Domingo, 24 de septiembre de 2006 | Hoy
NOTA DE TAPA
Volver a leer (Edhasa) encierra unas cuantas sorpresas: contra el escepticismo o la mirada apocalíptica para la que todo está perdido, en este ensayo Mempo Giardinelli analiza con optimismo y cautela los avatares reales del libro y la lectura en Argentina. Una propuesta que, más allá de la voluntad, debería ser tomada muy en cuenta a la hora de resolver problemas concretos.
Por Angel Berlanga
“Y, sí, todo esto me quita tiempo para la literatura”, dice Mempo Giardinelli, y un poco se lamenta porque en los últimos años ha publicado menos ficción de la que hubiera querido, aunque ahí están los cuentos de Estación Coghlan y de Gente rara y las novelas Cuestiones interiores y Visitas después de hora, títulos todos del último trienio. El “todo esto” del comienzo, lo que le “quita tiempo”, es la tarea de la fundación puesta a su nombre, dedicada especialmente a alentar y auspiciar y estimular la lectura, a intentar hacerla popular. A rehacerla popular, más bien, de acuerdo al título del libro que acaba de publicar, Volver a leer – Propuestas para ser una nación de lectores. “Desde hace veinte años mi labor social, además de lo periodístico y lo literario, está vinculada con este tema”, dice este escritor chaqueño, que ubica los comienzos específicos de esta vertiente en su regreso al país tras el exilio en México, en 1985, y en los editoriales de la revista Puro cuento, que dirigió durante seis años. En este libro Giardinelli analiza cómo las distorsiones ideológicas e instrumentales del Estado argentino a lo largo de las últimas décadas fueron debilitando el sistema educativo y la red de bibliotecas, cuenta sus experiencias y conclusiones y cita las de especialistas en otras partes del mundo, propone una “política nacional” (un punteo que plantea la inclusión del Derecho a Leer para la próxima reforma constitucional, la distribución anual de libros gratis para alumnos en todo el país y la extensión de los horarios de atención en todas las bibliotecas, entre otras cosas) y hasta despliega una guía para padres, maestros, bibliotecarios y mediadores de lectura.
En Resistencia, la ciudad donde nació y vive, marcha la fundación que preside. Desde hace once años se organiza allí el Foro Internacional por el Fomento del Libro y la Lectura, de cuyas jornadas han participado escritores, bibliotecarios, académicos y críticos con vastas experiencias y trayectorias. En www.fundamgiardinelli.org.ar pueden verse varios de los programas puestos en marcha y los resultados y repercusiones obtenidos. “Abuelas Cuentacuentos”, por citar un ejemplo, fue “importado” por Giardinelli desde Alemania con una ligera variante: mientras los voluntarios allá les leían a enfermos terminales, aquí el asunto se enfoca en lecturas a chicos que, en muchos casos, tienen poco o ningún contacto con la literatura. En el boletín del último mes, la fundación informa que el programa, adoptado por varias ciudades en el país y también por otras de Latinoamérica –Lima, Monterrey, Medellín, Quito, Guatemala y Ciudad Juárez, entre otras–, acaba de ser premiado por la Unesco. “Yo creo que mi libro es optimista –dice Giardinelli–. Bah, esperanzador. Por suerte el Estado argentino, después de la crisis de 2001, tuvo un cambio notable. Creo que las autoridades hoy tienen clara conciencia de la importancia de estos temas. De ahí a que se pueda conseguir, a que la Ley de Financiamiento Educativo sea suficiente, a que alcance la plata, de eso ya no conozco. Pero que hay voluntad, conciencia, y de que se ha torcido el camino, que se detuvo el desmoronamiento, es evidente.”
¿A qué llama “crisis de lectura”?
–A eso que tiene que ver con la pérdida del prestigio de la lectura y del carácter de país lector que alguna vez tuvimos. Quiero decir: hace cuarenta o cincuenta años en el interior del país había muchas librerías, las clases medias eran muy lectoras y los sectores populares, incluso, en tiempos de los gobiernos de Perón, tenían una calidad lectora bastante elevada. Eramos un país que leía, y no solo en el sentido de la instrucción pública, sino en el de tener cierta costumbre de leer como uno de los aspectos formadores de la personalidad y el ciudadano. Y eso se fue perdiendo.
¿A partir de cuándo?
