Domingo, 9 de septiembre de 2007 | Hoy
KOCIANCICH
Vlady Kociancich logra plasmar una acertada saga con variaciones sobre los dramas, melodramas y tragedias de las mejores familias.
Por Juan Pablo Bertazza
La ronda de los jinetes muertos
Vlady Kociancich
Seix Barral
183 páginas
En uno de sus lúcidos artículos periodísticos, Vlady Kociancich habló de dos célebres cuentos escritos casi al mismo tiempo (“Un viaje” o “El mago inmortal” de Bioy y “La puerta condenada” de Cortázar) que, por sus increíbles semejanzas argumentales, son algo así como dos hermanos gemelos pero de distinto padre. Meras casualidades literarias, magia profunda de las letras o espíritu de época. Vlady Kociancich, sin decidirse por ninguna de esas alternativas, escribió: “Que la originalidad es parte olvido, parte genio combinatorio y también una dosis de azar lo prueban las obras en cuya incontestable singularidad vemos una escena ya vista, asistimos a un accidente ya narrado, y nunca o sólo vagamente percibimos una semejanza, deliberada o casual, tan poco importante para la emoción como los rasgos hereditarios de un huérfano”. Ese enigmático otro lado de la literatura, con repeticiones y revelaciones que vemos “por primera vez” se confirma en la biografía de esta escritora que, a los once años, trató sin éxito de vender un cuento a la revista Billiken. Hasta ahí nada tan fuera de lo común. Pero lo extraordinario terminó de mostrarse muchos años después, durante una conversación con su íntimo amigo Isidoro Blastein, quien por aquellos años había estado trabajando en el correo de lectores de Billiken, respondiendo elogios, preguntas y hasta rechazando amablemente cuentos infantiles escritos por chicos.
En La ronda de los jinetes muertos, una nueva colección de cuentos, Vlady Kociancich vuelve a explotar las casualidades literarias y los (re)encuentros aparentemente fortuitos y capaces de cambiar todo que, lejos de pertenecer a la fantasía, radican –y ahí está su gran poderío– en las grietas de la cotidianidad. Como Todas las familias felices, el último volumen de relatos de Carlos Fuentes, estas siete historias tienen en común la casi inabarcable idea de familia: una madre sobreprotectora que, tras un inaudito descuido, pierde a su hijo en Egipto; la llegada de una polaca que modifica completamente la paz de su primo, son algunos ejemplos. Pero, más allá de eso, el gran motor de este libro son justamente los presagios: diversas y efímeras señales que se van cayendo de los relatos y que los protagonistas –tan de la raza de los nerviosos como su autora– irán recolectando para construir o, mejor dicho, reescribir su destino.
Así, en la capital de la exótica isla de Bali (Indonesia), Alina verá en la mirada de un reptil la clave de su relación con una antigua compañera de colegio, mientras que otra de las historias tendrá como protagonista a una groupie con mucho de pájaro de mal agüero. Por otro lado, en el relato que le da título al libro será un sueño inspirado en un pasaje de Herodoto acerca de un ritual del pueblo de los escitas el disparador por el cual una mujer separada vislumbrará un desenlace que, según declaró la autora, fue parcialmente inspirado por el caso García Belsunce. Justamente en los escitas, ese pueblo histórico pero legendario, bárbaro según los griegos, quienes no obstante se sentían atraídos por sus costumbres y destreza, puede valorarse el espíritu de estos cuentos. Desde su rica geografía hasta un magnífico registro que abarca tanto la lengua infantil como la de la ancianidad, en La ronda de los jinetes muertos, el libro, se da una completa explotación de las intrigas que no se escapan de la frontera de lo real. Otra vez, con su brillante prosa (que alcanza puntos óptimos hilvanando frases mágicas y concretas como: “Pasó un silencio, como un murciélago pasa en la oscuridad” o “no me pasó nunca el lanzarme a un hombre como a un pozo”), Vlady Kociancich vuelve a generar en el lector la sensación de que es con el último libro que la conocemos en serio. Como suele suceder, primero lo vio Borges: “En Vlady Kociancich encontré algo que creí que se había perdido: la pasión por la literatura”. Quien por casualidad o magia –no importa– se encuentre con estos relatos, confirmará ese entusiasmo.
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