El árbol y el bosque
HISTORIA DE LA HOMOSEXUALIDAD EN LA ARGENTINA
Osvaldo Bazán
Editorial Marea
Buenos Aires, 2004
478 págs.
POR DANIEL MOLINA
“Yo parecía un hombre creado para encender conchas, pero hago arder las pijas como antorchas.” La frase señala un momento esencial en la vida del escritor argentino Tulio Carella. Señala ese momento que Nietzsche considera el objetivo último de la filosofía: cuando uno logra transformarse en quien ya es.
La frase flamígera con que empieza esta reseña pertenece a la novela autobiográfica Orgía de Carella. Esa novela, publicada en portugués en Brasil y nunca traducida, no está registrada en ninguno de esos mausoleos amnésicos que son las historias de la literatura argentina.
En cualquiera de esas historias se puede leer que Carella fue un poeta, ensayista, dramaturgo y cronista que tuvo sus quince minutos de fama en los cincuenta. Y que era un “porteño de ley”, lo que quiere decir: viril, tanguero, con calle. De sus amores gay no queda registro oficial.
Orgía da cuenta –con un lenguaje tan brutal como poético– del intenso deseo homosexual que arrebató a Carella a comienzos de los ‘60, apenas llegó a Brasil para dictar un curso. A ese instante intenso, el de su transformación, lo contó así: “Me siento liberado. Me desprendo de mi país, de mis costumbres, como la cáscara de un fruto que acaba de madurar”. Desde entonces Carella fue otro.
El lector interesado en la historia precisa de esa novela y en la vida gay de Carella junto a su joven amante King Kong puede encontrarla narrada con lujo de detalles en la recientemente aparecida Historia de la homosexualidad en la Argentina de Osvaldo Bazán. Pero la vida despareja de Carella ocupa apenas un capítulo en un libro de casi medio millar de páginas. Allí se da voz a muchos de esos silencios que traman nuestra historia.
Aunque a veces es tímido, quizá porque sabe que está caminando sobre arenas movedizas, Bazán no teme enfrentarse a varias preguntas urticantes, de esas que los investigadores “serios” siguen descalificando (con lo que contribuyen a consolidar la versión oficial). ¿Belgrano, el primer padre de la patria, era gay? ¿El tango reo, macho, nació como expresión musical del homoerotismo masculino? ¿Por qué los progresistas son tan reprimidos sexualmente?
Estas preguntas y otras por el estilo no estructuran una historia sistemática, pero tienen el mérito de ubicar la cuestión de escribir una historia gay en el centro incandescente de su posibilidad. No olvidemos que la homosexualidad apareció hacia 1870 cuando un rasgo individual –la elección de compañero sexual– fue considerado por la naciente psiquiatría como esencial para dar cuenta de toda la personalidad.
A partir de ese momento, la homosexualidad fue vista como el lugar social, cultural y psicológico más desvalorizado. Allí se podía colocar todo el desecho social. Para que el “basurero” tuviera efecto, los homosexuales deberían ser algo absolutamente minoritario. Casi inexistentes. Y cuando no se los pueda ocultar, los homosexuales deberían ser vistos siempre como seres horrendos o ridículos. Ser afeminado es la pesadilla más atroz que puede imaginar el muchacho de barrio que quiere ser admitido en la barrita de la esquina.
En un terreno en el cual cada palabra es un debate y cada dato una toma de posición política, escribir un libro como el de Bazán significa establecer una cabecera de playa. Aunque sea inestable (como toda cabecera de playa), este libro era necesario. No dice nada nuevo a los especialistas (es posible que a algunos los saque de quicio), pero le dice mucho a los muchos que no son especialistas. Y lo dice de una manera más entretenida que los textos para especialistas: fuera de los primeros capítulos, se lo lee de un tirón.
Escrito contra reloj, el libro tiene algunos puntos flojos. El recorrido es demasiado extenso y, a veces, caótico. No queda claro por qué se trata un tema y no otro. Por ejemplo, cuando se habla de la revista Sur se discute la ambigua posición de Héctor Murena frente a la sexualidad, pero no se dice nada más de un medio que albergó durante décadas a los más importantes editores y críticos homosexuales de la historia cultural argentina y latinoamericana.
Sin embargo, esas desprolijidades no son el déficit principal de este libro valioso. Lo más endeble es la tesis que podríamos denominar “cristiana”, el acento en el dolor. Lo que sostiene todo el libro es la denuncia del sufrimiento que tienen que sobrellevar los que asumen una sexualidad no normativa.
Aunque el texto de Bazán no es propiamente una historia, su trabajo es un aporte esencial para discutir cómo se construye la memoria. En todos los sentidos de la palabra, se podría decir que estamos ante “otra historia”: no tanto la de la homosexualidad, sino más bien el relato de cómo se deja fuera de registro lo que no encaja en la norma.
Lo propio de Bazán –y lo hace explícito en todo momento, a pesar del título– es el registro periodístico, no la investigación histórica. Que sea un libro de divulgación no quiere decir que sea para cualquier lector. Es un libro para aquellos que no se desmayan cuando leen que Carella le confiesa a King Kong que le dolió cuando el joven lo penetró. Ni cuando King Kong le responda con sabia picardía: “Dolió, pero gustó”.
En el campo de la historia de la sexualidad todavía está casi todo por hacer. Como dijo John Boswell (a quien Bazán cita, pero parece conocer sólo de segunda mano), la mayoría de los historiadores de la sexualidad son como esas personas que, a pesar de que perdieron sus llaves en lo más oscuro del parque, se concentran, sin embargo, en buscarlas debajo del farol. Saben que allí no encontrarán nada, pero los tranquiliza que ese lugar esté muy bien iluminado. Uno de los grandes méritos de este libro de Bazán es que no hace eso: se anima a meterse en el bosque.