El fin de la historia
Anagrama
Buenos Aires, 2004
256 págs.
por Patricio Lennard
“¿Qué hacer con la historia?” debe ser la pregunta que más se ha hecho la literatura argentina. Si bien pocas son las obras que la han respondido satisfactoriamente, otros textos parecen ni siquiera formulársela, ignorando los pliegues de una tradición tan vasta como la propia literatura. La tematización de lo histórico-político es, de este modo, la salida más fácil y frecuente, lejos de los casos en que la ficción interroga la experiencia de la historia y la vuelve inteligible.
Una vez Argentina de Andrés Neuman, finalista del premio Herralde que Alan Pauls ganó con su brillante novela El pasado, es síntoma de cómo lo histórico-político, particularmente en estos últimos años, se ha impuesto para muchos escritores con la fuerza de un tópico. Si bien no se trata de una novela histórica, ya que Neuman privilegia la narración en clave autobiográfica del devenir de su familia –desde la llegada de sus tatarabuelos a la Argentina, hasta su partida a España (país en que reside) a principios de la década del ‘90–, la historia es un espacio insoslayable del texto. La configuración del árbol genealógico a través de relatos y anécdotas que se entrecruzan fragmentariamente se superpone con la novela de formación que el narrador protagoniza, en un contrapunto con la historia que muchas veces resulta arbitrario. Y la arbitrariedad reside, justamente, en que ciertas referencias históricas funcionen como un conjunto de efemérides con el que es posible fechar lo que se cuenta (“En 1955, el año de la llamada Revolución Libertadora, Perón tuvo que irse del país y mi bisabuela Sara, de este mundo”). Así, excepto en las circunstancias puntuales en que el narrador (nacido en 1977) funciona como testigo de época, las estrategias para que la historia ingrese al texto son más bien inocuas, sobre todo cuando entre ésta y lo que se narra no existe otra conexión que la de la mera eventualidad de lo contemporáneo. Y es que la historia, en tanto serie heterogénea de relatos, también tiene sus maneras de ser narrada desde lugares comunes. La historia misma es, a veces, una suma de clichés. En este sentido, la tercera novela de Neuman (que en la solapa es presentado como “hispanoargentino”) parece escrita más desde la literatura española que desde la argentina, lo que hace problemático (cuando no imposible) que en él se lean ciertas desinencias de la crisis for export, inscriptas en una lógica de manual de historia argentina del siglo XX. Desde la Semana Trágica hasta “Síganme, no los voy a defraudar”, pasando por la masacre de Ezeiza, el Mundial ‘78 y “los argentinos somos derechos y humanos”, la acumulación de referencias históricas no involucra casi ningún distanciamiento, casi ninguna mirada oblicua sobre la historia que produzca, literariamente, un discurso reflexivo en lo intelectual y en lo estético.
Si bien Una vez Argentina es una novela que tiene momentos narrativos de gran intensidad, en el paralelismo entre historia familiar e historia a secas se juega la ambición (un tanto desmedida) de contar la construcción de un país, en sus máximos acontecimientos, a través de las íntimas postales que se podrían hallar en el arcón de una abuela. En un contexto en que lo histórico-político es, desde hace tiempo, una de las zonas más exploradas por la literatura, y una de las pocas herramientas de mercadotecnia más o menos efectivas a la hora de vender una novela, las relaciones entre literatura e historia se complejizan y siguen en aumento.¿No será hora de ir imaginando un “fin de la historia” en la literatura argentina?