Domingo, 4 de julio de 2004 | Hoy
ENCUENTROS
Entre el 23 y el 26 de junio, La Plata fue sede de un Congreso Nacional de Escritores que no dejó tema sin tratar: desde la llamada vocacional, la periferia, el exilio y las relaciones entre escritura, resistencia y muerte. Radarlibros estuvo ahí y volvió para contarlo.
La Municipalidad de la ciudad
de La Plata corre con ventaja porque cualquier cosa que organice en el Centro
Cultural Pasaje Dardo Rocha merece ser visitado por el suntuoso marco que significa
este extraordinario edificio que alberga, entre otras cosas, el Museo de Arte
Contemporáneo de La Plata. En el caso del evento que ahora comentamos,
el Primer Encuentro Nacional de Escritores, la arquitectura y la inteligente
restauración que se le ha hecho a la antigua estación de tren
(y posterior correo) encontró un contenido acorde en la notable variedad
y el nivel de la convocatoria.
Organizado por la Dirección Nacional de Bibliotecas de la Municipalidad
de La Plata, a cargo de Pedro López y con la fatigosa y buena coordinación
de Sandra Cornejo y Carina Maguregui, los anfitriones recibieron en su bella
casa a un conjunto heterogéneo de personalidades del ámbito de
la cultura que desfilaron por las muchas mesas que conformaron los cuatro días
de sesiones. Llamativamente variado, el encuentro tuvo como puntapié
inicial un homenaje por partida doble: a los poetas Francisco López Merino,
a cien años de su nacimiento, y a Pedro Palacios Almafuerte,
quien había nacido 150 años antes de que este encuentro tuviera
lugar. La mesa del día miércoles 23 se dedicó por entero
a recordar y, en todo caso, a resucitar a estos dos hombres que parecen haber
caído en el desuso cíclico a que las historias de las literaturas
someten a sus escritores. Pero el fenómeno del olvido no se circunscribe
a los manuales y los programas de estudio sino que en el mismo evento, López
Merino y Almafuerte fueron deviniendo, como se sabe que sucede siempre, en otra
cosa.
JUEVES
Por la tarde los títulos de las mesas exhibieron otro tipo de problemáticas
y los autores convocados hablaron sobre Relaciones ambiguas y múltiples
entre la escritura, el cuerpo y la política, Periferia: los
nuevos espacios de la literatura. Creación de estéticas y morales
alternativas frente a las reglas del discurso central y La verdad
de la ficción. El arte y la literatura como vías de acceso a la
realidad y a un saber único e inigualable. A decir algo sobre esto
último vino Juan José Hernández, poeta, narrador y ensayista
tucumano que, en una intervención muy aguda, descompuso el título
de su mesa y fijó unas cuantas posiciones con bellas citas de obras propias
y ajenas: El primer enunciado, La verdad de la ficción, guarda
cierta semejanza con la pretendida inmanencia del texto en el método
estructuralista; desvirtúa el género ficción, y lo sacraliza
al vincularlo con la verdad. Pero, ¿qué es la verdad? Quid est
veritas?, se preguntaba Pilatos, el escéptico y refinado cónsul
romano de Judea. Yo tampoco lo sé. Y mucho menos pretendo conocerla a
través de una obra literaria. Si la literatura es una función
especializada del lenguaje, debe admitirse que incluye la mentira, pues en el
lenguaje no hay verdades, hay convenciones pactadas y metáforas. Especie
de oxímoron, el enunciado La verdad de la ficción puede ser formulado
al revés: La ficción de la verdad. Esta alternancia me recuerda
al ave del paraíso de una novela de Miguel Angel Asturias, cuando dice
de sí misma: Soy la vida, la mitad de mi cuerpo es mentira y la
mitad es verdad; soy rosa y soy manzana, doy a todos un ojo de vidrio y un ojo
de verdad; los que ven con mi ojo de vidrio ven porque sueñan, los que
ven con mi ojo de verdad ven porque miran. Soy la mentira de todas las cosas
reales, la realidad de todas las ficciones.
