HORACIO ACCAVALLO, EL CAMPEON QUE LLEGO DE LA QUEMA
“Hay que entender a los piqueteros”
Fue cartonero y también campeón mundial de boxeo. Le peleó desde muy abajo, y el deporte lo salvó. Por eso puede hablar con autoridad del tema: “Ellos vienen luchando hace mucho. Hay que entender que están sin trabajo y sólo quieren un empleo para poder vivir”, y opina que “la clase media tuvo un bajón grande y supo entender lo que pasa, pero hay mucha pobreza”.
Por Adrian De Benedictis
La vorágine de la ciudad contrasta con la parsimonia que transmite una calle de Parque Patricios. Esa tranquilidad es similar a la vida que desarrolla hoy un ex campeón del mundo de boxeo. Horacio Enrique Accavallo prefiere la relajación en la intimidad de su hogar, y ahora controla sus inversiones sin la urgencia de otros años. Una parte del living parece convertida en un pequeño museo que delata el éxito logrado. Copas, medallas, trofeos y un cuadro muy especial: un joven Accavallo, con flequillo, luciendo el cinturón de los campeones. El hombre se sienta en un sillón, y más tarde lo acompañarán sus perros Afra y Pituca. La pasión por remarcar sus vivencias es la misma que exhibía arriba del ring.
–¿Por qué cree que su vigencia sigue intacta?
–Yo creo que se va agrandando cada vez más. No sé si cayó mucho el boxeo, y voy quedando casi solo, o por ahí faltan figuras. Pero la gente también me reconoce por mi historia de vida. En la semana siempre tengo entre seis y siete medios que me llaman para hablar conmigo. Quizá saben que no voy a decir mentiras. Pero me parece que mi pasado no lo tiene ningún boxeador.
A Accavallo le cuesta detenerse en el relato, y grafica con precisión sus comienzos: “Pensá que yo comía en la Quema, fui botellero, ciruja, fui artista de circo, boxeador, comerciante. Cuando empecé a boxear era trapecista, malabarista, contorsionista, faquir, trabajé muchos años con Pepe Biondi, Dringue Farías, Juan Carlos Mesa, con el Dúo De Dos, que eran Beto Cabrera y Mario Sánchez. Siempre me entrené y me cuidé mucho, y traté de aprender hasta el último día, porque el boxeo es una profesión linda, pero difícil”.
–Precisamente, ¿cree que la gente lo respalda mucho por su infancia de ciruja?
–Quizá me respalda porque de ciruja llegué a comerciante. Maté el hambre con lucha, con trabajo, con honestidad, y eso a través de los años favorece mucho al ser humano. Por eso yo le digo a la juventud que trate de luchar, de trabajar, de no robar. Yo soporté 1012 robos, dos inundaciones y dos incendios. Quién lo iba a pensar, no es fácil.
–Y ahora, a los 69 años, ¿contra quiénes sigue peleando?
–Y... peleo un poquito con la vida. Siempre digo que la vida es muy linda y muy difícil. Si me das a elegir teniendo todo, es más difícil que sea linda. Pero siempre digo que es digna de vivirla, de ser bien vivida. Yo perdí una hija de 25 años en un accidente, eso a un padre y a una madre no se le borra nunca en su vida. Las 24 horas del día te acordarás de eso, y no sé si son 30 o 40 veces por día. Quien lea esto y sufrió la pérdida de un hijo, me va a saber entender. El otro día leí que mataron a un chico de 21 años para robarle, y ahora esos padres nunca más van a tener un poquito de felicidad. Esperemos que la Argentina salga adelante, que haya trabajo para todos, que pare la violencia. No debe existir en el mundo alguien que le hayan robado 1012 veces. Contra eso lucho.
–¿El recuerdo de su pasado lo ayuda para sobreponerse a todo eso?
–Sí, mucho. Yo llegué hasta tercer grado, y no lo pude terminar porque mi viejo me empezó a llevar a la Quema. Se llamaba Roque, era italiano, no sabía ni leer ni escribir. Mi vieja era española, Balbina, tampoco sabía. Entonces, de a poco, yo iba a cirujear con él, me acuerdo de que lo metían preso porque no se podía llevar a un chico a cirujear. Ahora son camiones los que recogen la basura, y antes eran chatas de dos caballos, imaginate que en esa época aprendí mucho. Con el tiempo, me compré un carrito a mano para llevar botellas, después un carro con caballo, luego una chata con dos caballos, y después me compré una camionetita. Tuve un Chevrolet Campeón, que era famosísimo, y después un Ford ‘61. Más tarde empecé a comprarles a los cirujas como yo: trapo, vidrio, papel, metal, hueso. Con el tiempo alquilé un galpón y tuve una papelería con prensa. Después tuve trapería, vidriería, hice de todo.
–¿Gracias a todo eso puede soportar la falta de su hija?
–Los ojos de Accavallo se humedecen ante la memoria de su hija Silvana, quien fue golpeada por el vidrio retrovisor de una camioneta sobre la avenida Caseros, en junio de 1998. “Totalmente. Eso me sirvió mucho”, remarca.
–¿Alguna vez se preguntó por qué tantos robos?
