Domingo, 27 de noviembre de 2005 | Hoy
HISTORIAS VERíDICAS
Libro de registros extraños y al mismo tiempo reales, La maleta de Hana funciona como un testimonio sencillo y claro y un cuento para chicos que no se conforman con la superficie de la verdad.
Por Cecilia Sosa
La maleta de Hana
Karen Levine
Editorial Lilmod
121 páginas
Marzo de 2000. Tokio, Japón. Una maleta vieja llega al Centro Educativo sobre el Holocausto que dirige Fumiko Ishioka. No tiene nada en especial, excepto una tela a lunares y unas pocas palabras escritas con pintura blanca: “Hana Brady, 16 de mayo de 1931. Huérfana”. ¿Quién es Hana? Enhebrando el tiempo, la respuesta conduce acaso al nombre más triste y oscuro de la Historia: Auschwitz. Y, entonces, esta historia también tendrá otro comienzo. Años 30, Nove Mesto, un pequeño e idílico pueblo de Checoslovaquia. Allí vive la familia Brady: padre, madre y dos hijos: Hana y George. Dos tiempos y un relato que los fusiona estremecedoramente. Pero también hay un tercer inicio posible. Ottawa, Canadá, 2000. La periodista Karen Levine, directora de The Sunday Edition, un programa documental de la radio nacional canadiense, descubre en un diario una historia conmovedora: un hombre de 72 años (con hijos y nietos) que viajó de Toronto a Tokio para que un grupo de niños japoneses le cuenten qué ha sido de su hermana, a la que vio por última vez a los 16 años.
La maleta de Hana fue primero un programa de radio (que salió al aire en enero de 2001) y luego un libro. Apenas 121 páginas escritas del modo más sencillo, ilustradas con dibujos y fotos. La maleta de Hana es un relato verídico. Fue traducido a más de 40 idiomas y está pensado como cuento para niños. Algo un poco extraño si se piensa que el Holocausto funda el concepto de “no experiencia”, aquel pasado casi mítico sobre el que acaso nunca se podrá dar un testimonio. Lo innombrable del horror. Campos de exterminio donde murieron millones y también una niña de 12 años. El libro se detiene ante ese silencio. Pero se abre, en cambio, a un antes y un después en dos tiempos vertiginosamente paralelos, disímiles y extrañamente enlazados. Allí están entonces los Brady, la única familia judía de Nove Mesto, los juegos de Hana y George y, con la llegada del ejército nazi, la prohibición de asistir a plazas, cines y aun a la escuela; la citación de la madre por la Gestapo, la detención del padre y la promesa de George de cuidar a su hermana para siempre.
Y también, como un revés casi improbable, Fumiko, un pequeño centro de la memoria japonés y un grupo de niños que quieren saber. Fumiko escribe, investiga, viaja. El museo israelí del Holocausto, el Museo de la Memoria en Washington. No hay noticias de Hana. Hasta que un día un sobre delgado trae unos dibujos que sobrevivieron milagrosamente y un dato revelador: Theresiendstadt, el nombre con el que el ejército nazi rebautizó al pueblo de Terezin. Una prisión por donde pasaron 140 mil judíos (muchos artistas, músicos, historiadores y filósofos). En la mayoría de los casos, como antesala de los campos de la muerte. Allí vivió Hana entre 1942 y 1944 y allí llega Fumiko en la primavera del 2000. El centro de deportación ha sido convertido en museo. Y entre la lista de prisioneros, Fumiko descubre el nombre de Hana. Tiene un tilde de chequeo. También hay otro nombre: George Brady y un espacio vacío al lado. Así, Fumiko descubre que Hana tuvo un hermano que además pudo haber sobrevivido.
La maleta de Hana es una historia vertiginosa. Un documento escrito en tiempos y lugares distintos, aparentemente irreconciliables. Un testimonio arrebatado a la casualidad y el destino. Un viaje al registro íntimo y sencillo de unas vidas. La historia que logra reunir medio siglo después a un hombre septuagenario con la maleta de su hermana. Y sólo después, un cuento para niños.
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