Por su parte, tal como se lee en el título de la convocatoria Literatura
desde la periferia, Leopoldo Brizuela fue dado a definir, también,
qué se entiende por esto. Su exposición eligió como eje
las obras de Martín Gambarotta (1968), que se estableció con su
familia en Inglaterra entre 1976 y 1983 y Diego Manso (1976), que hizo lo propio
en Madrid entre 1978 y 1989. El primer libro de Gambarotta, Punctum (poemas,
1996) y el primer libro de Manso, La rabia en el vientre (cuentos, 2000), fueron
elegidos por Brizuela porque a partir de ellos puede entreverse una zona interesante
de la literatura argentina, muy poco estudiada: ¿cómo escriben
los hijos de los exiliados?: De los muchos abordajes que pueden hacerse
sobre ambos libros, me interesa considerar ciertos puntos en común en
el uso de la lengua, y relacionarlo con todo lo que implica la publicación
de un primer libro, la integración a un campo literario argentino. Para
ser precisos: los hijos de los exiliados escriben sus primeros textos durante
el gobierno de Menem, durante el período de salvaje aplicación
de las políticas económicas neoliberales, que integran al país
a un proceso internacional comúnmente llamado globalización.
En otras palabras: un período que sugiere palmariamente la caducidad
de los ideales políticos de la generación de sus padres, vale
decir, su derrota. Martín Gambarotta y Diego Manso crecieron y aprendieron
a escribir en otros países que nosotros podemos identificar como partes
del centro, pero que quizás ellos vivirían como la periferia de
una Argentina que los había expulsado. Sería arriesgado afirmar
que, como Gambarotta, Manso también fue, desde pequeño, bilingüe;
pero en los dos se verifica una sensibilidad tempranamente desarrollada para
el cotejo de las lenguas, esto es, de lo traducible y, sobre todo, de lo que
no se puede traducir. Así, el rasgo más interesante de estos dos
primeros libros es, en primer lugar, una exploración de los rasgos exclusivamente
argentinos de nuestra lengua, o para ser más preciso, de aquello que
puede decirse así en el Río de la Plata y en ningún otro
lugar.
VIERNES
El penúltimo día del encuentro estuvo nublado, húmedo y
con lluvia, clima que signó a todas las jornadas y que facilitó
la permanencia puertas adentro. La sala polivalente del centro cultural era
más que adecuada, con sus paredes de un rojo intenso y arriesgado, para
sentirse al abrigo de las inclemencias climáticas. Casi como coda de
la jornada anterior, la escritura en tiempos de violencia estuvo a cargo de
Pablo Capanna, Marta Vasallo (que iluminó a los asistentes con notables
textos de supervivientes de los campos de concentración bastante desconocidos),
Mario Goloboff, Concepción Bertone y Niní Bernardello. Un tono
menos opresivo tuvo la mesa integrada por Pablo De Santis, Juan José
Becerra y Alejandro Pscitelli. Ellos hablaron sobre la tensión entre
el modo escritural y el modo pictórico, cada cual a su modo. La concurrencia
en todos los casos fue muy alta y el público, entusiasmado, requería
más y más de los expositores, al punto que las preguntas de final
de mesa obligaba a los escritores a expedirse sobre temas que no necesariamente
estaban en su horizonte de disertación: ¿Qué opina sobre
el tatuaje? ¿Cómo se relaciona esto con los graffittis?, son algunos
de los ejemplos con los que los panelistas ad hoc tuvieron que vérselas.
Airoso, De Santis conformó y pasó para la segunda ronda.
El cierre de la jornada y de la semana fue un punto alto en el encuentro: María
Moreno, Griselda Gambaro e Irene Gruss por el sector femenino y Jorge Boccanera
en clara minoría masculina fueron convocados para dar cuenta de la vocación
del escritor. Todos confirmaron lo que María Moreno escribió en
su bellísimo texto, a modo de frases talismán: La vocación
del escritor no se diferencia del relato autobiográfico de esa vocación.
