debía hacer y lo hice. Me dijeron que contestase al predicador en el estrado, valientemente, que era un falso predicador y que dijo que yo había hecho cosas que no había hecho. Si decía que Dios no me había enviado, me estaría condenando, pues es verdad que Dios me envió. Mis voces me han dicho, después de eso, que hice muy mal en hacer lo que hice y que debo confesar que hice mal. Fue el miedo al fuego lo que me hizo decir lo que dije...
Frente a las palabras de esta declaración Boisguillaume anotó en el margen: “Contestación fatal”. A los pocos días fue conducida a la hoguera.
Juana de Arco, Vita Sackville-West, Ed. Siruela.
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