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Lunes, 24 de marzo de 2003

FúTBOL › UN REPASO DE LOS MEJORES FUTBOLISTAS DEL CENTENARIO DE RACING

Cien años, mil jugadores

 Por Gustavo Veiga

No hay mal que dure cien años, pero sí clubes de fútbol. Racing cumple su centenario mañana y eso –vaya si resulta halagüeño–, en la Argentina representa un milagro. La Academia, que patentó ese título honorífico en la primera década del siglo XX, festejará semejante acontecimiento con un partido de la Copa Libertadores como excusa –contra Universitario de Perú– y ante miles de hinchas. Volverán a visitar el Cilindro de Avellaneda los sobrevivientes de sus etapas más gloriosas y en el imaginario colectivo de su gente retornarán aquellos jugadores que hicieron grande al club y ya no están entre nosotros. Todos han sido protagonistas de una historia tan rica por el juego que desparramaron en las canchas del amateurismo y el profesionalismo, como complicada por las dificultades políticas y económicas que llevaron a la institución hacia la quiebra. Racing les debe a esos futbolistas su prestigio, como a la pasión de sus multitudes consecuentes la vida misma. Que entonces sean ellos, quienes irradian luz entre tanta oscuridad –sobre todo la que dominó las últimas tres décadas– los que levanten la copa para brindar por estos cien años y otros cien más.
El ejercicio inicial de condensar en diez nombres o en un equipo completo, puesto por puesto, la extensa trayectoria de la Academia, resulta vano cuando se le demanda a la memoria que procese apellidos, títulos, escenas... imágenes futboleras que se han vuelto color sepia o están arrumbadas en un cajón. Y es que la historia de Racing, aquella que la tradición oral ha ido apuntando de generación en generación, supera cualquier corsé o la voluntad de juzgar si Agustín Cejas fue mejor que Rogelio Domínguez, si Roberto Perfumo eclipsó a Pedro Dellacha o José Salomón, si Enrique “el Chueco” García superaba en habilidad a Ezra Sued o si Juan Carlos Cárdenas será más recordado por siempre que el Loco Corbatta gracias a aquel golazo contra el Celtic escocés. Suman decenas los grandes jugadores que pasaron por el club o surgieron de sus divisiones inferiores. Son demasiados como para establecer un ranking de jerarquías o trazar comparaciones entre futbolistas de épocas tan distantes como las diferencias que separan a una pelota de tiento de una hecha con poliuretano de última generación.
Cuando apenas había cumplido diez años, Racing –que debe su nombre a Germán Vidaillac, un francés que sacó el nombre de una revista de automovilismo– comenzaba a establecer un período de hegemonía en el fútbol argentino que siguió al del recordado y desaparecido Alumni. Fueron siete los campeonatos que ganó de manera consecutiva entre 1913 y 1919 y varios los nombres que dejaron su impronta en ese primer gran equipo durante el amateurismo. Ochoa, Olazar, Canaveri, Alberto Ohaco, Marcovecchio, Castagnola, Hospital y Juan Perinetti, entre otros, arrasaban con cuanto rival se les paraba adelante. Basta con mencionar un dato estadístico: en 1915 lograron el título con 95 goles a favor y sólo 5 en contra. Despacharon a Boca, Banfield y Tigre por 6 a 0 y a otros equipos con goleadas semejantes.
Si aquellas grandes campañas de siete torneos al hilo se hubieran dado con el advenimiento del profesionalismo, cuando se multiplicó la pasión por el fútbol, Racing acaso habría nivelado la mayor popularidad de Boca y de River. Sin embargo, después de ganar su último título amateur en 1925, la sequía sin campeonatos se prolongó hasta 1949, o sea, bien entrado el período del fútbol rentado, que comenzó en 1931. Aquella etapa es la más parecida en el aspecto deportivo a la que más adelante atravesaría el club entre 1966 y 2001, aunque no hubo un descenso de categoría como ocurrió en 1983. Por una razón lógica, es en esos ciclos tan extensos donde no aparecen tantos jugadores que hoy ocupen ese lugar de privilegio que sólo se les otorga a los ídolos. Uno de ellos fue “el Chueco” García, un wing izquierdo que la Academia incorporó de Rosario Central en 1936 a cambio de 38.931 pesos y que no faltó a ningún partido. Llegó ese año junto a Guaitay Scopelli, de Estudiantes, a un plantel donde ya se destacaban “la Bordadora” Zito y Evaristo Barrera, el máximo anotador en la historia del club con 136 goles.