La autobiografía se nutre de lo escrito. El relato autobiográfico
de una vocación ya se realiza desde determinada elección estética.
La vocación de escribir como resistencia, como lucha quien
escribe acomete una empresa que podría llamar imposible, dijo Griselda
Gambaro interpelada por la consigna que le tocó en suerte. A Gruss
escribir la salvó de ser otra. De ser la cantante lírica pechugona
que pudo ser su condena (o su salvación): Durante las clases de
canto, me iba dando cuenta también de mi posible imagen en un futuro:
una pechugona pegando los aullidos conmovedores de algún Lieder. Tampoco
me gustaba la idea. No es casual la elección del arte de tapa de mi libro
Solo de contralto, la misma pechugona pintada fabulosamente por el holandés
Kees van Dongen. Ahora bien, ¿dejé de cantar y elegí escribir
por miedo al ridículo?; ¿opuse la música a la escritura?
Es probable, pero seguramente no es un caso de vocación. Quizá
sólo la hipnosis responda a este hecho. Jorge Boccanera anudó
su vocación literaria, a la Hemingway, con el puerto de su infancia,
con historias de marineros y pescadores. Y María Moreno, nuevamente,
construyéndose una y otra vez en su texto, dando sus tres versiones de
sí misma: en la memoria de su madre, ella leía Fedra de Racine
a los ocho años; en la suya, yo no leo Fedra: la apoyo sobre mis
muslos hasta casi lastimarme con las letras que dejan la palabra Fedra escrita
al revés. El módico automartirio que acreciento hincándome
en cada dedo de la mano las ondas de metal que sirven para ondular el pelo me
inicia en una experiencia de sadomasoquismo, práctica sexual que exploraré
más tarde. A la antropóloga sexual ligeramente perversa
con una intención erótica, le sigue la autoconstrucción
temprana de la futura militante de izquierda que llora ante la primera lectura
en voz alta de María Amalia, su compañera de 14 años de
segundo grado, símbolo de la opresión y la pobreza. Luego la cronista
incipiente que, siempre dentro del ámbito del edificio del que su abuela
era portera, con incisiva sagacidad preguntaba por los números tatuados
en el brazo de la vecina Seiden o por las piernas faltantes del vecino llamado
Señor Neura.
SABADO
Fue el final, la despedida de cuatro jornadas variopintas. Arrancó temprano
y a las dos de la tarde. Daniel Divinsky, editor de Ediciones de la Flor, discutía
con Halima Tahan, editora de la revista Teatro al sur y Ediciones Artes del
Sur sobre el mercado y sus reglas. La lluvia y el interés fueron los
aliados de los organizadores para que la nutrida concurrencia que abarcó
desde ávidos estudiantes de Letras hasta señoras paquetérrimas
de La Plata se mezclaran en las alturas del Dardo Rocha. El cierre distó
de ser un grande finale por motivos diversos: Tizón no pudo ser de la
partida por su estado de salud y Fogwill estuvo ausente sin aviso, fiel a su
descortesía. Sobre los dos expositores presentes recayó la difícil
tarea de hablar sobre Palabra, resistencia y muerte. La escritura desde
la imposibilidad. El acto de clausura estuvo a cargo del coro de la Biblioteca
Municipal Francisco López Merino, y tonos amerindios se esparcían
por los pasillos y arcadas neoclásicos del edificio.
Mientras tanto, ya de noche, otras presencias tomaron posesión del lugar:
novias y quinceañeras, ataviadas cual merengues blanquísimos,
bailoteaban en el inmenso piso blanco y negro, seguidas muy de cerca por impúdicos
flashes e inquisidoras cámaras de video. Indicios de otras fiestas que
seguirían en otra parte.
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