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Domingo, 13 de febrero de 2005

LA PSICOANALISTA CORINNE MAIER HIZO TABLA RASA ACERCA DE TODO LO ESCRITO ANTERIORMENTE SOBRE CASANOVA PARA LOGRAR UNA VISIóN DEPURADA Y POCO COMPLACIENTE SOBRE LA FIGURA DEL GRAN AMANTE DEL SIGLO XVIII.

El amante

Casanova o la ley del deseo
Corinne Maier
Nueva Visión
96 páginas

 Por Guillermo Piro

Casanova representa un caso único. Su nombre es sinónimo de charlatán, pero este charlatán consiguió penetrar en el Panteón de los genios creadores. La historia de la literatura está llena de manuales que omiten su nombre, como si perteneciera a otro campo, como si su obra fuera lateral. Lo cierto es que la Historia de mi vida es un testimonio único para conocer el siglo XVIII, aquel donde antes de la Revolución Francesa el placer reinó soberano. La literatura que gira en torno a Casanova es infinita y compite en extensión con la dedicada a Kafka o a Borges. Corinne Maier encaró la lectura de la Historia de mi vida del mismo modo que Elias Canetti encaró el estudio de las masas haciendo caso omiso de Le Bon, Marx y Freud (no desconociéndolos sino simplemente pasándolos por alto, ignorándolos). Maier nunca remite en una nota al pie a ningún escrito sobre Casanova. Para ella es tierra fértil para interpretaciones porque carece de todo órgano de complejo moral o de prejuicios. Los prejuicios corroen los huesos y estorban la libertad de movimientos. Dicho de otro modo: la ausencia de prejuicios es un signo de inteligencia. Y a la inteligencia le gusta a veces habitar en hoteles terribles. Maier lee en Casanova una máxima que explica al amante en su totalidad (basta de llamarlo libertino; a mediados del siglo XVIII ese nombre le sentaba a las mil maravillas, pero hoy, después del Marqués de Sade, suena a parodia) y esta máxima dice así: “Actúa de tal manera que las mujeres y la sociedad te traten siempre como un fin, no como un medio”. La ley de Casanova, dice Maier, es el reverso de la ley kantiana. Siempre objeto, nunca sujeto.

Corinne Maier llama a Casanova “criatura del azar”, un apelativo certero que irá a sumarse al arsenal con que se viene designando al más grande antimetafísico de la historia. El interés de Casanova sólo está dirigido a lo orgánico. Nunca, en toda la Historia..., el lector lo ve alzando los ojos al firmamento con mirada interrogante. La naturaleza lo tiene sin cuidado: es imperfecta, inacabada y hostil –y además es demasiado verde y está mal iluminada–. Una criada sucia llorando en un rincón en un tugurio cualquiera le resulta más interesante que una puesta de sol en Sorrento. Le falta el órgano para observar la naturaleza, no tiene alma. Ciego para la belleza pura e inútil, entonces, el mundo no es para él más que una ciudad cualquiera con jardines por donde pasean las carrozas que llevan y traen mujeres bellas, una taberna oscura donde desplumar a alguien, los teatros, las calles, los burdeles. Es en las ciudades donde se esconde el azar, el lujo y la sensualidad. La naturaleza carece de lujos.

En la Historia... pone a prueba a sus lectores, proponiéndose “hacer enrojecer a los que nunca en su vida han enrojecido”. Lo cierto es que el lector se siente traicionado porque esa advertencia rara vez se cumple. ¿Casanova erótico? ¿Pornográfico? Nada de eso: “Entonces la besé y la hice mía durante una buena media hora”. Sí, pero el asunto en cuestión es cómo se llega a esa consumación; es allí donde Casanova despliega su arte, funda su escuela. Cerca, arrincona a su víctima con palabras. Y una vez que la ha hecho suya se hace abandonar por ella.

Pero no es que se deja abandonar por las mujeres que ama: se deja abandonar porque las ama. Una vez que el placer se consuma suena la campana de la separación. Para ser su amante no es necesario ser inteligente o casta, talentosa o tierna. Todo eso es ajeno a la feminidad, que es lo único que él desea. Le basta con que sean mujeres. Hay que desechar la leyenda de que las conquistas de Casanova conforman un vasto harén romántico y estético. Las elecciones de Casanova pueden ser variadas, divergentes pero, por Dios, no es una galería de bellezas. Erróneamente se suele confundir a Casanova con Don Juan; mejor dicho, se ha hecho de Casanova el prototipo del Don Juan. Casanova deja a las mujeres felices, embriagadas de placer, encantadas, sonrientes. Don Juan, en cambio, lo que deja tras de sí es un corro femenino que lo insulta jurando vengarse. En la vida de Casanova no hay histéricas ni suicidas, en la de Don Juan sí. Pero la Historia... es un ars amandi del que no se puede aprender nada. El arte de seducir no se aprende, del mismo modo que no se aprende a escribir poesía leyendo las mejores poesías. Su único secreto es la sinceridad y el modo en que Casanova exterioriza su naturaleza pasional.

Corinne Maier leyó la Historia... con la mirada que ofrece el desencanto y la ignorancia; impuso a un texto anárquico y desparejo esa visión ordenadora que sólo le está permitida a los mitos –ni siquiera a todos–. Percibió la superficialidad de Casanova, ese “sirviente de la voluptuosidad”, y la tomó como la enseñanza más sensata. Y a Casanova, como al hombre más sabio del mundo. Con Casanova, comprende algo que muy pocos se atreven a aceptar, y es que para entrar en la literatura hace falta morir; que primero hay que vivir sin escribir, y luego escribir sin vivir. Su Historia... deja una sola enseñanza, tal vez poco para lo que Casanova hubiera deseado legarles a sus lectores futuros: lo único que cuenta es el deseo. Hay que llevarlo hasta las últimas consecuencias. Y hay que estar dispuestos a pagar el precio que corresponda.

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