Domingo, 9 de septiembre de 2007 | Hoy
CUETO
Dos modelos de feminidad confrontan en una novela que busca indagar en los laberintos de la intimidad.
Por Ezequiel Acuña
El susurro de la mujer ballena
Alonso Cueto
Planeta
259 páginas
Recordar ciertos sucesos y decidir perpetuarlos en una memoria más extensa, por escrito, implica relacionarse con el pasado y, tal vez de un modo bastante clásico, hacerlo presente con el fin de ordenarlo y comprenderlo. “Durante los meses anteriores había reunido apuntes, fragmentos, un diario personal. Pero esa tarde, después de estar en la habitación, me decidí a terminar de contar la historia y a buscar que se supiera, a pesar de todos los riesgos”, dice la narradora de El susurro de la mujer ballena (finalista del concurso Planeta-Casamérica de narrativa iberoamericana 2007). La nueva novela del escritor peruano Alonso Cueto se presenta como un fragmento de biografía tomando la voz de una periodista, encargada de la página de noticias internacionales, que transita el mejor momento de su carrera. Ella y Rebeca, su antigua compañera de secundaria, ocupan asientos vecinos en un avión, después de 25 años sin verse. Rebeca es una mujer obesa, torpe y solitaria, a quien el destino ha convertido en millonaria. Pero lo central no es sólo la relación con el pasado, sino aquello que ha estado siempre presente de forma subrepticia y que retorna para ajustar cuentas por los años de olvido.
Lejos de la violencia política que funcionaba a modo de epicentro en Grandes miradas y La hora azul –las dos novelas más reconocidas de Cueto– El susurro de la mujer ballena vuelve la mirada sobre la amistad, la soledad, los reproches del pasado, los desencuentros y los reencuentros. Durante su paso por la secundaria, los libros y la música habían unido a las protagonistas. Pero la facilidad con que la gorda Rebeca atraía las burlas y los insultos impulsaba a Verónica a mantener en secreto la amistad. La historia de la adolescente discriminada y su amiga popular puede resultar familiar, pero lo que parecería un cliché se desenvuelve, sin embargo, de manera novedosa e intrigante.
El reencuentro con Rebeca dispara la memoria de Verónica, en la que refluyen las distintas etapas de su vida: la relación distante con su padre y los reiterados fracasos amorosos –incluido su matrimonio– que concluyen en la relación con un amante narcisista y con aires de gigoló. Utilizando la forma de un diario íntimo y confesional de una mujer exitosa que ha pasado los cuarenta años y aún se mantiene bella, Cueto indaga con gran soltura en el mundo de la intimidad femenina. Construye ese mundo desde adentro hacia afuera, poniendo en primer plano una conciencia que reconoce la autoconstrucción que la protege y atrapa al mismo tiempo, y que la obliga a probar los límites de su soledad. Cueto insiste en el delineado costumbrista de una clase media alta que no se limita geográficamente. Es más bien cierto aire de universalidad lo que da fuerza a la moral liberal que se pone en juego en El susurro. Como contraposición a los meetings de la clase alta a los que asiste, Verónica prefiere la soledad del baño, cualquier baño, en donde pueda estar a solas con su imagen.
Sin embargo, el tono hiperrealista con que se describe la vida cotidiana de Verónica contrasta con la historia de humillaciones que Rebeca narra de manera fragmentaria en cada encuentro. La fuerte sensación de realidad, reforzada por el lenguaje llano y ágil, se quiebra de manera inquietante con cada intromisión de Rebeca. Todo en esa mujer parece ser inverosímil: sus palabras, su fortuna, su memoria intacta de sucesos lejanos, su enorme tamaño y su forma de comer la convierten en un personaje grotesco. Rebeca es un fantasma del pasado a la manera de Cuento de Navidad de Dickens, pero aquí se trata de alguien real y corpóreo que persigue a Verónica despertando una culpa solapada.
La tensión entre la amistad y el rechazo, el pasado disruptivo que se hace presente a cada momento, y una relación que tiende tanto al odio como al amor más maternal hacen de esta novela un espacio confuso en el que se escuchan susurros. Potentes susurros de realidad.
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