Las siete vidas de Lance
El texano Lance Armstrong se retiró del ciclismo tras haber conquistado su séptimo Tour de France consecutivo, agrandando su leyenda después de haber vencido al cáncer.
Lance Armstrong, que se retiró con una séptima victoria en el Tour de Francia de ciclismo, colgó la bicicleta en la cúspide de su carrera, dejando detrás de él una huella excepcional, llena de triunfos y controversias. Armstrong aumentó su leyenda, mejorando su propio record de victorias y concluyendo una serie excepcional de siete triunfos seguidos desde 1999 en la carrera más importante del mundo.
En la 92ª edición de la ronda gala, dominó una vez más a todos sus adversarios y elevó su colección de casacas amarillas a 83, el total más importante después del que posee el legendario campeón belga Eddy Merckx. El italiano Ivan Basso, tercero en 2004, subió un escalón en 2005 y quedó en el segundo lugar, a 4 minutos y 40 segundos de Armstrong. El alemán Jan Ullrich, principal rival de Armstrong, se clasificó tercero a 6 minutos y 21 segundos del vencedor. De esta forma, el germano subió por séptima vez al podio de la carrera que ganó en 1997.
Voluntarioso, perfeccionista, exigente: incluso sus (numerosos) detractores reconocen la valía del estadounidense, que creció en la adversidad, y las cualidades –hasta el exceso– que han ilustrado a un personaje único, atípico, en un deporte conocido por sus dificultades. El cáncer, al que venció hace casi nueve años, marcó una ruptura. Hasta ese momento, Armstrong era un cow-boy del pelotón, un corredor musculoso, salido del triatlón, que quería hacerse un lugar, y que se conformaba con las carreras de un día.
Con 21 años y 11 meses, ganó el Campeonato del Mundo de 1993 en el circuito de Oslo. Dos años después, emocionó al mundo dedicando su victoria de etapa en el Tour a su compañero de equipo italiano Fabio Casartelli, fallecido trágicamente tres días antes.
Tras la pesada terapia para curar la enfermedad que dio lugar a metástasis (pulmón, manchas en el cerebro), el texano se convirtió en un hombre nuevo. Maniático del detalle, buscador de la novedad, decidió dedicarse únicamente al Tour, aconsejado por el belga Johan Bruyneel, su director deportivo.
Para alcanzar su objetivo, Armstrong se rodeó de un equipo que se entregó a él. A partir de ese momento se tornó implacable. Ninguno de sus rivales pudo con su inteligencia, determinación, profesionalismo. Su ascendente no paró de crecer, ni tampoco su autoridad.
En el Tour de 1999, Armstrong se impuso en todos los sectores de la carrera. En la contrarreloj consiguió ser más rápido después de modificar su posición sobre la bicicleta. En la montaña fue más rápido al adoptar una frecuencia menor de pedaleadas.
En los otros seis años, el texano aplicó la misma receta. Dictó su ley desde la primera prueba cronometrada y distanció a sus rivales en la primera llegada a la meta. Cada vez, fue un nocaut seguro para sus adversarios.
En paralelo, su aura no cesó de crecer. Su país se enamoró de su increíble historia. Las marcas se aproximaron a su imagen. Armstrong se convirtió en uno de los deportistas profesionales mejor pagados de su país y en el personaje de una película de Hollywood que deberá estrenarse pronto.
En su vida privada, el nacimiento de sus tres hijos fue la cima. Después de su separación de su esposa Kristin, abordó otro mundo, más próximo del espectáculo, ya que en 2003 pasó a compartir la vida con la cantante de rock Sheryl Crow. La pareja aparece en la portada de las revistas, imponiendo de hecho una imagen diferente al Tour de Francia, más “americanizada” y “glamorosa”. Con Armstrong, el ciclismo cambia y amplía su radiación.
El texano mantiene el persistente silencio alrededor de su preparación, planificada y misteriosa. Armstrong lo sabe. Dice haber renunciado a convencer. A principios de este año había admitido: “No estoy interesado en el hecho de dejar una impresión profunda. Seguiré siendo el extranjero venido de una tierra lejana a causa de la bicicleta”.