Domingo, 14 de octubre de 2007 | Hoy
“Cuatro escritores latinoamericanos encontraron la muerte cuando iban a un encuentro de intelectuales", fue uno de los títulos del diario El País de Madrid, el 28 de noviembre de 1983. Ese día se confirmó que en el Jumbo 747 de la compañía Avianca que venía de París con destino a Bogotá, y que a unos ocho kilómetros del aeropuerto de Barajas, en lo que fue quizás el inicio de la maniobra de aterrizaje, se estrelló dejando más de ciento ochenta muertos y sólo dos sobrevivientes, iban la novelista y crítica de arte argentina Marta Traba y su marido, el intelectual uruguayo Angel Rama, junto con el novelista mexicano Jorge Ibargüengoitía y el peruano Manuel Scorza.
Todos tenían previsto asistir al Encuentro Cultural Hispanoamericano que se iba a realizar en Bogotá, organizado por la Academia Colombiana de la Lengua. Un encuentro que, si bien no fue suspendido, quedaría obviamente transformado en un homenaje a los escritores muertos.
Scorza por entonces tenía 55 años, y sus restos mortales llegaron a Perú el 5 de diciembre. Allí lo esperaron sus familiares, algunos representantes del gobierno, y también grupos de campesinos de Yanahuanca y de Cerro de Pasco. Por esas ironías del destino, también un 28 de noviembre, pero de 1969, José María Arguedas se pegaba un tiro en la cabeza en su despacho de la Universidad Agraria. Sin embargo, se moría cuatro días después, el 2 de diciembre, quizá porque al momento de apretar el gatillo no pudo evitar que le temblara el pulso.
Poco antes, Arguedas había escrito: "Obtuve en Chile un revólver calibre 22. Lo he probado. Funciona. Está bien. No será fácil elegir el día, hacerlo". Justo él, quien en El zorro de arriba y el zorro de abajo, esa novela escrita póstumamente, prometía suicidarse desde la primera línea. "Si sigo escribiendo me mataré, porque al final de la escritura está la muerte; pero si dejo de escribir, si callo, entonces está la muerte, porque la muerte no la puedo pensar sino como el fin de la novela."
En numerosas oportunidades Scorza reconoció la deuda que como escritor (y militante) tenía con Arguedas. A su novela Los ríos profundos la consideraba "un libro inolvidable de la literatura universal", y pensaba que "el primer capítulo de Todas las sangres lo podría haber escrito perfectamente Dostoievski". Una deuda que no le venía sino de esa tradición indigenista en la que se situó para escribir La guerra silenciosa, y en cuyo arco situaba, en un extremo, a Guaman Poma, y en el otro, a Arguedas.
Que los dos no hayan muerto exactamente el mismo día tal vez sea una abstrusa coincidencia.
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