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Domingo, 25 de noviembre de 2007

VOLPI

En busca del siglo perdido

No será la Tierra es la culminación de la trilogía sobre el siglo XX que escribió Jorge Volpi. En este caso, lo que hace crack es la Unión Soviética, en una novela más que ambiciosa y precisa en el uso de lenguajes especializados.

 Por Ezequiel Acuña

No será la Tierra
Jorge Volpi
Alfaguara
554 páginas

Hace poco más de diez años, cinco escritores mexicanos, entre ellos Jorge Volpi, publicaron el Manifiesto Crack, una declaración de principios en donde presentaban sus novelas como la respuesta a la literatura light que se expandía copiando esquemas del Boom Latinoamericano y su realismo mágico. Frente a una realidad que se revela multifacética y vertiginosa, decían los integrantes del Crack, “se necesitan libros en los cuales un mundo total se abra al lector y lo atrape”. No será la Tierra es posiblemente el ejemplo más acabado de esa totalidad que ambiciona la generación del Crack, y es, también –en el mismo tono grandilocuente–, la novela que cierra la colosal trilogía sobre el siglo XX en la que Jorge Volpi lleva diez años trabajando.

En busca de Klingsor y El fin de la locura, las dos primeras novelas de la trilogía, centraban su atención en la Alemania nazi y en la lucha de los intelectuales de los ’60 en Latinoamérica y Francia. Con un matiz escéptico y algo de posapocalipsis, No será la Tierra enfrenta los avatares de la decadente Unión Soviética y los procesos que llevaron a la destrucción de una de las grandes utopías del siglo XX. Una científica húngara, una economista norteamericana del FMI y su hermana, activista antiglobalización, una bióloga rusa y su hija –joven, bella, poeta y masoquista– integran el coro principal de la polifónica narración a la que se suman un par de hombres y decenas de personalidades de la política occidental. En una pequeña muestra del universalismo al que aspira la novela, las voces de los personajes interrumpen con sus regionalismos y palabras en otros idiomas el español neutro e historiográfico que Volpi usa la mayor parte del tiempo. Y es que hay, en las novelas del Crack, una búsqueda de la “participación activa” del lector en el texto –aquella de la que hablaba Cortázar en tiempos de Rayuela–, tarea que pretenden lograr dificultando la lectura y exigiendo las capacidades del receptor. Tomado así, los escritores del Crack parecen integrar una suerte de vanguardia posmoderna que no pretende acabar con el pasado, ni destruir a sus padres, sino que más bien busca y rebusca, como en este caso, sobre los modelos clásicos de la novela y sus grandes fetiches del siglo XIX. Así y todo, contradicciones mediante que, por otro lado, siempre son justificables en la literatura latinoamericana, amasada en sociedades contradictorias, la literatura de Volpi se carga de una precisión realista que lleva el verosímil de la novela hacia el extremo de lo creíble dejando al lector con la duda de qué es cierto y qué no.

En ese afán de precisión, dos lenguajes técnicos son fundamentales en el armado de No será la Tierra. La terminología económica, el idioma de la Bolsa y Wall Street, el lenguaje, en fin, del capitalismo, funciona en la narración como el discurso de la ambición y la codicia, la pérdida de la humanidad entregada a la frialdad de los números. Como si cierta maldad inherente se desprendiera de los términos del libre mercado. Por otro lado, a la par de los eventos políticos en la URSS, la novela sigue de cerca las investigaciones científicas en genética, el Proyecto Genoma Humano, responsable de codificar el ADN humano. Y el lenguaje científico –que Volpi maneja con la pericia de un divulgador– se filtra en la novela como el discurso representante de la búsqueda, siempre trunca, por encontrar la esencia del ser humano. “Cómo seres humanos idénticos –se pregunta uno de los personajes–, dotados con el mismo código genético, podían verse como miembros de especies enfrentadas.” Estas dos líneas narrativas construyen la subjetividad de los personajes y se entrelazan para armar su ADN literario.

Considerando la centralidad de los procesos históricos en la novela, hay que reconocer que Volpi logra llevar de la mano las vidas íntimas y cotidianas de los personajes sin someterlas en su totalidad al acontecer de la historia. Da la sensación de que cada uno de ellos es actor, hacedor y responsable dentro del enorme círculo de violencia que marca sus vidas. Es una lástima, sin embargo, que en la ambición por el detalle la novela pierda el camino de la crítica al siglo XX que ensaya una y otra vez pero que abandona, finalmente, al azar de la narración.

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