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Domingo, 18 de julio de 2004

ANTICIPO

La niña santa

Por estos días se distribuye La flor de lis, el último libro de Marosa di Giorgio, que nace como una flor extraña de entre las palabras de su libro anterior, Los papeles salvajes. Como regalo especial para fanáticos probados y por venir, la editorial El Cuenco de Plata incluye en su edición el cd Diadema, donde la gran uruguaya lee su obra. A continuación, algunos fragmentos de La flor de lis.

por Marosa Di Giorgio

Estaba parada en medio de la luz de luna. A lo lejos, seres increíbles: Mario, los unicornios, los lobizones, la paloma de la paz, la Liebre de Marzo.
Las cosas que tienen blancura se distinguen mucho, huesos y rosas.
La casa está abierta y deshabitada. Y sabe que alguien la está mirando desde afuera. Aunque a veces, de las puertas, sale algún caballo y se hunde, enseguida, o de la ventana, y desaparece.
En la azotea –y no sé cómo se ven– hay una paloma que, a la vez, es inmóvil y crece, dos o tres huevos, ya, para siempre, juntos y justos. Y una taza.
Quiero despedirme, irme; una vez hasta llegué al camino real, subí a un carruaje; pero, bajé, enseguida.
Y volví desesperadamente, casi volando, me entré en las hierbas, y, ya, invisible, seguí mirando la casa.

i i i

Estaba tendida en la camilla, lacia y levemente arrollada. Blanca. Ojos de precipicio, que entornaba sin darse cuenta, acaso huyendo de la luz, de los atractivos.
Le preguntó:
-.¿Sangra... habitualmente?... ¿Desde cuándo...?
Ella movió apenas los labios.
-.Bien... veremos. Alcese un poco la ropa.
El consultorio estaba en total silencio. Se oía un tic tac, sin embargo.
Después de unos minutos apareció el sexo entre vellones rojos, rubios, negros. El médico buscó el pequeño agujero, y le insertó con sumo cuidado un adminículo delgado con espejo que indagó en un más allá misterioso, por varios segundos. Al retirarlo se oyó un leve tic, un levísimo fru fru, un rumorcito que no era de este mundo ni de ninguno.
Ella se acomodó, se amorató, quedó como una cereza, y volvió a ser marmórea y única.
Él se alejó y tomó una libreta en la que garabateaba caracteres en rápida seguidilla, el ceño preocupado, mientras le dijo:
-.Vístase.
En menos de lo que silba un mirlo, al volverse, la vio de pie, tacones, trajecito, perlas, como si nunca hubiese estado acostada, diciéndole: –Sé que es grave... ¿Es muy grave...?
Él vaciló: –Bien, veremos, vuelva dentro de... diez días. Las pruebas...
El adminículo había salido tinto en sangre.
Ella lo vio de lejos.
Le tendió la mano, se dieron las manos. En vez de abrir la puerta, él dijo: –Si se va se termina el mundo.
Ella le contestó: Sí.
Se abrazaron. En el abrazo la melena de ella ondulaba como si fuese autónoma.
Ella sentía eso, y algún coágulo que se le deslizaba, grueso y suave como una ciruela, desde la matriz a la braga y casi al suelo.

i i i

Livianísimas mariposas estaban adosadas al tronco. Parecían una decoración; eran mi alma, dividida en varias figuras; el cuerpo (que no existía), tornasolado; los ojos de algunas, redondos, grandes, negros, planos. Los de otras, hechos con montículos de brillantes, sobresalían mucho.

i i i

Mi alma es un vampiro grueso, granate, aterciopelado. Se alimenta de muchas especies y de sólo una. La busca en la noche, la encuentra, y se la bebe, gota a gota, rubí por rubí.
Mi alma tiene miedo y tiene audacia. Es una muñeca grande, con rizos, vestido celeste.
Un picaflor le trabaja el sexo.
Ella brama y llora.
Y el pájaro no se detiene.

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