Lunes, 4 de marzo de 2013 | Hoy
FúTBOL › LO úNICO QUE CELEBRARON LOS HINCHAS
Por Facundo Martínez
Boca esperaba a Juan Román Riquelme con honores, como se lo merece el ídolo. Familiares y amigos en la cancha, su cara sonriente estampada en el programa oficial y un estadio colmado de hinchas ansiosos por volverlo a ver y de agradecerle con banderas esa extraña lealtad.
Afuera, varios socios discutían frente al carrito de los cobradores. Querían regularizar sus deudas y que los dejaran entrar a la Bombonera para no perderse el tercer regreso de Román, el comienzo de su cuarto ciclo.
El romance estaba intacto, a pesar de las idas y vueltas, a pesar de los coqueteos con Cruzeiro, Palmeiras y Fluminense, de Brasil, y con Tigre; estaba ahí, flotando por el aire de la Bombonera, porque es seguro que son muchísimos más los que lo quieren adentro de la cancha, con la diez y con la cinta de capitán, que aquellos que preferirían que no, porque ya no lo quieren o, como se animan a decir, “se cansaron” de él.
Riquelme fue el primero en salir disparado del túnel y cuando el público lo advirtió, bajo la lluvia de papelitos que entorpecía un poco la visión, comenzó a oírse el clásico “Riqueeeelme, Riqueeeelme...”. El volante saludó levantando el brazo, como quien no quiere la cosa. Unos minutos más tarde, mientras la barra brava boquense soltaba sus clásicas canciones sin hacer alusión al enganche, reapareció desde la tribuna de enfrente y desde las plateas, aún más fuerte, el “Riqueeeelme, Riqueeeelme”. Y esta vez el mediocampista alzó sus brazos y saludó aquí y allá, moviendo sus manos.
Los goles de Unión aplacaron un poco la euforia inicial por Román, que no terminaba de aparecer en la cancha.
La Doce les pedía a los jugadores que pusieran más garra para dar vuelta el partido. Los hinchas, en cambio, esperaban el milagro del ídolo, acaso la iluminación, y aplaudía sus buenos intentos, y otra vez el “Riqueeelme, Riqueeelme”. Pero Boca era un espanto y Román, que debía jugar apenas una hora, se quedó en la cancha, escuchando el aliento incansable del público, aunque sin poder encauzar el trámite.
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