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Lunes, 22 de diciembre de 2003

MIENTRAS BOCA FESTEJA FIN DE AÑO CON COPAS, RIVER MASTICA SU PEOR CRISIS EN DOS DECADAS

La paradoja de los dos más grandes

El balance de fin de año encuentra a las dos instituciones separadas por un abismo. En Boca celebran porque Bianchi se queda, pero el técnico espera tormentas en el frente político con el ingeniero Macri, y la operación del avión a Tokio arrojó una pérdida de cientos de miles de dólares. River no sufría tanto desde 1983, cuando casi se va al descenso, y al presidente Aguilar las encuestas le marcan a Ramón Díaz, aunque en el banco desembarque Astrada.

 Por Gustavo Veiga

Los brindis de fin de año serán demasiado distintos en estas fiestas. En Boca alzarán las Copas (con mayúsculas) y en River no habrá bebida que alivie las penas. Los éxitos que uno disfruta siempre han tenido un efecto nocivo en el otro. Más allá de invocaciones a nuestra argentinidad, como la que intentó con cierta docencia Carlos Bianchi, cuando clamó por una victoria de su rival en Perú. Sin embargo, el técnico campeón de todo continuará en su puesto, pero a costa de tolerar una relación complicada con el presidente Mauricio Macri y su polémico entorno. En cambio, el ingeniero Manuel Pellegrini –que ya tenía hechos los petates hace tiempo– abandona Núñez después de hilvanar un rosario de fracasos, aunque se va dejando atrás a quien había seducido con su don de gente y su perfil de conductor atildado: el otro presidente, José María Aguilar. Esta es la paradoja de los “grandes”. Y, como en el juego de las diferencias y semejanzas, hay más: un avión pintado de azul y amarillo que arroja pérdidas considerables, la encuesta que encarga el máximo dirigente de River donde Ramón Díaz emerge como el entrenador más votado, las dificultades electorales de Macri y la inexistencia de explicaciones convincentes sobre por qué el efecto Boca se ha convertido para el rival de siempre en algo peor que sus propios traspiés. En fin...
Es curioso. Carlos Bianchi, acaso el máximo protagonista deportivo del 2003, cosecha tantos logros como tempestades levanta a su alrededor. Ni siquiera los tres títulos que ganó este año con la huella imborrable de su liderazgo le despejaron el camino de escollos. Le confió con cierto malestar y dolor a uno de los directivos de su confianza que el ingeniero Macri le habría sugerido de un modo poco elegante que los premios económicos fijados eran demasiado altos y había que bajarlos. El técnico digirió ese mensaje en el largo regreso desde Japón, según una fuente consultada por Líbero. Vencedor y, por ahora, intocable, Bianchi espera que el presidente aleje de su lado una presencia que nunca aceptó: la de José Cirillo, el secretario técnico. Y, además, se queja de los posibles refuerzos que Macri menciona en público. En las últimas horas comentó, a propósito del intento por contratar al paraguayo José Saturnino Cardozo: “Que el presidente lo traiga, pero acá, con lo que tenemos, nos arreglamos...”.
River, que quizás ambicionaría cambiar sus problemas por los de Boca –como cuando existían con Ramón Díaz, mientras el riojano ganaba casi todo lo que jugaba– soporta la peor crisis futbolística desde 1983, cuando zafó por poco del descenso. Su título en el último invierno empalideció comparado con las dos Copas y el campeonato que obtuvo Boca. Además, perdió el último clásico por paliza y ni siquiera pudo superar al Cienciano, un fatigoso equipo del Cuzco, en la Sudamericana. Esta debacle deportiva no ha sido gratuita. El primer síntoma fue la manifestación espontánea de socios e hinchas tras aquel 2-0 en el Monumental (como no se recordaba desde los 18 años sin títulos) y el segundo, los mensajes recibidos a diario en el club. Las protestas no se detienen. Y el efecto Boca aceleró la transición post-Pellegrini.
Encuesta con tonada riojana