–Yo creo que La Noche de los Bastones Largos marca un hito: es el momento en el cual el conocimiento, el saber, todo lo que simboliza el acceso a una mejor sociedad a través de la lectura y de los libros, empieza a ser condenado. Aquí empieza a haber una persecución que todos conocemos, muy consistente, que de hecho duró veinte o treinta años, y va de la mano del desprestigio de intelectuales, investigadores, científicos, estudiosos. De hecho, empiezan a circular frases del tipo “la universidad de la calle” o “lo que yo aprendí lo aprendí de la vida”, ese tipo de estupideces que se generalizaron mucho en la Argentina y todavía existen. La idea de que si se intelectualizaba, entre comillas, “las cosas se ponían difíciles”, con lo cual se instalaba el metamensaje “hablemos estupideces que es mucho más fácil”. Eso fue debilitando el sentido general de una sociedad y empieza a perderse de vista dónde está el camino hacia el conocimiento. Ese camino se llama lectura: no hay otro. Con la dictadura, luego, los libros fueron quemados. Era subversivo tenerlos y el que los tenía se sentía en peligro. Qué curioso: quien no tenía libros en su casa se sentía más libre que quien sí tenía. Y ya en democracia costó mucho perder el miedo al libro y al conocimiento que traen, a lo que permiten acceder, como la diversidad de formas de pensamiento, criterios propios, curiosidad.
¿Y usted piensa que realmente eso busca ser revertido desde el Gobierno, o sólo hay declaraciones de voluntad y de toma de conciencia?
–Yo creo que hay unas cuantas iniciativas: se repuso el Plan Nacional de Lectura, la Conabip está pasando un momento de gran actividad y se está replanteando sus objetivos, la Secretaría de Cultura también está trabajando muy bien. Y hay muchas fundaciones y organizaciones no gubernamentales, como la nuestra, involucradas en esto. Por otra parte, el tejido territorial que tiene la Argentina en materia de bibliotecas es espectacular, no lo tiene ningún país, y viene de tiempos del primer peronismo. Hay unas 40.000 bibliotecas extendidas por todo el país; por supuesto que la mayor parte de ellas están abandonadas, obsoletas, en mal estado. Pero es una base extraordinaria.
En el libro plantea que muchas bibliotecas públicas expulsan a los lectores.
–Si la biblioteca no es un lugar acogedor, agradable, luminoso, donde den ganas de estar, nadie va a estar. Esto es así. ¿Por qué los chicos van al cibercafé y se pasan cuatro horas como enajenados gastando monedas de un peso para ver cómo los coches se estrellan o cómo se matan dinosaurios? Bueno, porque es un lugar que tiene color, una supuesta libertad, donde se toman su gaseosa y se juntan con amigos, una manera en la que todo joven adolescente quiere estar. Si logramos que las bibliotecas sean lugares agradables para ellos, irán. Hay que perder el miedo al cambio, abrirlas, dejar de concebirlas como templos, hacerlas cómodas, iluminarlas, ampliarles los horarios. De todas formas reconozco que algunas han cambiado y que la Conabip ha dado un salto importante.
¿Por qué se les enseña tan poca literatura a los bibliotecarios? ¿Hay planes para modificar eso?
–Por lo que me han dicho, pareciera que sí: es un problema serio. Yo he tirado mucho la bronca; en el Congreso de Cultura de Mar del Plata me tocó una mesa junto a Horacio González (director de la Biblioteca Nacional) y a María del Carmen Bianchi (directora de Conabip) y ambos levantaron el guante cuando mencioné ese tema. Incluso Horacio me dijo que en la escuela de bibliotecarios de la Nacional están procediendo a los cambios de planes para recuperar la literatura. Lo que hizo el menemismo es un absurdo increíble: los bibliotecarios eran técnicos en clasificación, no sé, cibernética, pero no estudiaban una materia de literatura hasta tercer año.
¿Qué importancia tiene lo emocional para la lectura?
–Yo diría que indudablemente se toca con lo emotivo: la lectura perfecciona el sentido de las emociones. Si hablamos de la lectura específica que nosotros proponemos, la literaria, lo que genera es el desarrollo de la imaginación, de un espíritu entre lúdico, aventurero y emocional en el lector. Nosotros lo vemos con las Abuelas cuentacuentos y con todos los programas que tenemos: los chicos van mejorando el ánimo, el espíritu. Me atrevería a decir, y ya tenemos algunos medidores, incluso, de que la lectura disminuye la violencia y contiene las desigualdades sociales. No las engaña, ni las oculta, pero sí las contiene en términos, precisamente, emocionales. A través de lo que va revelando el lector va descubriendo sus propias posibilidades, potencialidades y capacidades. El vínculo es absoluto. Y hermoso.
Me preguntaba: ¿lectura de qué? Porque el campo es amplísimo.
