Dom 17.12.2006
libros

NOTA DE TAPA

Yo, poeta

› Por Leonor Silvestri

Los artistas que pueden trascender las barreras de los géneros literarios y sexuales, sin poder ser del todo definido a qué tipo de arte pertenecen o con cuál comulgan, han sido desde tiempos inmemoriales malditos y adorados al mismo tiempo; especialmente si, además, lograron religar, incluso sin saberlo, el arte a la vida, y cumplir así al menos con uno de los sueños de las vanguardias europeas de principio del siglo XX: la praxis vital.

Sin lugar a dudas, éste es el caso de nuestro artista vernáculo conocido como Fernando Noy, testigo, creador y sobreviviente de lo que podríamos llamar los ’80 en la Argentina, para quien hoy corren, desde el punto de vista literario, épocas maravillosas: dos de sus libros de poemas han sido publicados, La orquesta invisible y Hebra incompleta (léase su obra completa); un libro con sus memorias está a punto de ser publicado por su biógrafa María Moreno, y la biografía que Noy escribiera sobre su inseparable amigo Batao Barea ha sido reeditada por el Centro Cultural Ricardo Rojas; aunque él, modestamente, afirme que nunca buscó armar un libro o un poema. Sin embargo, desde su primera publicación en la revista Touring Club ¿cuántos de los que han oído hablar de este personaje lo conocen a través de su exquisita poesía? ¿Cuántos de los que saben de Batato, saben también que los textos que interpretaba eran de Noy? ¿Cuántos saben que Noy, además de transformista es desde siempre escritor de cuanto género literario se haya creado (poesía, cuento, novela, teatro), a pesar de que mucho permanezca aún inédito o por descubrir?

Quizá la clave se encuentre en la unión inescindible entre poema/poeta/vida que Noy cultiva desde adentro de sus entrañas, a partir de la práctica incesante de lo que podría considerarse desapego material, que más bien se expresa en una anárquica generosidad inmanente que sólo le permite conservar su capital simbólico, es decir sus amigos. Imposible no amarlo cuando no deja de poetizar permanentemente todo lo que emana de su boca y su cuerpo. No caben dudas de por qué nadie odia a Fernando Noy.

Entre esos amigos entrañables, además del círculo antes mencionado y que Batato encabezaría, al igual de la que supo trabar con muchas otras personalidades del arte del mundo, se encuentran míticamente Alejandra Pizarnik y Olga Orozco, relación a la que llamará “reverberación de mi personalidad en ciertas figuras que me identificaron como poeta en la multitud”, y que expresa con una imagen más verídica la figura de estas dos geniales poetas, utilizadas hasta el hartazgo en la memoria por tanta otra gente. De hecho, Noy revela que “las mujeres me introdujeron a los mundos celestiales y dantescos. Y son infinitos los mundos que están en una gota de papel: desde las cartas que escribía a mi abuela, antes de que yo supiera que había poesía allí, hasta los poetas que mamá adoraba como ser Storni, Ibarbourou, Molinari, Larreta, Darío, Lorca, a través de los cuales comencé con plena conciencia literaria. Después, a partir de Orozco y Pizarnik, aparecieron Nerval, Char, Trakl, entre otros que me dieron un shock. Especialmente Alejandra me enseña a los poetas vivos de su generación, además de los poetas franceses malditos”.

De acuerdo con su ars poetica, y siguiendo una concepción de la inspiración y la musa mucho más clásica de lo que se esperaría de él a simple vista, “la poesía es un don incrustado en todas las musas y representa a aquellos que aman. No es un momento sino una filosofía perpetua de vida. Jamás he escrito con temas preestablecidos, no puedo soportar el tema, la clase, el dictado. De mí manan chorros de verbalidad que me fascinan como ajenos. El poema llega y queda como un hexagrama rupestre”.

El hecho de que Noy, personaje ecléctico, otrora travesti, locura hecha cuerpo, de repente, siga la tradición clásica de la poesía, la creación y el arte como inspiración y musa lo hace a él más único e interesante, y al mismo tiempo, ilumina la tradición misma con un personaje por todo fuera de lo convencional. Sin embargo, esta confianza en la musa no se debe a la incapacidad o negación del trabajo sobre el texto literario: “Mi poema es como una cartografía de cada instante de mi vida. Si me siento muy invitado mío, luego me coloco del otro lado de la mesa. Es la locura de obsidiana que la gente llama ‘corrección’. El poema me toma y yo lo expreso, después veo cómo lo corrijo; y corrijo hasta el despojo y, a veces, el poema vuelve a quedar como bajó”.

