Lunes, 25 de octubre de 2010 | Hoy
FúTBOL
Por Pablo Vignone
“Los clásicos son para ganarlos”, consideró Ramón Díaz en la semana, entonado por la fácil victoria de San Lorenzo sobre Tigre. Una versión adaptada del famoso “los clásicos no se juegan, se ganan” acuñado por Miguel Russo. Consecuente con su mirada, Díaz mostró congoja tras la caída, “porque –decía– interpreto el sentimiento de la gente”. A veces no es confianza excesiva sino un peculiar olvido de la esencia del fútbol: el otro juega también. Sea un clásico o no. En el vestuario local, Miguel Brindisi lanzaba mensajes por elevación recordando la diferencia instalada en la previa (“ni el hincha más fanático de Huracán podía pensar que éramos banca”) y sugiriendo tácitamente una subestimación por parte del rival. ¿Se jugó Brindisi una carta arriesgada con los pibes? Se jugó la única que debía al pretender que el equipo no volviera a sufrir una humillación en el clásico. Con los más veteranos, Huracán corría riesgo de quedarse sin gas en el entretiempo; los pibes, en cambio, prometían desgaste de ambos lados. Luego, el partido transcurrió por otros carriles y con slogans como argumentos, la factura de triunfos no es para nada automática. Brindisi armó una línea de cinco defensores después de sufrir los diez minutos iniciales, y al ratito Quintana le dio desahogo al planteo. Huracán llegó al clásico con un promedio de gol de 0,81 por partido. Que los tres tantos de ayer los hayan señalado defensores sustenta el diagnóstico. También el de Díaz, por supuesto. Desde que Brindisi se hizo cargo del plantel, Huracán nunca había arrancado un encuentro en ventaja; y al técnico lo sacudía el interrogante de cómo podía reaccionar su joven equipo, no sólo si volvía a quedar abajo en el marcador sino especialmente si se ponía arriba, por eso de mantener el orden y la compostura. Hacía 38 años que Huracán no le ganaba 3-0 a San Lorenzo, y aquélla fue una jornada histórica: el partido se jugó el 10 de septiembre de 1972 en el mismo estadio Tomás A. Ducó, por la 31ª fecha del Metropolitano de ese año. Una fecha antes, con un empate 1-1 ante Atlanta, el equipo de Boedo había ganado el título. Por eso, al salir al campo para medirse contra su tradicional rival una semana después, el plantel de San Lorenzo portó una enorme bandera azulgrana con la que dio la vuelta olímpica antes del inicio del encuentro. Entonces no existían prohibiciones para el ingreso de banderas... Huracán se vengó a su manera con un claro triunfo, con dos goles de Roque Avallay y el restante de, precisamente, Brindisi. “Yo lo vivo como hincha –dijo ayer el técnico– y la clave de este triunfo es que los pibes lo jugaron con el mismo sentimiento.”
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