Domingo, 27 de noviembre de 2005 | Hoy
DE COLECCIóN
Un libelo antiperonista de Martínez Estrada, semblanzas de un vasco simpático, ensayos poco difundidos de Wilde y exaltadas necrológicas de un ultra son algunos de los raros libros rescatados por la Biblioteca Nacional.
Por Juan Pablo Bertazza
Demos por cierto aquello de que no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió. Con ese aire tanguero pero la frente alta, reaparecen los libros que conforman la colección Los Raros, obra y gracia de la Biblioteca Nacional en colaboración con la editorial Colihue. Entre el despecho y la melancolía de no haber sido suficientemente leídos, se acercan mucho más a la palabra francesa rare, en tanto pocos comunes y escasos, que al ya peyorativo mote hoy tan en uso de “bizarro”.
¿Qué es esto? se llama el ensayo de Martínez Estrada, quien, elogiado por David Viñas (harto conocido porque raramente se le cae un elogio), expresaba en La cabeza de Goliat su interés en reubicar la Capital Federal en Bahía Blanca. Y no es difícil entender por qué el libro no fue recibido con bombos y platillos: sus ocho capítulos están dedicados al origen, consignas y doctrinas del peronismo, al que define como “misteriosa enfermedad del caracú que periódicamente se manifiesta por pústulas cutáneas, disenterías, neuralgias y también euforias en que los ciudadanos se abrazan en las calles y se intercambian amuletos contra el mal de ojo”. Así como Naranjo en flor recomendaba que primero hay que saber sufrir, después amar, después partir y al fin andar sin pensamiento, Gerardo Oviedo dice que el Idioma Nacional de los argentinos, de Lucien Abeille (miembro de la Sociedad Lingüística de París), tuvo que soportar “primero la repulsa, luego el desprecio y finalmente el olvido”. Obra arriesgada o fatal, entendía que el español de esta raza nueva debía evolucionar hasta formar un nuevo idioma. En una concepción que le destinaba al lenguaje un lugar revolucionario, el neologismo era considerado el principal agente para cambiar las cosas.
Y el que estaba muy lejos de querer cambiar algo era don Ignacio Braulio Anzoátegui, recalcitrante ultracatólico y antisemita considerado por muchos críticos (entre ellos el prologuista Christian Ferrer) enfant terrible de la derecha argentina. Sin embargo tenía, a su vez, un buen manejo de la paradoja y los apotegmas. Su Vida de muertos es una serie de obituarios descarnados y sin anestesia (recurso muy empleado en las revistas literarias de la primera mitad del siglo XX) a políticos y escritores como Echeverría, Rubén Darío (de quien, por ejemplo dice: “Su vida fue una de las novelas más interesantes de su época. Esto quiere decir que no tuvo ninguna importancia”), Sarmiento (que “introdujo tres plagas: el normalismo, los italianos y los gorriones”) o Alberdi (“dijo ‘gobernar es poblar’ y se quedó soltero”).
La colección Los Raros se completa por ahora (van a salir varios ejemplares más el año próximo) con El tempe argentino, de Marcos Sastre, un naturalista a la usanza de Hudson, que veía en el Delta del Paraná la vuelta al Edén perdido; Prometeo & cia del polifacético Eduardo Wilde, quien realizó este ácido libro de ensayos para recuperar su honor luego del escándalo que tuvo con Juárez Celman, cuando renunció a su puesto de Ministro del Interior en 1889, y Vivos, tilingos y locos lindos, aguafuertes del curioso y amigable vasco Francisco Grandmontagne, cuya picaresca y amplia gama humorística recuerdan a Fray Mocho y al Payró de El casamiento de Laucha.
Cada uno de los libros de esta novedosa colección (la referencia a las semblanzas literarias de Darío sobre los raros Poe, Lautréamont, Ibsen y Martí es insoslayable) trae un sólido prólogo que discute por qué y cuán rara es la obra en cuestión. Tres cosas traen sus páginas heridas: amor, pesar, dolor. Son la otra cara de la ensayística argentina, la cara que no quisimos o no supimos leer.
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