Haciendo honor a la famosa frase de Nietzsche que reza que lo único que interesa de lo que está escrito es aquello que se escribe con la propia sangre, Noy confiesa, ensimismado con la tradición de poetas místicos como Rumi, que “la poesía es su propio ritual que te consume. Cada poema es como un mandala. Una vez le comenté a Alejandra que tanto la había entendido en su poema que me había vuelto poema yo. La gente como ella son el poema vivo y encarnado; y lo único que prevalece son aquellos que han hecho poesía en algo. Lo que llamo ‘poetas de la existencia’, cosa que aprendí, a su vez, de otra mujer, la poeta brasileña Adelia Prado, a quien traduje y a quien, alguna vez me han dicho, incluso para insultarme, que me parezco, para mi propio placer”.

Contrario a las modas imperantes, el poema continúa en la vida, y no al revés, y su feminidad se asemeja al yo lírico de los decandentistas o los modernistas: “A mí, la poesía me tomó desde que yo vivía en la provincia, en Ingeniero Jacobacci, y aún no sabía siquiera que era varón”. No hay panfleto de género en su poesía, el amor a otros del mismo sexo es un hecho natural. Las canciones de amor a los varones están dichas desde un lugar donde se difumina el yo: “Soy ilimitado en el placer del poder del amor y eso me amalgama, desde algún punto de vista, a mi amigo, el gran Pedro Lemebel, puesto que tenemos en común el espíritu y la dedicación de un zorro donde miramos. Sin embargo, él toma la actitud beligerante furiosa, mientras que yo tomo la astucia de la suavidad del sinsentido. Somos artistas de la transmutación sexual para el placer del vivir y actuar los roles femeninos. Nosotras con Lemebel somos maricas de la época de los mataputos; yo siempre quise buscar mi parte femenina a todo vapor. Los poetas son como una antena que capta sin cesar y sin control el momento, como una falsa esclavitud. Sin embargo, la sexualidad la he elaborado respecto a lo que escribo como un casto ardiente que espera enamorarse”.

¿Pero cómo llega, entonces, el poeta Noy a desdibujarse en el performer del famoso Parakultural o Mediomundo Varieté: “En los ’80, el poeta es el autor y el actor de su propio show. De allí que Batato me pidiera poemas para sus performances, porque él no escribía poesía, y eso quería, en vez de morcilla que satisficiera al espectador conformista. Quería mis poemas y hacer obra en mí, difundir mi poética, que seduce, entonces, a todo un grupo del cual él formaba parte. Mi obra finalmente queda incluida en su repertorio. Perlongher también forma parte de ese grupo de poetas elegidos, pero se niega a la intervención de Batato en su texto, quien una vez agrega una palabra para lograr un efecto en la audiencia, y le niega, a partir de allí, la posibilidad de volver a usar sus poemas de nuevo. Yo en cambio siempre me presté gustoso a su juego. Y te juro por los que no juran que antes se tenía más conciencia de la persona que escuchaba la lectura”.

Sin embargo, la relación de los poemas con la oralidad y la perfomatividad es anterior y ligada, nuevamente, a las figuras de las mujeres que habitaron su vida: “En las lecturas espontáneas que se armaban en la casa de Olga Orozco y Pizarnik, aprendí la pasión en el sentido místico y etimológico del sufrimiento por la poesía. Alejandra, mientras Olga leía, sufría, encarnaba y actuaba el poema hasta rodar por el piso o debajo de las sillas. Cuando yo la vi, supe que yo quería eso: poemas donde el lenguaje es lo que se dice, donde los poemas no te gustan simplemente sino que se te incrustan. Yo no soy poeta de carrera y carta de presentación. Sin embargo, te puedo decir, a esta altura de mi vida, que los errores que cometí de alejarme del ambiente poético estuvieron bien cometidos”. Con su vuelta del exilio, aun antes de que finalizara la dictadura, Noy se relaciona con lo que él llama su parte femenina y su cuerpo de manera total y natural, hasta llegar al travestismo/ transformismo. Con su vuelta y en contacto con los clowns de la vanguardia under porteña como el antes mencionado Batato, alcanzar el gesto teatral y de humor que la performatividad de sus textos encierra, pero libera, fue sólo un pequeño gran paso en su vida, que es su obra.

Y aunque Noy sostenga que su existencia “es una puesta en escena en el mundo, las palabras me hablan y me preguntan, y ése es mi verdadero premio”, el revisionismo de su obra poética expresada y divulgada a nuevas generaciones de lectores desde esos poemas que hablan con un léxico precioso pero sin hermetismos y en el mismo movimiento lo desestigmatizan de la herencia del under porteño, es, sin lugar a dudas, una cuenta que se está saldando con la historia de las letras de nuestro país (¡y en vida del autor!)

Si, según cree Noy, la poesía no tiene antes o después, sino que se trata de un continuum entre el arte y la vida, y la gente que habita a los diferentes actores poéticos, Noy ha logrado hacer carne su arte en aquellos a los que mágicamente ha tocado a través de su arte, que es su vida.

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