Lunes, 8 de julio de 2002 | Hoy
Por Laura Isola
PRIMERO,
EL FONDO
Aun cuando el punto de destino fuera una vasta biblioteca que todo
pudiera albergarlo hasta lo que nadie recomendaría salvo para equilibrar
las patas de un mesa o elevar el monitor de la computadora, siempre se
impone una selección previa de algún tipo y ésa es la tarea
de los adultos. Este poder, que puede resultar caprichoso y hasta autoritario
en relación con los gustos de los chicos, es una actividad
indeclinable de los mayores porque la literatura infantil es un paso, el primero,
para que los niños gusten de la literatura y de las disciplinas artísticas
en general. Muchos, por suerte, son los libros que en este momento están
en el mercado para avalar esta convicción. El catálogo de libros
para niños y jóvenes del Fondo de Cultura Económica, por
ejemplo, exhibe variadas alternativas.
Siete millones de escarabajos, del argentino Agustín Comotto, impresiona
por la inquietante belleza de sus dibujos en blanco y negro, que se complementan
con un texto igualmente perturbador y bien construido que gana en intensidad
a medida que avanza la trama, un simple y vigoroso in crescendo, que ilustra
que para devenir escarabajo conviene, a la vez, devenir manada o multiplicidad
(algo que Gregorio Samsa, ese pobre bicho, no alcanzó a comprender).
En la misma colección, para los más pequeños, se destaca
Tsé-Tsé, de Douzou, Oliver, Corazza y Bertrand, un libro-juego
que desafía a quienes puedan pasar sus bellísimas páginas
sin bostezar. Por cierto, lo que el libro quiere es que los niños acepten
su derrota y se vayan a dormir. Para los preescolares, es insoslayable Olivia,
un libro de expresivas y humorísticas imágenes de una chancha
(y hay que ser capaz de competir con el carisma de Miss Piggy) dibujada por
Ian Falconer, un artista norteamericano que supo trabajar con David Hockney.
Las ilustraciones de Olga Dugina y Andrej Dugin sirven para contar los clásicos
El sastrecillo valiente y de Las plumas del dragón, pero también
para convertir cada página de esos cuentos en cuadros del Bosco o de
Brueghel, invadidas por fantásticas figuras.
Muchos de los libros infantiles del Fondo de Cultura Económica son traducciones
hechas en México, y vale la pena resaltar el cuidado con que han sido
realizadas, teniendo en cuenta la variabilidad de las inflexiones en cada uno
de los países del área idiomática. Para lectores más
entrenados, el Fondo ofrece nada menos que a la argentina Graciela Montes y
los títulos de la saga de la venganza, ilustrados por Claudia Legnazzi.
LA
REINA DE LOS NIÑOS
Es sabido (sobre todo por sus intransitables traducciones) que
la Madre Patria desdeña la variación lingüística.
Peroel pacto ficcional que supone la literatura infantil reposa en una cuidadosa
adaptación de los textos al vocabulario y la sintaxis de sus consumidores.
El modo en que se resuelva ese pacto significará el éxito o el
fracaso de la lectura. Alfaguara parece tener en cuenta este aspecto al diseñar
su catálogo infantil. Por eso sorprende gratamente Manolito Gafotas de
Elvira Lindo, en el que la variedad peninsular del castellano no molestará
a los lectores argentinos, por la solidez de la construcción del personaje
y la calidad de su escritura.
Para los más pequeños, Alfaguara ofrece La fiesta de los lagartos
de María Granata y Uno de elefantes de Jorge Accame. La incorporación
de María Elena Walsh a la casa editorial produjo, entre otras cosas,
una nueva colección, AlfaWalsh. Y no es para menos, ya que la escritora
es un clásico de clásicos. Su última novela, Hotel Piohos
Palace, recurre a personajes ya consagrados que se mezclan con nuevas invenciones
para poner en funcionamiento la máquina Walsh de contar historias inteligentes,
divertidas y hacer del disparate-racional su marca registrada.
¿ARTE
O CULTURA?
En el contexto de los libros que integran Primera Sudamericana
hay que destacar los de Ana María Machado. La autora, nacida en Río
de Janeiro, fue alumna de Roland Barthes, ganadora del premio Hans Christian
Andersen y fundadora de la Cátedra de Literatura Infantil en la Universidad
Católica de Río de Janeiro. La particularidad de su prosa y de
sus temas hace que los lectores accedan a problemas como la tiranía,
en Había una vez un tirano, o las posibilidades de las palabras y el
lenguaje en El delantal que el viento lleva, recomendados para 8 y 4 años,
respectivamente.
Editorial Norma divide la producción infantil y juvenil en dos grandes
colecciones: Torre de Papel y Zona Libre. Muchos son los títulos que
las integran y a partir de cada uno de ellos se accede a las diferentes temáticas
propias del género. El amor, el miedo o la curiosidad, por ejemplo, trabajada
desde el policial, como tan bien lo hace Pablo De Santis en Lucas Lenz y la
mano del emperador. Dinosaurios, la novela de Daniel Arias, está bien
escrita y, si bien elige un tema casi de parque temático, no se duerme
en esa confianza y construye una narración sólida y cuidadosamente
ambientada. También valen la pena (el recorrido no es exhaustivo) Un
desierto lleno de gente de Esteban Valentino, cualquiera de los títulos
de la eterna y desopilante Ema Wolf o Los vecinos mueren en las novelas, inteligente
libro de Sergio Aguirre.
Lejos de la literatura y muy cerca del merchandising (o del entertainment, de
acuerdo con la definición de Daniel Divinsky en la nota de tapa), hay
toda una serie de libros que encuentran su razón de ser como continuación
de programas de televisión o de personajes famosos. Ya no hablamos más
de literatura sino de libros con palabras y dibujos. Son los libros de la serie
Rugrats, Los Simpson o los de ¿Dónde está Wally?, rubro
en el que se especializa Ediciones B. Como una propuesta interesante de esta
editorial se destacan los libros de Pipo Pescador, sobre todo El mono polizón,
donde el popular cantante y animador se transforma en personaje de una historia
entretenida e ingeniosa, garantizada por su propia escritura.
CRITICA
DE LA INFANCIA
La recorrida atenta por textos infantiles actuales es imprescindible,
si de enterarse de novedades editoriales se trata y de elegir lecturas para
nuestros hijos. Pero a partir de este relevamiento debería ser posible
proponer un aparato crítico para la literatura infantil, que insista
precisamente en la evaluación estética (lo específicamente
literario) más allá del mercado infantil (que funciona, después
de todo, como todo mercado). Muchas veces se trivializa la literatura infantil
(en sus contenidos, en su producción, en sus anhelos) con la excusa de
la puerilidad de sus destinatarios. En la aparente incapacidad para discriminar
a los niños se fundan esos productos de mala calidad lanzados al mercado
con la excusa del puro lugar común del entretenimiento. Muy
en sintonía con una mediocridad generalizada en lo que respecta a la
oferta para consumo infantil y juvenil en otras áreas como la televisión,
el cine o el teatro, esas propuestas desdeñan nociones básicas
e indispensables que provienen de los campos de la ética y la estética:
el respeto al lector en formación, la educación en el gusto, la
valorización del pensamiento y la sensibilidad del niño.
Para eso, mejor es seguir recurriendo al viejo reservorio de historias tradicionales,
La bella durmiente del bosque o Blancanieves. Llegado el caso, los chicos lo
saben, lo que importa es la pericia para contar la historia y no tanto la novedad
de sus contenidos.
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