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Lunes, 13 de septiembre de 2004

FúTBOL › CUATRO QUE FUERON, CUATRO QUE PUDIERON SER

Lucho y Lisandro, de lo mejor que tuvo en la cancha el clásico más antiguo

Por Pablo Vignone

No pierde el tranco ni aunque vengan degollando. Ni la elegancia para ensayar el toque, entendido como la distancia más corta que recorre la pelota entre dos jugadores que visten la misma camiseta. Con esos distintivos, como si fuera poco, Lucho González se bastó para sobresalir en un concierto frenético que pretendió ser fútbol.
Lo sufrieron los plateístas que la cancha de Racing admite en el campo. Arrancó jugando a la derecha, por ese costado, y después se tiró la a izquierda, cuando Astrada quiso revolucionar el partido con Patiño y Salas desde el arranque del complemento. Acaso lo del volante campeón olímpico no haya sido determinante en el resultado final, porque queda claro que en el balance Racing habría merecido otra justicia, pero la coronación del gol del empate vale el subrayado.
Pero así como Lucho supo sacarle punta a su rendimiento, Javier Mascherano, el otro campeón olímpico de River, pareció sentir el trajín. Rápidamente amonestado, acaso contuvo su despliegue y no fue, sin duda, el de los últimos partidos con el seleccionado: se lo vio agotado en el final, especialmente cuando River defendía con tres buscando la igualdad.
No necesitó 90 minutos para destacarse, le alcanzaron 45; Marcelo Salas no pudo haber soñado un mejor retorno: lo agarró cansado a Araujo cuando se fue hacia la izquierda, y por allí participó de la jugada del empate, antes de generar, tres minutos más tarde, la corrida que derivó en el gol de Sand. Era un partido para jugadores de experiencia, lo que a Salas le sobra.
En la guerra de los López, ganó el de Racing. Lisandro López tuvo movilidad, ambición, pique e intuición. Lo volvió loco al pibe Miranda, y coronó su tarde con un golazo, un cabezazo de manual que en el aire ya tenía destino de red. Maxi López, en cambio, luchó más de lo que jugó, sin poder superar la pesada marca de Tambussi o de Crosa.
Lisandro resultó mucho más útil para los intereses de Racing que Martín Cardetti, que casi nunca se pudo desembarazar de los centrales, y que dedicó gran parte del encuentro a jugar su partido contra el árbitro y sus asistentes para la tribuna.
Si a Carlos Marinelli le pesó el tenor de su tarea de enganche –aunque Fillol lo disculpó por su estado físico– y se lo vio un tanto tibio, bien dispuesto pero sin gravitación, Racing tuvo una rueda de auxilio en el otro chileno de la cancha, Milovan Mirosevic, en cuyos pies terminó generando alguna distinción futbolística. Con más experiencia en este tipo de compromisos, el trasandino fue de los que, con su desempeño, justificaban la victoria racinguista.

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