› Por Diana Maffía
Sé que ustedes pensarán
qué pretenciosa es la Juana,
cuando tiene techo y pan
también quiere la ventana
“La Juana” M. E. Walsh
Me enteré de la muerte de María Elena Walsh por Twitter, y cuando busqué en Internet la noticia todavía no había circulado en los medios. La reacción de casi todas las personas que expresaron su penísima en primera persona fue recordar alguna estrofa de las que inmediatamente saltan a la memoria de esta prodigiosa artista tan pegada a nuestras biografías por varias generaciones. Yo recordé “La Juana”. No es una de las canciones infantiles más conocidas, disparatadas y geniales, sino la pequeña historia de una mujer del interior que pide a su patrona que le preste el televisor para tener un sustituto del cielo que no se encuentra en las ciudades, una ventana para ver más allá. La Juana nos interpela sobre el modo en que las mujeres burguesas obtienen su libertad y comodidad a expensas de otras mujeres más humildes, y nos recuerda que ninguna mujer se emancipa sola, y que género y clase deben ir unidos en el análisis. Nos dice también que hay muchos modos de la sabiduría que no son la cultura hegemónica. Todo eso y mucho más dicen las estrofas de una canción en clave feminista.
María Elena Walsh era feminista, lo era por profunda convicción de dignidad y por enorme libertad, y también por reacción a las muchas cadenas que nos atan y donde el patriarcado es el salvoconducto de la estupidez. Pero su feminismo era de concepción compleja y de profunda ética de la sororidad. María Elena quería despertarnos a las mujeres, y sobre todo advertirnos a las mujeres comprometidas políticamente que nada lograríamos por la vía de la política tradicional, que debíamos tener fuertes solidaridades y saber conspirar entre nosotras para buscar un cambio que no fuera engañoso.
El 7 de marzo de 1973, mientras nos preparábamos para salir de la dictadura de Lanusse sin saber que poco después caeríamos en un horror mucho más profundo, en el fervor del resurgimiento de los partidos políticos María Elena Walsh escribió en la revista Extra su “Carta a una compatriota” (N. de E: ver contratapa). Línea por línea esa carta nos marca el mapa y la brújula para un movimiento de mujeres que entonces se encontraba todavía en germen. Para ella su posición política ya era el feminismo, ya era la emancipación de las relaciones de poder naturalizadas, la salida del embrutecimiento programado del encierro doméstico, el reconocimiento de nuestros saberes y nuestra diversidad, y sobre todo el establecimiento de un “nosotras” que rompiera los muros que impedían un encuentro entre hermanas. Nos llama así, “hermanas”, amorosamente: “Pero las mujeres nunca hemos sido hermanas sino entes aislados, parias sociales, menores de edad instigadas a traicionarse. A pesar de todo, nos ha hermanado nuestra común condición de sombras, nuestro condicionamiento como satélites sujetas a implacables reglamentos. En materia de política venimos compartiendo demasiados sobresaltos y bastantes angustias. Es verdad que también las pasan nuestros varones, pero también es verdad que son ellos quienes las fabrican”.
María Elena advertía a las entusiastas que se habían integrado al trabajo de los partidos que por su participación no obtendrían reciprocidad en las formas de representación, salvo alguna excepción que permitiera decir que si las mujeres se esfuerzan, entonces alcanzan sus objetivos. Capitalismo y patriarcado caían bajo su navaja con igual filo; género, clase y etnia se unían en la demanda emancipadora: “Las mujeres, como los negros, los colonizados, la clase trabajadora, a medida que tomamos conciencia, menos queremos dádivas; queremos lo que nos pertenece por derecho y nos arrebatan día a día, es decir, todo”
Hay quien todavía ahora considera hostil al feminismo, lo considera un discurso combativo que confronta con el paternalismo a veces galante de los varones, que censura las vidas apacibles de aquellas mujeres que prefieren lograr con artimañas ventajas individuales en lugar de afrontar transformaciones colectivas. Hay quien todavía ahora nos pide a quienes hemos tomado compromisos políticos que nos ocupemos de la pobreza, o de la salud, o de la educación en lugar de ocuparnos de las mujeres, como si esto fuera posible.
Ciertas cosas, a veces, exigen ser dichas con dureza. Así hace ya casi 40 años concluía su carta a todas nosotras nuestra inolvidable María Elena Walsh: “Releo esta carta escrita al correr de la máquina y supongo que puede resultarte agresiva. Lo siento. No pude hacerla peor. Por más que aguce el estilo me es imposible reflejar la agresividad de una villa de emergencia, de un aborto clandestino, de los precios de la farmacia. Estos ingredientes configuran un naufragio en el que las mujeres y los chicos entran primeros. Así como en los éxitos nacionales nos colamos por la retaguardia. Gracias, caballeros.
Creo que en este juego de los votos, como en tantos otros, las mujeres no somos nadie. Creo que nuestro partido se jugará, a la larga, en otro frente. Lo que no significa que no te celebre si vas a votar con fe. Yo también la tengo, pero en vos”.
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