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“Con 28 años, Walter Hernández llegaba a la última carrera de 1993 con la posibilidad de ganar el título de Turismo Carretera. La semana previa a la competencia, que iba a correrse en el circuito semipermanente de Lobos, el equipo Trepat, para el que corría, decidió hacer una prueba en la ruta para calibrar el auto, pintado con el número 85. “Fuimos a la ruta en Navarro, donde había una curva de 90 grados como la que estábamos buscando. La idea era frenar a los cien metros de la entrada de la curva y doblar, para verificar cómo estaba todo, los frenos, el chasis... Acordamos con Omar Wilke y Héctor Giambrone que ellos se pararan cien metros antes de la curva, así disponía de un punto de referencia para frenar. Yo me tenía tanta fe que decidí, para mí y sin comunicárselos, que iba a frenar 20 metros más allá, para doblar”, asegura el piloto de Nicanor Otamendi. “Pero ellos se tenían tanta fe como yo, así que decidieron, también por su cuenta y sin contármelo, que no iban a pararse a cien metros de la curva sino a ochenta metros. Así que cuando llegué lanzado, los vi, y frené veinte metros después... a sesenta metros de la curva.” El Ford Falcon rojo y blanco se bamboleó, trepidó, pero dobló... y dobló bien. Cuando todo se aclaró, la sabia voz de Wilke fue profética: “Pibe, no me cabe ninguna duda que vas a salir campeón. Si pudiste doblar, es que el auto anda muy bien”. El domingo 19 de diciembre de 1993, Walter peleaba la carrera –y el campeonato– con Juan Antonio De Benedictis, el favorito a ganar el título. En la cuarta vuelta, fue el Ford de Johnny el que no pudo doblar en una curva de más de noventa grados y siguió de largo... Walter se aseguró así el título.

(Esta es una de las 100 anécdotas que componen Fierro líquido, el décimo libro de Ediciones Al Arco y que escribió el jefe de la sección Deportes de Página/12, Pablo Vignone, con prólogo de Diego Bonadeo, ilustraciones de Rep y contratapa de Juan María Traverso, que se vende en las librerías Yenny/El Ateneo.)