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Marcelo Bielsa recibió la medalla del subcampeonato, caminó dos metros con la mirada perdida, se la sacó del cuello y la guardó en uno de los bolsillos de su campera de la AFA. Segundos antes, la mayoría de los jugadores del seleccionado había elegido el mismo camino que el entrenador: el de descolgarse la medalla como si el paraguayo Nicolás Leoz, presidente de la Confederación Sudamericana de Fútbol, le hubiera puesto un humillante collar de plomo en lugar de un reconocimiento por el segundo puesto conseguido.
Uno de los pocos que no se la guardó fue el arquero Pablo Cavallero, quien en la Copa América Perú 2004 perdió el puesto a manos de Roberto Abbondanzieri. Leoz quedó pagando más de una vez ante los integrantes de la delegación argentina, muchos de los cuales lo dejaron con la mano derecha extendida cuando el paraguayo quiso saludarlos.
Otra de las imágenes fuertes de la tarde-noche peruana fue esa instantánea que mostró a Bielsa –atribulado como pocas veces– acercarse en forma paternal a Juan Pablo Sorin, cuyos ojos llorosos denotaban el dolor por la derrota, pero más todavía por la injusticia del traspié.
Lo cierto es que luego del último penal ejecutado por Juan, los jugadores argentinos se quedaron en la mitad de la cancha, contemplando cómo sus pares brasileños festejaban la obtención del campeonato en un rincón del estadio Nacional de Lima.
Hasta allí se dirigió el técnico Bielsa, quien reunió a todos los futbolistas en el círculo central y en forma enfática les transmitía su satisfacción por el buen desempeño cumplido no sólo a lo largo de los 90 minutos finales sino también en toda la Copa América.
Sin embargo, el público peruano supo apreciar lo que entregó el equipo albiceleste y, cuando se realizaba la entrega de premios, lo despidió con una catarata de aplausos.
El de ayer fue el 31º enfrentamiento de la Argentina ante Brasil por torneos sudamericanos, con el saldo de 15 victorias para el equipo nacional, nueve para los brasileños y, con el de ayer, siete empates.