Domingo, 9 de septiembre de 2007 | Hoy
RESCATES
Por Mauro Libertella
Es muy difícil predecir el destino que va a tener un libro ruso entre los lectores argentinos. Es como si el texto tuviera que atravesar un camino minado en donde un paso en falso lo alejará para siempre del original. Un problema de traducción, una confusión editorial y el libro se transformará, por lo pronto, en un objeto extraño, y sus lecturas serán así dislocadas y azarosas.
Sóniechka tuvo un impacto agudo en Francia, hacia 1996, cuando se alzó con el prestigioso Premio Médicis. La autora, Liudmila Ulítskaya, tenía entonces 53 años y además de escribir ficción trabajaba como bióloga y teatrista. La novela, aprovechando el estallido que había causado en el corazón de Europa, se tradujo rápidamente a casi veinte idiomas, y Ulítskaya determinó que ya era hora de dedicarse plenamente a la literatura. Entonces sus libros empezaron a aparecer con más frecuencia y la crítica se entusiasmó rápido. Se habló de que la gran tradición rusa tenía una heredera, se mencionó la palabra renovación y todos asintieron contentos. Ahora, Sóniechka llega a las librerías argentinas y los lectores locales dirán.
La historia se pude resumir así: Sonia es un chica callada y quebradiza que trabaja en una biblioteca y dedica su vida a la exclusiva y enfermiza tarea de leer toda la literatura. Esa persistencia se interrumpe cuando conoce a Robert, un pintor cínico y derrotado que la toma inmediatamente por esposa. Viven aquí y allá, tienen una hija, erigen una suerte de tensa calma. Pero un día aparece Yasia, una niña de la que Robert se enamorará, y las relaciones entre los tres se vuelven confusas, perversas.
Sóniechka (apodo cariñoso con el que se nombra en Rusia a las que se llaman Sonia) es una nouvelle plagada de guiños a la literatura rusa. La narradora se ampara en el fanatismo de Sonia por la literatura para situar a los personajes en lugares que hacen eco con la tradición, además de deslizar algunos diálogos reconocibles en el laberinto de la trama. El estilo es sencillo pero altamente lírico, y aquí la traducción parece, de tanto en tanto, tambalear. Quienes leyeron la novela en la premiada traducción francesa afirman que aquella edición supo leer mejor una lírica que es ampulosa pero que se resiente con la exageración en la que cada tanto cae la edición española, volviéndola en algunos tramos excesivamente empalagosa.
Acaso una de la lecturas más interesantes del libro sea la que piense las relaciones de pareja bajo el trasfondo de un país en plena turbulencia. El desmoronamiento del régimen soviético aparece sólo sugerido, pero basta para reconfigurar el imaginario de una pareja que, por más refugio que quiera encontrar en el arte, no puede evitar ser atravesada por los conflictos políticos y lo sociales. Así, se puede pensar también la tensión clásica entre arte y vida, y los verdaderos alcances del arte autónomo en un país que, entre tantas cosas, se ha caracterizado por poner en abismo esta cuestión.
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