Viernes, 24 de abril de 2009 | Hoy
Por Ana María Shua
¿Quién imagina el imaginario social? ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Durante la Segunda Guerra, las mujeres europeas y en parte las norteamericanas se probaron en todos los trabajos tradicionalmente masculinos (excepto, claro, los puestos de decisión, los que implicaban manejo del poder). Mientras los hombres estaban en el ejército, ellas fueron choferes de ómnibus, pintaron paredes, empuñaron herramientas, ganaron dinero, aportaron sueldos, participaron activamente en el sostén del hogar. Pararon la olla. Llegó la posguerra y se hizo necesario disciplinarlas: los hombres tenían que recuperar sus puestos de trabajo. De allí los pacatos años ‘50, con su imagen de una mujer modosita y hogareña, dedicada a sus hijos, discurriendo por sus propios femeninos carriles, corriendo como un hamster en su ruedita en lugar de molestar y chocar a los hombres en su carrera por la vida. Una exigencia tan limitante que desembocó en el desaforado feminismo de los ‘60.
Ahora que el sueño del crecimiento eterno, imparable, de la sociedad capitalista está detenido (no sabemos si fracasado), ¿cuál es la imagen de la mujer que le sirve a la sociedad de la debacle económica?
De debacles económicas los argentinos sabemos todo. Este tropezón no nos impresiona. Una mancha más para este viejo tigre cansado, cada vez un poco más hambriento, más lento, más tristón, aun en las épocas de vacas gordas. Está estadísticamente comprobado que los hombres compran los autos, participan activamente en la compra de los electrodomésticos y paremos de contar. Todo lo demás lo compramos las mujeres. ¿Qué necesita de nosotras, hoy, la sociedad? Lo mismo de siempre: que sigamos comprando. Consumo, consumo, consumo. Durante la terrible crisis de 2001-2002, con familias durmiendo en las calles y el nuevo oficio de los cartoneros (que vinieron para quedarse) recorriendo la ciudad, ¿acaso el famoso shopping de Buenos Aires cambió su slogan? De ninguna manera. Siguió siendo, para siempre, “pasión de mujeres”. El mundo nos necesita compradoras, en la debacle más que nunca.
Pero atención: hay que despenalizar el consumo, que por cierto no tiene nada de malo. La riqueza de un país se mide, entre otras cosas, por el índice de consumo de sus habitantes. Los países que tienen más alto consumo per capita suelen coincidir en los índices de mejor educación, mejor salud, mejor vivienda, más alta calidad de vida. Este mundo, capitalista o no, funciona así. El consumo hace funcionar las fábricas, da trabajo, baja las cifras de la desocupación, mueve la rueda de la economía global.
La imagen de mujer consumista que tratarán de vendernos será, a lo sumo, un poco más disimulada, como para no ofender. Compren, chicas, con inteligencia, con cuidado, con sutileza, pero compren. Comparando precios, haciendo economías, invirtiendo en lugar de gastar, pero compren. En liquidaciones o en outlets, mercadería trucha o fallada, pero compren. El mercado de La Salada, pasión de mujeres. ¡A consumir, que se acaba el mundo! (Al menos, cierto mundo).
* Escritora. Su último libro es Que tengas una vida interesante.
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