› Por Leopoldo Brizuela
María Elena tuvo mucho que ver con mi formación. La conozco desde que tengo 14 años, cuando me recomendaba leer a Doris Lessing o a Flannery O’Connor. De manera que editar su libro fue como devolverle algo. Me pidió que le sugiriera un orden más novelístico y eso fue lo que hice.
Desde muy temprano ella formó asociaciones muy productivas con mujeres, todas las personas que estuvieron alrededor de ella son pioneras: María Herminia Avellaneda en la televisión, Sara Facio en la fotografía, Leda Valladares en la canción. Son gente de una importancia única que se asoció para mucho más que una pareja: eran firmas, con estilos muy reconocibles.
A María Elena le interesaba la ambigüedad por motivos estéticos, porque hay un aprovechamiento de la polisemia en ella, es una ambigüedad que produce más de un sentido, no es una castración. A la gente le caen mal o bien sus opiniones políticas pero eso es porque tuvo la voluntad de intervenir permanentemente, algo que no es nada común. La gente sabe lo que pensaba María Elena y estará en desacuerdo o no porque ella se encargó primero de decir lo que pensaba.
Fue una mujer con una enorme entereza, y en todos estos años la gente que me preguntaba por ella pensaba que estaba muy mal, pero la verdad es que cuando iba a verla nunca sentía que era una visita a una persona enferma. Por más que estaba en silla de ruedas y tenía un montón de problemas, su inteligencia y su luz estaban siempre ahí, sus enormes ganas de vivir. Leía todo el tiempo, estaba muy copada con Egipto, tenía esos enamoramientos de los escritores y en algún momento quería escribir algo porque me pedía que le llevara libros sobre el tema. Hubo un episodio muy misterioso con una novela, La reina del Nilo, que de golpe desapareció de la casa y desapareció de todas las librerías.
Sus juegos clásicos era que te dijera un octosílabo y vos tuvieras que seguirlo, o te miraba y empezaba a cantar y vos tenías que seguir el tango. Era una complicidad que yo creo que era la que el padre tuvo con ella. Las canciones infantiles de ese primer taller literario que fue el papá haciéndola jugar con versitos ingleses cuando era chica.
Estaba enterada de todo, tenía mucha nostalgia de los compañeros, es una elección de ella que la hayan velado en Sadaic, pero también tenía nostalgia de los compañeros del variété francés.
María Elena era muy incorrecta, una vez le dieron un premio a Luisa Vehil por su carrera y me dijo: “¿Por qué no se lo dan a Tita Merello?”. O cuando Victoria Ocampo estaba pensando en donar sus casas, María Elena le dijo que se las donara al sindicato de Luz y Fuerza. Tenía esas cosas. Sentía una enorme valoración de la mujer en el arte popular: Tita, Niní Marshall eran sus referentes.
María Elena era una feminista que sabía lo que eran las mujeres.
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