Viernes, 14 de agosto de 2009 | Hoy
Por Carolina Golder*
Desde mitad de los años ’90, varios grupos y experiencias van apareciendo en la escena urbana y de a poco van entretejiendo relaciones y pensares y, al mismo tiempo, acciones concretas. Este aparecer mostró su potencia más amplia en la construcción de los escraches.
Desde nuestros inicios buscábamos crear relaciones con otros colectivos. Al principio, lo hicimos en el ámbito artístico, en el cual nos habíamos formado y creado como grupo, pero su frialdad nos hizo sentir rápidamente muy ajenas. No encontrábamos allí eco a nuestras preguntas.
Nuestro pensar desde las imágenes como política concreta nos vincula directamente con la agrupación H.I.J.O.S., donde la novedosa construcción de justicia aglutinaba a varios jóvenes provenientes de diversos lugares que no se sentían representados en la clásica forma de hacer política.
Esto significó, para muchos, experimentar el tránsito del hacer individual al hacer colectivo y la calle como escenario de esas prácticas creativas. Este trabajo conjunto se practicaba sin considerar demasiado las especificidades “artísticas” o “políticas”: sentíamos que era necesario que así sea. Desde los lenguajes, metodologías o técnicas utilizadas intuíamos que todo lo producido irrumpía en el espacio urbano de una manera que podía modificar al que se interpusiese en ese camino.
Como GAC siempre pensamos nuestro trabajo desde la necesidad de crear un espacio donde lo artístico y lo político formen parte de un mismo mecanismo de producción simbólica. Es por esto que a la hora de definir nuestro trabajo se desdibujen los límites establecidos entre los conceptos de política y arte, y adquieran un valor mayor los mecanismos utilizados y las posibilidades de confrontación real que están dadas dentro de un contexto determinado. La búsqueda de un espacio para comunicarse visualmente, tomando como eje la apropiación de espacios públicos, considerando los aspectos locales y territoriales, tanto en su dimensión física como socialcultural, se vuelve imprescindible en la acción colectiva. No hay límite y los lenguajes se amplían de formas impensables. No hay definiciones, la apertura es máxima y las relaciones constantes se dan en lo cotidiano. El trabajo desde lo colectivo con estas características tiene una actitud de movilidad en la elección de las metodologías y una diversidad de criterios que permite desplazarse y sortear la absorción y la desarticulación.
Sin embargo, en los últimos años, en algunos momentos coyunturales específicos, sentimos quedarnos sin lenguaje. Esta percepción también se colectivizó. No saber cómo decir: la sensación es la de estar por fuera del lenguaje. Pero fue más fuerte la necesidad de crear nuevas prácticas, de hacer nuevas búsquedas, incluso a modo de tanteos. Empezamos entonces a trabajar la cuestión de la “inseguridad”, de cómo todos nos convertimos en “blancos móviles” en la ciudad, y simultáneamente, cartografiamos un nuevo “juego de la vida”: ese desde donde se nos invita a la normalización de nuestro cotidiano. Trabajamos ahora sobre nuevas preguntas. Especialmente para saber qué significa hoy reinventar lo colectivo.
* Integrante del Grupo de Arte Callejero (GAC).
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