Dom 17.12.2006
libros

El otro

› Por María Moreno

Hay un Noy oral que viaja en el expreso transplatino junto a Néstor Perlongher y Pedro Lemebel. El que dice “sospecho del instante demasiado tallado de la prosa” pero que improvisa a cada instante con lujo rubendariano una suerte de autobiografía para zapping y porro. “Yo, como Porfirio Barba Jacob, soy el gran poeta mariguanero”, declama, que se lee de oído como un texto no escrito pero complejo y zigzagueante; Noy habla con subordinadas. Un texto en el que él ocupa muy a menudo el lugar del testigo pero que transgrede la ley del testimonio por un exceso formal, ya que el tema pasa a ser la forma misma: “Entre la poesía y la luna: el origen de la palabra pálida. Tanguito y yo estábamos tomando mucho Artane y nos acostábamos en el pasto, en plaza Lavalle. Y él vio venir la gran sombra blanca de la luna y dijo ‘nos viene encima la pálida’”.

O el testimonio se deshace de su origen trágico –los campos de concentración– y de su actualidad periodística. Por eso cuando a Fernando Noy se le pidió, en 1996, que diera un testimonio sobre el cóctel retroviral, respondió con un cuento: “Yo no soy agnóstico del cóctel. Sé que está muy cerca el momento en que se encuentre la llave de la pócima definitiva. Por eso batallaré y batallar es enamorarse. Cuando llegue el momento de las nupcias y el sidómetro dé cero, batallaré por el eterno retorno de Tadzio que está perdido como un gamo en la llanura, esperándome. ¡Ay, que no me lo maten! Y cuando lo encuentre le diré Dite adiós que ya he llegado. Porque mis amores fueron así: ellos tenían que dejar su ego para tomarme. Hoy, si me han robado eso de: ’Che, Juancito, te cambio un palo de berenjena por un beso de espuma de menta’, Eros químico vencerá”.

El Noy poeta es el Dr. Merengue del Noy oral. Su lado ascético, deudor de las eruditas lecturas que él ha extraído de su cleptomanía autodidacta, el ejecutante de un estilo discreto que él realiza por nostalgia del libro en cuerpo presente y del silencio laborioso donde los fantasmas que suele evocar a viva voz por toda la ciudad permanezcan al fin invisibles como la orquesta cuando canta una primadonna.

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