Los anuncios que se avecinan no hablan de otra cosa que de un regreso: el de Leonardo Astrada. El volante que se retiró a mediados de año en una emotiva despedida –por entonces, su padre estaba secuestrado– encarna el proyecto de alternativa que más sedujo al presidente después de cómo se le escurrió entre las manos la posibilidad que más anhelaba: recuperar a otro viejo conocido, Daniel Passarella. Se sabe que Astrada tendrá a su lado a Hernán Díaz (que trabaja en el club como coordinador) y al profesor Gabriel Macaya. También se mencionaron posibles refuerzos, pero hasta ahora son sólo aprontes. El atribulado doctor Aguilar le dijo el jueves a la noche a este cronista, desde Brasil, que el segundo semestre del año había sido “muy duro” para él. Y anticipó, con una pizca de aire premonitorio, que “si Boca gana todo y nosotros nada”, el panorama se complicaría, como en efecto ocurrió el viernes en Arequipa. “Algo pasa con River, que jugó como cuarenta Copas y ganó apenas dos...”, agregó en un intento por buscar una respuesta adecuada.
El martes 16, en el club Belgrano –convertido por segunda vez en escenario de reuniones que tienen ese halo de secretas– el presidente anticipó lo previsible (el alejamiento de Pellegrini) y discurrió sobre los resultados de una encuesta que tanteó las opiniones de socios y simpatizantes sobre la sucesión del chileno. Aunque Aguilar relativizó su contenido, sus pares lo escucharon decir que Ramón Díaz encabeza las preferencias, seguido por Daniel Passarella y con Leonardo Astrada y Reinaldo Merlo situados algunos escalones más abajo. Mario Israel, uno de los dirigentes más influyentes, se enojó durante ese encuentro cuando desmintió que había conversado con Astrada, aunque no alcanzó a moderar la ansiedad que reinaba en el ambiente.
Sea como fuere, el viernes 19, tres días después, se conocía la desvinculación de Passarella del club mexicano Monterrey por “algunas diferencias en el aspecto deportivo”, como puntualizó su presidente, Luis Miguel Salvador. Hasta hoy, no hay indicios de que esa libertad de movimientos le permita al ex técnico de la Selección modificar una resolución que ya estaría tomada.
El avión de la discordia
Se dirá que el éxito tapa muchas cosas y es cierto. Se argumentará que en Boca resulta muy difícil hablar de otro tema que no sea la Copa Intercontinental y también es cierto. Pero el almibarado presente boquense no explica por qué en el club se manejan con bastante ligereza las cuentas. El club acaba de sumar un nuevo título a su rica historia, pero también se ha ganado un problema. Macri, quien presume de puntilloso en cuestiones de economía, deberá explicar en la próxima reunión de comisión directiva cómo se perdieron entre 350 mil y 500 mil dólares gracias al promocionado avión que Boca fletó con varios asientos vacíos y una menguada delegación de socios e hinchas a Japón.
La nave, un 747 de Aerolíneas Argentinas que fue pintado con los colores azul y amarillo para la ocasión, se alquiló a través de la agencia Old Terra Viajes, de la calle 9 de Julio 55, en Bernal. Fueron el vicepresidente 1, Pedro Pompilio, y otro dirigente, el doctor Heriberto Marotta, quienes sugirieron la contratación del vuelo charter a cambio de 725 mil dólares. La locación del avión arrojó un mal negocio para el club, según sostienen quienes criticaron la operación, desde Gregorio Zidar a Roberto Digón. Dos datos más: noventa lugares no fueron ocupados y del total de pasajes que fueron puestos a la venta por 3300 dólares cada uno (que incluían traslados y hotel), apenas se habrían vendido 70.
Este tipo de episodios, que en cualquier empresa sería motivo de una ríspida reunión de directorio, en el club tal vez siga de largo. Por error o por omisión. Y es que, por el momento, no se avizora un nuevo encuentro de la conducción con mandato vencido que encabeza el ingeniero Macri. Una apelación en trámite del fallo que suspendió las elecciones que estaban previstas para el domingo 30 de noviembre –convocadas fuera de los plazos estatutarios– ni siquiera detuvo una interna política que continuará en 2004 con imprevisibles consecuencias. Todos los sectores involucrados velan sus armas. Y, en esta contienda interna, pueden pesar tanto los éxitos deportivos sobre los que descansa el oficialismo como las amenazas de destapar ollas que ventilaría la oposición.
De cualquier manera, estos conflictos que se dirimen en las entrañas de la Bombonera lejos están del pesar que se percibe en los pasillos del Monumental. El fútbol casi todo lo disimula, aunque su antídoto no eliminalas impurezas que generan las cuentas mal hechas o un inveterado afán de protagonismo que Macri no puede domesticar.

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La felicidad de Bianchi es la imagen de todos los hinchas de Boca.
 
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