Domingo, 24 de septiembre de 2006 | Hoy
TESTIMONIOS
Sobreviviente de campos de concentración e investigador de la Shoah, Jack Fuchs plantea algo esencial: el porqué de la memoria.
Por Mariano Dorr
Dilemas de la memoria:
La vida después de Auschwitz
Jack Fuchs
Norma
194 páginas
“Hubiera preferido estar en Hiroshima, tener una muerte rápida, no someterme durante años al sufrimiento propio, el dolor del hambre y la muerte de mis amigos y mi familia”, escribe Jack Fuchs (sobreviviente del Ghetto de Lodz –ciudad ubicada a 120 kilómetros al suroeste de Varsovia, ocupada por los nazis en septiembre de 1939–, deportado a Auschwitz en 1944 y posteriormente a Dachau, hasta el fin de la guerra), y agrega: “Pero esto es sólo una especulación. La víctima no elige cómo morir”. Sin embargo, Fuchs recuerda que, cuando estalló la bomba atómica, él se encontraba en un hospital de Baviera, atendido por médicos y enfermeros alemanes, que un día antes de la rendición, con toda seguridad, lo hubieran dejado morir o lo habrían asesinado.
Hoy, a los 82 años, Jack Fuchs vive en la Argentina, dedicado al estudio e investigación de la Shoah y la Segunda Guerra Mundial y a la divulgación de su testimonio personal. Dilemas de la memoria es un conjunto de notas (muchas de las cuales han sido publicadas en contratapas de Página/12), donde antes del detalle del horror, prevalecen las preguntas, todavía sin respuesta, después de más de sesenta años de aquella experiencia imborrable: ¿Por qué no bombardearon los hornos? ¿Por qué los judíos, gitanos, rusos, comunistas, homosexuales, discapacitados, coreanos y chinos, y cada una de las víctimas, fueron sometidas y masacradas ante la indiferencia del mundo entero? ¿Ocurre hoy algo diferente? Dilemas de la memoria: Fuchs explica que, finalmente, es más fácil recordar el pasado que enfrentar la indiferencia del presente, y esto es algo que “Hitler lo sabía bien cuando señaló que el mundo no había hecho nada para evitar el genocidio armenio y que nada haría tampoco para evitar la liquidación de los judíos y otras minorías”. Fuchs reflexiona en torno de Yom Kippur y la imposibilidad de perdonar los crímenes: “¿A quién puedo perdonar?”, se pregunta. Y recuerda, también, lo que nunca sucedió: “Nadie, ni una ni tres veces, me pidió perdón”. Cuando comienza el día del perdón, según la tradición, se eleva la plegaria de Kol Nidrei, pidiendo el perdón por los pecados, rogando ser reinscripto en el Libro de la Vida. Fuchs cuenta que una noche, en Dachau, después de un día de trabajo, hambre y desesperación, alguien recordó que aquella noche comenzaba Yom Kippur, y elevaron su plegaria: “Pasaron los años y aún no entiendo qué perdón debíamos solicitar cuando, despojados de todo, de la familia, de la casa y hasta de nuestro propio nombre convertido en un número, todavía quedaba el ritual de pedir absolución”.
Las notas de Fuchs recorren las fechas conmemorativas como un modo de anclar la memoria y fijarla a los acontecimientos del pasado. La memoria, explica, no garantiza que los crímenes no se repitan; incluso escribe que, al fin y al cabo, quizá se trate de “hacer memoria por hacer memoria”. Recuerda la vida judía en Lodz, su ciudad natal, donde todavía hoy no hay un monumento que recuerde esas 250.000 vidas, sino apenas un inmenso cementerio. La Shoah no tiene fecha de nacimiento ni de defunción, pero Fuchs señala el 19 de abril (día del levantamiento del Ghetto de Varsovia, en 1943) como el día en que debe recordarse tanto la lucha armada como la pacífica, honrando tanto a los héroes como a las víctimas silenciosas que no tuvieron siquiera la oportunidad de luchar. “Auschwitz nunca fue liberado”, escribe Fuchs. Los aliados sólo “encontraron” los campos. Y mientras los judíos fueron deportados y eliminados hasta el último día, los aliados no quisieron “liberar” a nadie, sino ganar una guerra; y para Fuchs la guerra es sólo el deseo de matar y dejarse matar... alegando excusas razonables.
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