Pese a estos refuerzos y a rachas efímeras como una de 1941 que ubicó al equipo puntero por primera vez en el profesionalismo –superó sucesivamente a San Lorenzo, River y Boca–, la Academia no daría una vuelta olímpica hasta ocho años después. En rigor, Racing se desquitaría de casi un cuarto de siglo sin títulos con tres torneos consecutivos. Sería el primero en lograrlo entre 1949 y 1951.
Una delantera de memoria
Los apellidos adquieren una sonoridad familiar cuando brotan de la boca de cualquier veterano que los haya visto gambeteando sobre el césped o humillando a las defensas rivales: Salvini, Méndez, Bravo, Simes y Sued. Es la delantera del Racing campeón de 1949, el año que siguió a la gran huelga de jugadores que dejó al fútbol argentino diezmado de figuras. Ese equipo que tenía como capitán a Higinio García y que se había reforzado de modo considerable en la temporada anterior –Salvini, Méndez y Simes fueron adquiridos a Huracán–, demoró un año en ganar el título por el conflicto gremial. Ya era el mejor en 1948, aunque no se consagró ganador de ese torneo.
Entre Llamil Simes, Rubén Bravo y Norberto “Tucho” Méndez marcaron 58 goles de los 87 que convirtió la Academia, en un certamen que finalizó con seis puntos de ventaja sobre los segundos, River y el sorpresivo Platense. El campeonato tuvo otro hecho inesperado: Boca se salvó del descenso en la última fecha. En 1950, Racing repitió el primer puesto. Llegó Mario Boyé tras un fugaz paso por el fútbol italiano y se mantuvo la base del ‘49. El equipo sacó una diferencia de ocho puntos sobre Boca e Independiente, convirtió casi la misma cantidad de goles (86), pero acumuló demasiadas derrotas: diez. Esa temporada tuvo un valor agregado en el plano institucional. En la vigesimoprimera fecha del torneo, se inauguró el amplio estadio de Avellaneda (victoria sobre Vélez 1 a 0). Perón estaba en su apogeo y Ramón Cereijo, su ministro de Hacienda, mediante un préstamo de tres millones que luego se extendió a once, hizo posible el sueño que demoró cuatro años.
A Racing no le resultó sencillo obtener el tricampeonato porque igualó las posiciones con Banfield en 1951. Ese año, Grisetti, arquero de la Academia, vivió una situación muy peculiar. Era suplente, pero disputó las finales para desempatar con su ex equipo, Banfield, porque Antonio Rodríguez, el titular, adujo una lesión que se atribuyó a su voluntad de no enfrentarse con el deseo de Eva Perón, circunstancial simpatizante del más débil. De todos modos, tras un encuentro que terminó igualado 0 a 0, en el segundo Racing venció 1 a 0 con un gol de Mario Boyé en el viejo Gasómetro de San Lorenzo.
De Corbatta a Cárdenas
En los años siguientes, las campañas fueron más que aceptables pese a que hubo un paréntesis sin títulos hasta 1958. Racing salió subcampeón en el ‘52, ‘53 y ‘55, una temporada clave porque se produce la llegada al club desde Chascomús de Orestes Corbatta, un puntero derecho de gambeta indescifrable, que jugaba pegado a la raya y hacia firuletes que desairaban a los rivales. El “Loco” es de esos jugadores que junto a Roberto Perfumo, Humberto Maschio y alguno más, componen la nómina de indiscutibles si se pretende reducir la lista de los mejores a un puñado. Después de pasar por Boca y San Telmo recorrió un viaje de ida hacia la indigencia de la que nunca más volvió. Murió casi olvidado, como otros ídolos deportivos. En