–No, no. Yo tenía casas de deportes y son un blanco fácil. Un fin de semana tuve 16 robos, entre viernes, sábado y domingo. Un día agarraron a uno de los ladrones, un pibe, y a la media hora estaba afuera, y yo me perdí 15 años de trabajo. Siempre pido que hagan cárceles en este país. Un pibe de 17 años mata y no va preso. Esa ley hay que cambiarla. De día roban y a la noche están tomando una cerveza.
–En los años que andaba en la calle, ¿con qué soñaba?
–No tuve sueños. Siempre quería destacarme en algo en la vida, buscar qué podía hacer. Como cantaba como la mona, del circo vivía, pero no es como ahora. En esa época en el circo no había red, y si me hubiera caído, no la contaba.
–¿Con el carro vendía mucho?
–Algo se vendía, entregaba en la Quema de Flores, en la de Alcorta. Antes se vendía mucho el hueso, el vidrio, algo que ahora no existe más. En este momento se vende el cartón, el papel, el aluminio. Hoy, para ganarse diez pesos un cartonero tiene que trabajar casi 12 horas por día. ¿Cómo hace ese hombre para darles de comer a dos o tres pibes? Es muy difícil la vida del cartonero. Vos andás por Pompeya y pasan cerca de mil cartoneros, y hay chicas con criaturas en brazos, cuando un chico tiene que estudiar.
–¿Sufría mucho con el carro?
–Y, sí. Yo era muy chico y tenía que herrar el caballo. Un día se me desbocó (se le salió la anteojera) y salió corriendo dos cuadras. Por suerte no mató a nadie. Yo era un pibe, y eso no lo podía manejar un pibe. Si aquel día se moría alguien, ¿qué pasaba? A los diez años compraba botellas y me iba a cirujear solo. Después de años logré que me designaran presidente de los cartoneros y los botelleros.
–Desde ese lugar, ¿no cree que se los discrimina?
–No. La clase media tuvo un bajón grande y lo supo entender. Lo que pasa es que hay mucha pobreza. El otro día estuve con un muchacho que me vino a ver, y le pregunté cómo hacía para estar tan delgado. Me contestó que estuvo tres años sin conseguir trabajo.
–¿Y a los piqueteros tampoco?
–Ellos vienen luchando hace mucho. Hay que entender que están sin trabajo y sólo quieren un empleo para poder vivir. Yo estoy de acuerdo con la decisión del presidente Kirchner de no reprimirlos, ése no es el camino correcto. Ahora estamos cerca de las fiestas, y lo mejor que le puede pasar a este país es que se desarrollen en paz. Yo nunca me metí en política, soy de Racing, como el Presidente, y creo que de a poco este Gobierno va a ir solucionando estos temas. Ojalá que podamos salir de este embate.
–¿Le preocupa que la actividad de los cartoneros siga creciendo?
–Mirá, hay días que me pongo a llorar solo. Veo todo eso y me vuelvo loco. Ahora, cada tacho lo revuelven diez cartoneros. Eso es muy triste y no lo quiero ver más. Hay que hacer algo para que esos chicos se alimenten y se eduquen. Prácticamente soy uno de ellos, pero como mi caso puede haber uno o dos.
–En aquel tiempo, ¿pasó algún día sin comer?
–No, no. La gente es muy buena, yo muchas veces abría un papel y le sentía el olor, ahí me daba cuenta de que era filet. Con los años me enteré de que si comía pescado en mal estado, me moría. Antes de pelear por el campeonato del mundo me acordé de que si hubiera comido pescado podrido, estaría muerto. Por suerte, el que comí estaba en buen estado. Comía mucho de la Quema y de los tachos. Los lunes a la mañana, seguramente después de una fiesta, encontraba cajas de masas, desandwiches de miga. Comer eso era como ganar el título mundial. No tendría problema en volver a comer eso ahora, porque yo el smoking solamente lo usé cuando me casé.
–¿Cómo complementaba el carro con el circo?
–Cuando trabajaba en el circo te decían que eras artista, y ya no iba a cirujear. El dueño del circo me daba unos manguitos y tiraba con eso. En el circo empecé de caramelero, y después me dieron la oportunidad de ser trapecista. Luego fui malabarista, cómico y faquir. Cuando empecé a pelear también trabajaba en el circo. Estuve en el circo de los hermanos Rivero, en el Saya, en el Delta. Todo lo que sea trabajo y lucha, acá presente. La lucha trae satisfacciones.
–Y entre el carro y el circo, ¿dónde vivía?
–En la casa de mi papá, en Villa Diamante, partido de Lanús; era muy humilde. Cuando empecé en el circo, comencé a viajar un poco, estuve mucho en el interior. Yo era un tipo que administraba bien lo que me daban. Cuando el circo se fue a Brasil, mi papá no me dejó ir para allá.
–¿Cuándo aparece el boxeo?
–Cuando peleaba en los barrios, me ganaba unos pesitos. Mi viejo no quería que peleara, en esa época me daban 50 pesos de ahora, una fortuna. Después peleé en las provincias, del micro pasé a viajar en avión.
–¿Supo controlar la gloria que le dio el boxeo?
–La sigo controlando, porque la gloria me sigue cada vez más.
–Si no hubiera sido boxeador, ¿dónde se imaginaría hoy?
–Me gusta el comercio, el fútbol. Siempre me gusta ayudar a la gente.