Dice “retirada”, sin embargo, el apasionamiento teórico y práctico que le pone al activismo de género haría suponer términos más afines al enojo o la reticencia. “La militancia feminista fue un proceso formativo personal muy importante; hoy estoy retirada por muchas razones, entre otras por la presencia de un ala radical con la que no comulgo. Creo que si hay algo importante que me dejaron los estudios de género es que en la medida en que no pensemos el género como una categoría inclusiva y no exclusiva, podremos avanzar también hacia ese ideal de equidad que buscamos.”

¿Cómo rearticulaste entonces tu pensamiento con la línea del Centro de Estudios de Género?

–Es un espacio privilegiado porque allí se puede ser feminista autónoma. Desde hace un año y medio impulsamos un seminario de debates actuales sobre la teoría feminista y vale todo. Mi investigación de las culturas policiales nunca causó problemas hacia el interior porque hay una intención de incluir estos nuevos ejes que permiten ir tomando apuntes sobre las repercusiones que tiene en términos afectivos y emocionales esta cuestión de la masculinidad hegemónica.

¿Cuál es la situación de las mujeres en Guadalajara?

–En principio, la población arrastra una tradición católica y el peso de la Iglesia es fuerte; estamos gobernados por el PAN, un partido de derecha con gente que aboga por que desaparezca del cuadro básico de medicina la píldora del día después, por censurar todo aquello que tenga que ver con la expresión de las opciones sexoafectivas diferentes, por que no se legisle sobre las parejas de hecho, por penalizar aún más el aborto, tercera causa de muerte, pero no abogan por transformar y generar nuevas leyes contra la violencia intrafamiliar. En Guadalajara es difícil ser lesbiana, ser homosexual, o reivindicar el derecho que tienen las mujeres de abortar en condiciones de salud aceptables. Por eso para mí es muy significativo que las Patlatonalli cumplan veinte años en esta ciudad y contra esa tremenda fuerza que todavía supone la Iglesia.