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Lunes, 17 de octubre de 2005

FúTBOL › OPINION

Nada que ver con el folklore

Aquellos River-Boca con medio Monumental para cada hinchada, o por lo menos con toda la tribuna Centenario para los boquenses, son parte del pasado. Desde aquellas célebres semifinales de la Copa Libertadores del 2004, y a partir de la decisión de Mauricio Macri de habilitar a las parcialidades de los otros equipos una bandeja de la Bombonera en vez de las dos de costumbre, los dirigentes de River redujeron la presencia de los de Boca al mínimo indispensable. Que sólo 3500 boquenses hayan podido ingresar ayer al Monumental, y que la mitad de la tribuna que da a la avenida Figueroa Alcorta haya estado desierta para darles el gusto a algunos, fue una broma de mal gusto, un paso en falso que no se merece la historia del partido más grande de la Argentina.
Como las autoridades de Racing y San Lorenzo, el presidente Aguilar hizo baja política con este tema sensible. Falta poco para las elecciones presidenciales en River. Y como no quiere resignar votos (y mucho menos que lo acusen de favorecer al máximo adversario), se dejó presionar por sus hinchas más jóvenes e intolerantes, quienes, a través de los medios partidarios y de cadenas de correos electrónicos, lo conminaron para que deje afuera del estadio a la mayoría del público de Boca.
En otros tiempos, cuando la rivalidad era tan encendida como lo es hoy, y los presidentes eran figuras tan potentes como Antonio Liberti o Alberto J. Armando, no había dudas: Boca podía poner 40 mil personas en el Monumental sin que nadie de River se rasgara las vestiduras o se sintiera herido en su orgullo.
Más acá en el recuerdo, en varios clásicos de los años ’80 y ’90, Boca colmó la tribuna visitante y hasta la platea que da a la avenida Udaondo. Hoy nada de esto parece ser posible. Las nuevas generaciones de hinchas piden una ley del Talión tribunera. Y la demagogia de algunos dirigentes corre rápido a aplicarla.
Podrán decir los riverplatenses más furiosos que River debe pagarle a Boca con su misma moneda. Y que si Boca los manda a lo más alto de la Bombonera y los deja al margen del superclásico por los motivos que fuera (y que, en su momento, Macri comunicó con torpeza), ellos tienen el derecho y la obligación de doblar la apuesta para hacerle sentir el máximo rigor. Detrás de este razonamiento habita algo más inquietante. Una cosa es el folklore futbolero, el duelo eterno entre las dos hinchadas más imponentes. Otra muy distinta es incubar, con cualquier pretexto, el huevo de la serpiente del odio.

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