–Esa es una pregunta que todos nos hacemos: ¿cabe leer cualquier cosa? Yo digo que no; no da lo mismo cualquier cosa, con tal de que lean. Hay lecturas que yo no aconsejaría, pero si veo a alguien leyendo eso que no aconsejaría prefiero que siga, y en todo caso me acerco y busco mejorarle el nivel de su lectura. Quiero decir: no voy a recomendar un libro de autoayuda, pero si veo alguien leyéndolo, trataré de acercarme y de orientarlo para que el próximo sea uno de Stevenson, o de Cortázar. Eso es lo que en teoría se llama “lectura puente”, porque sirve de nexo entre el no lector y el futuro lector. No se trata de condenar o desvalorizar ninguna lectura; hay algunas que no recomendamos, que preferiríamos que no fueran populares, pero si lo son pueden funcionar como puente hacia una mejor calidad.
Hay muchísima gente a la que no le interesa leer, que le huye a la lectura. ¿Por qué cree que será?
–La gente encuentra excusas. Yo digo, en el libro, en un momento, esto: que una persona no lea es una estupidez, un crimen que va a pagar con su propia oscuridad, con su propia estupidez. Tengo muchos amigos que son buenos tipos, buena gente, y no leen; algunos de ellos son profesionales que leyeron el último libro hace 30 años, cuando estaban en la universidad, y hoy son una especie de ignorantes funcionales en un montón de aspectos, y no lo saben. Y sin embargo opinan, votan. ¿Qué podemos hacer contra eso? A lo sumo, tratar de convencer a su mujer o a su marido para que a la noche les lean un poema de Neruda, que siempre les va a hacer bien: a lo mejor pueden reenganchar una costumbre perdida. Yo creo que hay que trabajar para que la nación lea.
Usted señala en el libro, respecto al brote informático de los últimos años, que las nuevas tecnologías facilitan y posibilitan mucho la lectura. ¿Observa todavía oposiciones rígidas en cuanto a su uso?
–Yo saludo entusiastamente todo nuevo advenimiento científico y del conocimiento; las llamadas nuevas tecnologías son, para mí, una maravilla. Trato de quitar el miedo que muchos padres y docentes tienen respecto a que vayan en contra de la lectura. Yo creo que eso no es cierto, que ayudan enormemente. Sin ninguna duda, Internet es un aliado fenomenal, pone al alcance una cantidad de información increíble. Sin embargo muchos se inquietan, porque los chicos después pasan cinco horas en los videojuegos. Es cierto, en parte eso debe controlarse. Pero si mi hijo juega en red un par de horas, si estudia con Google a mano y se informa a lo loco de cosas que a la noche conversa conmigo, si juega al fútbol, si lo veo que luego lee un libro, estoy ante un chico absolutamente normal. Es el chico que quiero, el que imagino en un país de lectores, y no al que le vamos a prohibir el cibercafé. En La Rioja, hace unos meses, un día me preguntaron qué pasaba si encontraba a mi hijo leyendo el Mein Kampf, de Adolf Hitler. Me agarró de improviso: Mire –le dije–, si ha leído ese libro, yo voy a tener la seguridad y la tranquilidad de que antes ha leído otros, a Shakespeare y a Salgari. Y seguramente mañana, cuando termine Mein Kampf, va a leer a Borges y a Hemingway. Quiero decir: si en el contexto general de su vida ese muchacho lee eso, y lo va a englobar en sus otras lecturas, no me parece mal. Yo he leído libros abominables en mi vida y no me ha hecho mal, porque los tengo sopesados y desarrollé un criterio lector. Cuando nosotros trabajamos con los chicos de las provincias desarrollamos, precisamente, criterios lectores.
A propósito de la baja del índice de lectura en España, el escritor Félix de Azúa publicó un artículo. Quería leerle un tramo para ver su opinión: “Creo que la lectura como ejercicio espiritual supremo está siendo sustituida por otras prácticas. Quizás esté regresando a su lugar clásico, unos pocos hogares, conventos, gabinetes de humanistas. Como en el pasado, el resto de la ciudadanía ‘mirará y oirá’ historias, pero ya no leerá por sí misma”.
–No he leído estas opiniones pero dicho así, en líneas generales, no estoy de acuerdo. Me parece que hablamos de dos realidades distintas. Me parece que él habla de una realidad muy autosuficiente, sin complicaciones, como en España hoy, donde los problemas de lectura son cada vez más sofisticados. Yo le diría que venga al Chaco, lo invito a que se pase un par de semanas con nosotros y después me cuenta si sigue viéndolo así.
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