esa época también fueron protagonistas Pedro Dellacha, el patrón del área, Manfredini, Angelillo, el arquero Rogelio Domínguez, Belén y Juan José Pizzuti, quien si se miden sus éxitos como director técnico en Racing debería poseer un busto similar al que un artista plástico le dedicó a Reinaldo Merlo por el título que rompió con 35 años de calamidades futbolísticas. Con el advenimiento de la década del ‘60 –la más importante en la historia del club– y mientras River y Boca despilfarraban dinero en una carrera desenfrenada que denominaron “fútbol espectáculo”, la Academia sumaba para sus vitrinas el quinto título del profesionalismo. Anido, Sacchi, Corbatta y Pizzuti –el goleador– conformaron la base de ese equipo que, sin brillar, salió campeón en 1961 tres fechas antes de que finalizara el torneo. Además, le sacó a su escolta, San Lorenzo, siete puntos de ventaja.
Cinco años más tarde, con Pizzutti como entrenador, la juventud de Perfumo, Basile y el “Panadero” Díaz, la experiencia de Juan José Rodríguez y Maschio y la dosis goleadora de Jaime Martinoli y el “Chango” Cárdenas, la Academia dejó momentáneamente su mote de lado para denominarse el “Equipo de José”. Todo indica que fue la primera formación en que la gente vinculó mediante un cantito el desempeño de un técnico con los éxitos deportivos de sus dirigidos.
¿Qué se puede decir del “Mariscal” Perfumo que no se haya dicho o escrito hasta ahora? Un número dos cuya imagen no ha sido superada hasta hoy entre todos los que ocuparon su puesto en 72 años de profesionalismo. Una figura que continuó con la tradición de destacados zagueros centrales que jugaron en Racing: desde Dellatorre a Salomón, pasando por Dellacha y Anido. La influencia de Perfumo en la historia del fútbol argentino aún se percibe, como modelo de defensor para pegar y guardar en el álbum reservado a sus glorias.
Un invicto de 39 partidos, el título del ‘66 conseguido con apenas una derrota en 38 fechas –record en torneos de dos ruedas–, la Copa Libertadores de 1967 que se estiró como chicle y le demandó a la Academia jugar la inusual cantidad de 20 encuentros para obtenerla, más el campeonato del mundo conquistado en Montevideo ante el Celtic, ubicaron a Racing en un lugar de privilegio futbolístico para la época. Había sido el primer club argentino en ganar una Copa Intercontinental. La misma que se convirtió en una postal –con aquel gol de Cárdenas– que los hinchas guardan entre sus recuerdos más preciados.
Quizá por lo que siguió (35 años de frustraciones), aquella imagen se agigantó y opacó un tanto las de jugadores con una breve trayectoria en la institución o que no ganaron campeonatos –a excepción de una Supercopa– pero que deberían recordarse: el brasileño Machado Da Silva, Paolino, Wolff, Fillol, Jorge, Villa, el uruguayo Paz, Costas... Es como si estos apellidos resultaran eclipsados por otros, más familiares para los jóvenes, como Campagnuolo, Ubeda, Loeschbor, Chatruc, Bedoya y Estévez, quienes sí fueron campeones hace poco más de un año. Entre todos contribuyeron a cimentar el prestigio del club.
Los adversarios suelen confundir con picardía a este “grande” del fútbol argentino con una sociedad anónima, como si el nombre de Blanquiceleste pudiera atronar algún día en el cemento de Avellaneda de la misma manera que ese canto elevado a la categoría de himno: “Brillará blanca y celeste, la Academia Racing Club...”.
La historia de esta institución centenaria es la que le otorga valor a la marca y no al revés.

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De Perinetti a Maxi Estévez, pasando por inolvidables como Ochoíta –el preferido de Carlos Gardel– el Chueco García, Tucho Méndez, Corbatta,
Sacchi, Perfumo, Basile, Cárdenas, Cejas, Fillol o Rubén Paz, los grandes que hicieron, precisamente, la grandeza de la Academia.
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