Domingo, 19 de noviembre de 2006 | Hoy
RESCATES > PERLONGHER
Por Claudio Zeiger
Involuntariamente, un puñado de cartas pueden constituirse en un mapa y una novela, o en el mapa de una novela que no se despliega del todo pero, tímidamente, permite asomarse a su trama. Buenos Aires –centro de atracción y de pesares, melancólica ancla gris en un mundo ya de por sí muy deprimido– aparece en el cruce dramático de dos líneas de fuga: el frío de la Columbia Británica del Canadá, la templanza del Brasil. Osvaldo Baigorria habitaba una cabaña en el Artico cuando empezó a recibir las cartas de Néstor Perlongher desde Buenos Aires primero, desde San Pablo después. Por esos primeros tiempos de intercambio a la distancia, Baigorria se encuentra inmerso en un proyecto comunitario al que Perlongher no parece prestarle demasiada importancia, como si formara parte de un universo demasiado ajeno. Lo cierto es que “ártico” y “trópico” se constituyen en escenarios antinómicos, esfumados e ideales en esos duros años de carteo: 1978 a 1986. La represión política y sexual, el Mundial, Malvinas y finalmente la apertura democrática (de una democracia calificada de superficial) son los hitos que escanden la correspondencia (sólo han quedado las cartas de Perlongher en manos de Baigorria), y la trama de la novela incipiente es al mismo tiempo un destacable documento sobre la vida cotidiana bajo la dictadura. El relato es tan familiar como novelesco: como no se puede hablar abiertamente, las peripecias se insinúan; no hay anécdotas pero sí mucho clima de época, detalles vívidos. Podría decirse que se trata del clima de una época de transición, porque a través de las cartas percibimos que se viene de una cosa y se va, o se quiere ir, hacia otra (Perlongher habría hablado de devenires). Se viene de los ’70, el grupo Política Sexual, el trotskismo, el frente de liberación homosexual. Y se está en el pleno estancamiento y ocultamiento de todo eso. Y se va hacia un lugar de fuga que puede ser el ártico o el trópico, cualquier lugar que no sea éste.
El título elegido por Baigorria, Un barroco de trinchera define, más que un estilo, una forma de comunicación que aquí se llama acertadamente “una lengua política”. Es como una retórica plagada de tretas de ocultamiento; y sin embargo hay un despejamiento expresivo que vuelve llamativos estos pasajes de prosa epistolar: una claridad sospechosa, en cuyo trasfondo hay turbiedad; un humor que deja siempre en suspenso el remate de la broma; en suma, una pelea constante entre lo que se dice y lo que no se dice.
El tiempo ha pasado, y no hay necesidad de seguir siendo crípticos. Y por eso, en el prólogo, Baigorria –compilador junto a Christian Ferrer del imprescindible Prosas plebeyas– reconstruye detalladamente las idas y vueltas de estas cartas, la red de ocupaciones, amigos, proyectos y viajes que en algún momento los involucraron. Valor documental y valor literario, entonces, para un volumen bien calibrado.
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