Sábado, 31 de diciembre de 2005 | Hoy
D.A. FLEISCHER: "LA CODICIA CELESTE"
Una vertiginosa mezcla de ingredientes mágicos en una novela que refleja los destellos juveniles de los ’90.
Por Mauro Libertella
La codicia celeste
D.A. Fleischer
Catálogos
332 páginas
Dentro de esa extraña tradición de momentos luminosos que hemos acordado en llamar literatura argentina, el lugar que ocupa la novela de tema satánico es escaso o, por lo menos, marginal. Quizá porque los autores que cultivan el género son pocos y su producción ecléctica, esta literatura recaló en un terreno lateral que, en última instancia, le sienta bien. Es así que la aparición de algún nuevo libro que se vuelque sobre esta temática despierta, por lo menos, curiosidad.
Diego Andrés Fleischer nació en Santa Fe en 1976 y ganó algunos premios literarios acá y allá. En el 2001 publicó Corfirias, una novela que fue catapultada dentro de ese amplio espacio de lo que se llama vanguardia, y ahora publica La codicia celeste: una novela algo más extensa y narrativamente más madura.
La historia es la de un escritor joven a quien una repentina falta de inspiración lo lleva a hurgar material novelable en una secta satánica de actividades y alcance inciertos. Así, en esa suerte de testigo y detective en que se convierte el narrador se deja ver nítidamente el imaginario de escritor que Fleischer propone: el joven de familia estanciera que viene a la gran ciudad y se hunde de lleno en bares de dealers y freaks; una crisis de inspiración, la musa que no llega; el joven curioso que se mete en una sangrienta secta porque todo sirve para la novela. En esa frenética búsqueda por la inspiración, la novela va desarrollándose y abriendo distintas historias y modos de narrar. Lo más interesante y lo mejor logrado resultan ser esos momentos en que la narración hereda recursos más bien clásicos y, llanamente y sin pretensión, cuenta una historia. La novela está cargada de esas pequeñas historias: la del misterioso líder satánico El Sanguito, la del hijo andrógino de un político influyente, la de la editora de una revista contracultural. Hay, en cambio, una casi obsesiva búsqueda por colorear el relato con vueltas literarias (en el modo de adjetivar, en la excesiva metáfora, en los diálogos) que proyecta una sombra sobre esas historias bien logradas. En definitiva, cuando La codicia celeste reflexiona sobre la literatura (lo hace con argumentos algo básicos) o se vuelve extremadamente literaria, pierde al lector, lo deja ir. Pero aquellas páginas en que se narran historias de vida vuelven, salvadoras, a despertar el mas instintivo interés.
La codicia celeste está dividida en dos libros. El paso de un libro al otro propone un interesante desdoblamiento narrativo: mientras que el primero está narrado en primera persona, el segundo pasa a narrar en tercera e incorpora al primer narrador como personaje. Ese pase de un prisma al otro sucede por cierto en el momento justo en que la novela empieza a decaer, por lo que ese nuevo modo de seguir con la historia es, además de un juego literario inteligente, una apuesta que oficia de salvavidas.
Resta decir: la novela de Fleischer pone en ficción a un sector de la adolescencia menemista (música electrónica, dinero fácil, drogas sintéticas) y lo mezcla con el discurso de la tortura, de la sangre. Y, si bien solamente cuando su literatura se arroja sobre lo morboso toca al cuerpo y se vuelve visceral, es interesante leer a toda una generación pensada alrededor de este registro de lo paranoico y de lo finalmente extraño.
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